17 de diciembre de 2015
La primera vez que fui a Amazonas no tenía el cabello largo ni usaba
anteojos y, así, con mi cabello corto, lampiño y sin ser todavía miope, fui con
Abel y Nelson a buscar el libro que en el colegio Christian Barnard el profe Rodolfo Pacheco (poeta
Rudy Colchón) nos había dejado de tarea con su característica sonrisa de payasito Krusti.
Los tres debíamos
leer uno diferente: Abel, El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias; Nelson, La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa; y yo, Cien
años de soledad de Gabriel García Márquez. Los tres nos ayudábamos en
nuestras búsquedas. Ninguno encontraba siquiera uno y le echamos la culpa a la
saladera y a nuestra mala pesquisa. Era imposible que en Amazonas donde
vendían todos los libros del mundo no los halláramos (más tarde sabría que en
realidad no estaban todos los libros del mundo, ni del Perú siquiera, aunque sí
los básicos para una decente formación, y también una gran cantidad de libros que en vano habían desperdiciado papel, tiempo y dinero).
Luego de una larga, larguísima y agotada “cacería”, tras bucear en el fondo de otros libros que parecían nadar en una piscina de anonimatos, al principio juntos y luego cada uno por su lado, encontramos nuestras obras en galerías distintas. Yo conseguí mi Cien años de soledad a menos de cinco soles en una edición de segunda mano que juraba era el original de primera porque en Amazonas -inocente yo- no vendían piratas (en esa edad colegial todavía no los diferenciaba). Papá Emilio me había dado treinta y quería ahorrar para comprar mi guitarra eléctrica y quizá para alquilar media de Winning Eleven.
Antes de que diesen las seis tomamos nuestro ómnibus roji-azul-amarillo Santa Clara que pasaba por Abancay y los tres volvimos contentísimos con nuestros hallazgos a las urbanizaciones Tahuantinsuyo y Túpac Amaru. Cuando fuimos a Amazonas habíamos dicho que alquilaríamos media horita de play al volver, yo juraba que los golearía como hijos con goles de nigerianos con nombres que he olvidado, pero cuando volvíamos pasó algo raro, me encontraba con cierta ansiedad y lo único que quería era llegar a casa para leer. Fuimos directos a nuestras casas, ya era tarde, ir a jugar play hubiera significado nuestra liquidación como pandilla en busca de libros y, al menos yo, quería volver a Amazonas todas las veces que pudiese para comprarme todas las obras.
En casa hallé a papá en su taller de electricista, llevaba puesto unas de sus características camisas que al parecer eran de una moda pasada para esos años, una verde clara con dos bolsillos en el pecho, representaba tal vez que ya no estaba para las modas actuales. Lo vi muy concentrado revisando uno de los motores de lavadora sobre su enorme mesa de trabajo, no quise desconcentrarlo, me iría de frente, pero hice bulla con una lata que no me di cuenta y él volteó. Me preguntó cómo estaba, le señalé el libro que había comprado y debe ser que me vio sonriendo porque él me contestó con una de esas sonrisas que afloran cuando te sientes feliz por la felicidad del otro. Luego me muestras, me dijo, ahorita estoy con mis manos sucias. Está bien, pa, le dije, y traté de entregarle el vuelto. Es para tu caramelo, me dijo, quédatelo, así que devolví el vuelto a mi bolsillo vacío con una sonrisota agradecido con papá y soñando con volver a Amazonas, aunque después me vendría el dilema de si más bien lo ahorraba para mi imposible guitarra eléctrica. Salí del taller y fui en busca de mi viejita Enriqueta.
Abel hoy es comunicador y nunca leyó El señor Presidente, salvo las primeras páginas; a pesar de ello, gracias a un resumen encontrado en un libro viejo, dio el examen y el profe Rudy no se dio cuenta y no lo jaló. O se dio cuenta, pero se hizo el hueón para no jalarlo. Nelsón, desde que leyó La ciudad y los perros se computaba el Poeta y escribía poemitas y cartitas por mandado; hoy sin embargo, ya casi está por recibirse de sacerdote. A mí, ya saben, me ha crecido el cabello, la barba, la miopía, el desamor y los poemas, por lo que en un rato volveré a Amazonas, esta vez no a comprar libros —no me alcanza el dinero—, sino a recitar y a dejar algunas de mis enredadas creaciones para los mortales amantes de la buena poesía de Azaña, al menos eso me dice mamá, a quien ese año cuando salí del taller y fui a buscarla la encontré en su cuarto tejiendo. Te leo mientras tejes, le dije, y allí, con mamá risueña y su tejido punto de cruz, dentro de su habitación todavía verde del segundo piso, fue que empecé no solo la novela, sino que continué trazando lo que en un ratito me llevará nuevamente a Amazonas. Al entrar a mi cuarto ya había acabado el primer capítulo y no quería salir de él hasta terminarlo, pero en algún momento escuché que mamá me llamaba para cenar. Cuando bajaba las escaleras a la cocina del primer piso, lo hice convencido de que atrás habían quedado mis ganas de querer sacar 20, yo solo quería ser escritor y, si acaso fuese posible, mejorar el mundo con la poesía.
P. D. 1: Si nunca has ido a Amazonas o si hace tiempo no vas, hoy
tienes una nueva y plácida excusa.
P. D. 2: Gracias, profe y poeta Rudy, por haberme puesto el reto de leer en mi adolescencia Cien años de soledad. Recuerdo haberme confundido con los nombres, recuerdo haber hecho un mapa conceptual con un Faber azul en mi cuaderno Loro para no entreverarlos, recuerdo que aprobé con la máxima nota, recuerdo que me auguraste que tenía todo para ser un buen escritor, no sé si lo dijiste con sinceridad, solo sé que en un rato debo entregarme absolutamente para recitar mis poemas que me han costado dolores tremendos parirlos, vivencias que he debido transformar en palabras. Es difícil transformar el dolor en poesía. Donde estés, un fuerte abrazo, y mándame tus mejores energías que es lo que más necesito por este tiempo. También, por favor, si ves a mi padre Emilio y a mi hermana Elsa, le envías mis saludos, yo aquí ando cuidando bien a mi viejita Enriqueta.
[Esto último -después de la palabra "tiempo"- terminé borrándolo, porque era muy mío como para publicarlo en Facebook; ahora lo agrego porque aprovecho este blog donde nadie ingresa].
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