domingo, 18 de octubre de 2015

INTERLUDIO PARA ENAMORADOS


Escribir es una forma de morir. U otra de acercarse a lo inevitable. No por necesidad de inventar nuevas vidas, la única consigna es escapar. A lo que más temo por sobre todas las cosas es al pecado de omisión, de uno y de todos los que nos rodean. No tengo idea de por qué escribo. Saberlo aterraría. O tal vez no. Solo sé que así como me da hambre y necesito de algún bocado, igual siento necesidad por coger las palabras, alimentarme de ellas y vomitarlas. Algo así. Comprendo que de no hacerlo corro el tonto riesgo de morir y seguir con vida, quiero decir, el riesgo de ser fulminado por una cotidianidad que no colma y una rutina que no satisface. Lo que no había imaginado es que escribir puede acercarnos más a lo que somos y dejamos de ser. No porque queramos conocernos, sino porque sencillamente no nos conocemos.

Puedo decir que escribo porque es lo único que hago realmente mal y preciso vengarme del mundo. Porque no encuentro mejor forma de suicidio. O de silencio. Porque hay que pagar la luz y yo quiero existir a oscuras. Porque en este mundo habrá siquiera uno que al leer me mande a la mierda o quiera compartir su mierda conmigo. Porque las noches son violentas y crudas sin ella. Porque he nacido enfermo y a estas alturas he perdido la fe en curarme. No pretendo un milagro con las letras, apenas aguardo seguir sobremuriendo. Porque creo, con la ingenuidad del caso, que algún día podré obsequiarle a mamá un mínimo de todo lo que se merece. Porque quisiera alegrar a mi viejo, aunque la verdad, no sé cómo. Porque ansío recompensar a los que me dan la mano. Porque no pretendo que mis días se los lleve una empresa o alguna institución solo por el requisito diario de comer o por acumular alegrías tristes los fines de semana. Porque no persigo trabajar a la manera de la mayoría. Porque deseo dedicar todo mi tiempo a esta única vida que tenemos. Porque si alcanzo la vejez quisiera leer las desfachateces que escribí de joven.

Porque es una forma de tener otro presente, más aún si vives en una casa donde casi siempre todo está mal. Porque temo que el futuro diga que no he existido, como ya se lo ha dicho a mis abuelos e intenta decírselo a mis padres. Porque aquí, breve refugio ante el desamparo, me reconcilio. Porque quiero acompañarme sin salir de casa. Porque es el principal invento para no trabajar. Porque guardo el terco secreto de enamorarla de este modo. Porque todavía soy ingenuo. Porque estimo que nunca he sido completamente feliz. Porque es un delicado método para estar ocioso. Porque alguna diga: puta mare, era para seguir. Porque ambiciono viajar y el dinero no alcanza. Porque soy el último de veinticuatro hermanos y aun así me siento solo. Porque es un modo de pensar en voz alta. Porque busco morir escribiendo y creo que voy a buen paso. Porque espero no ir nunca al psicólogo. Porque estoy en deuda con mis viejos. Porque alguien debe vengarlos. Porque el internet satura y me distrae crear cartas y monólogos. Porque no hallo mejor manera de saber lo que siento. Porque quiero superar a Borges, al menos en páginas. Porque el libro puedo dedicárselo a los que amo.

Para no olvidar y no por memoria. Para marcar un territorio y no por situar fronteras. Para descubrir y no para inventar. Porque no tengo ni anhelo otro modo de vida. Y buscar uno nuevo en este momento resultaría muy desquiciado. Para desenterrar a mis deudos y desterrar a los debidos. Por desamor y no por odio. Por acumular vida y no tiempo. Por registrar un presente y no un pasado. Porque todos los tiempos se junten en cualquier instante. Porque soy un esclavo de la nostalgia. Porque soy un amante de los libros y las tristezas. Porque las alegrías salen caras y las de la ficción pueden dejarme sin rostro, pero jamás sin una putísima sonrisa. Porque aspiro vengarme de todos los que he leído e intervinieron en mi ilusa idea de ser escritor. Porque, en resumen, ya estoy condenado.