lunes, 9 de febrero de 2009

MINÚSCULA SATISFACCIÓN. SOBRE FÚTBOL Y OTRAS ILUSIONES


Todavía los de mi generación no han gozado de un mundial de fútbol, es decir no han visto a la selección peruana patear el balón en un partido mundialista. Los que nacieron antes del mundial de Argentina-78 se dan el lujo de decir «Yo sí los he visto jugar —y agregan irónicos—: tú te morirás y nunca los habrás visto». No sé si es síndrome de petulancia o de pesimismo. Quizá las dos cosas. Pueden ellos tener en su pecho ese orgullo pueril, sin embargo, su jactancia se la derriba con solo decirles que ya están viejos y que a ciencia cierta no sabrán si llegaremos a verlos, pues estarán bajo tierra. A los de mi generación nos queda la vaporosa alegría de haber presenciado a la selección peruana sub-17 en el mundial y jugando memorables partidos. A Brasil le ganamos (me inmiscuyo para que la felicidad sea mayor), también a… A varios más. Total, se llegó al mundial y se hizo un buen papel.

Las esperanzas, ahora, estuvieron puestas en las Olimpiadas Beijing, y habrá que contestarse con el cuarto puesto de… Con qué poco se nos contenta, carajo. Claro, todo esto tiene como raíz la mala administración y el pésimo cargo de dirigentes mediocres que lo único que administran bien es su bolsillo. Pero la bilis para otro momento. Y como se nos contenta con tan poco, hablando en materia futbolística, se mira con «buenos ojos» (quizá sea mejor sin comillas) a los equipos que compiten por el título nacional. Mirando desde esta butaca noto que la mayoría de los peruanos han obtenido una inmensa alegría, puesto que —me es difícil aceptarlo, carajo; dilo, dilo...— la gran parte del Perú son hinchas (y cómo hinchan estos gilipollas) de Alianza Lima y Universitario de Deportes, siendo estos dos los que tienen más adeptos y más títulos nacionales. En consecuencia, la mayoría ha gozado, conoce el sabor del júbilo tras ver al equipo de sus amores alzar la copa dando la vuelta olímpica «¡somos campeones, carajo!». Yo, sólo los observo de lejitos.


Otros, en cambio, tienen que ser partidarios de equipos antagónicos a los suyos cuando los clasificados se enfrentan a equipos extranjeros; todos establecerse como unidad, unísono al ulular de las barras, en ese instante se borran los colores de la camiseta que se defiende en el año y somos, aunque efímeramente, «hinchas» del club que defiende al Perú, jueguen la Copa Libertadores u otro campeonato foráneo. Por ejemplo, quién no fue hincha de Cienciano siquiera unos minutos y no gritó ¡¡GOL!!, cuando le ganó a River Plate quedando campeón de la Sudamericana. Quién no estuvo mordiéndose la lengua de puro nervios cuando se disputaban en penales la Copa de Campeones con Boca Junior, coronándose Cienciano nuevamente campeón al derrotar una vez más a otro equipo argentino. Nadie niegue que cantó el «Upa que upa upa, upa pa pa (…) Cienciano es el papá». Todos un mismo canto, una misma alegría, todos fuimos Perú. Cuando pedí, a primera hora de la mañana siguiente, un diario deportivo, ya no había siquiera uno. El que madruga Dios le ayuda, y ese día todos madrugaron para releer una y otra vez, y convencerse de que no fue un sueño: Cienciano ganó al tantas veces campeón de la Libertadores Boca Juniors, también a River Plate. Alegrías de las fuentes del fútbol. No obstante, mi alegría hubiera sido triple; qué digo triple, óctuplo (y es poco todavía), si el equipo campeón habría sido el mío: SPORT BOYS ASOCIATTION (S.B.A.).



Mientras hay vida, hay lucha. Y el Sport Boys hoy lucha, pero la baja. La baja —explico por si no saben— es cuando un equipo se elimina del campeonato profesional (primera división) y juega la segunda división donde, para que vuelva al campeonato profesional, debe quedar campeón. Y el Sport Boys la está luchando, está sacando todo su potencial de sus chimpunes, jugándolas una por una todas las jugadas, solo falta que Ñol Solano venga a ponerse la rosada, camiseta de sus amores, y volteemos la página nefasta de estar entre los últimos.


Al no poder ver a la selección peruana en un mundial de mayores, tampoco disfrutar de mi equipo como campeón en el descentralizado nacional, debo satisfacerme solo con sus triunfos o, por último, con algún gol que moja a las redes a pesar de que pierda, pero siempre el incondicional coro de la Negra que asiste a todos las disputas y de los hinchas mártires que cantan «¡Vamos Boys... quiero ver Otro gol en tu score Y sentir el rugir del viril Chim Pum Callao...!».

Tenía apenas tres o cuatro años el día que mi hermano me enseñó ese estribillo, himno de la otrora Aplanadora Rosa o Misilera Rosada que incluso ganó a Alemania en Berlín. Íbamos al estadio Nacional, jugaba con un extraño equipo que lleva cierto rótulo simple y feo en el pecho: «U», camiseta y short color de gallina de techo. «Ese fue gol, ese fue gol: árbitro idiota», escuché que mi hermano exclamó cuando el señor de vestimenta de cura anuló el gol rosado. Igual salimos con la cabeza en alto pues el árbitro fue comprado, Boys había perdido injustamente por la mínima diferencia: un gol. Esa fue la explicación expresada por mi hermano y yo la tengo como una certeza inexorable. Al menos grité el gol anulado y conocí al entonces ídolo «Kukín» Flores. 

Hoy, esas alegrías pequeñas, el gol anulado, la gaseosa y la canchita que costaba cien por ciento más que afuera, el vitoreo con que clamaban que ingrese «Kukín», la hinchada que no parecía humana, nunca dejaban de cantar ni un segundo, con qué regocijo me invaden en este instante, sobre todo ahora que el Boys ha ganado al campeón del clausura, a ese mismo con que se enfrentó el día que por primera vez pisé el Nacional: tres goles a uno, chúpate esa, Gallina. 

Aunque les duela, Gallinas, Monos, Pavos… con la piltrafa de equipo que tiene el Boys, además de estar endeudados, no entrenar, es decir, problemas hasta de hongo y uñero, pudo ganar, y dejar en este inmolado hincha el sabor a gol, a triunfo, a soñar campeón.

agosto de 2008

Moisés Azaña Ortega