domingo, 10 de mayo de 2015

MEMORIA


Lunes 26 enero 09

Sin calendario a la mano la memoria ya no ocupa su tiempo en guardar números. Para el caso, lo hacen estas hojas o el ordenador. 

El desayuno, el almuerzo, la cena de ayer, tantas otras cotidianas y lamentablemente necesarias ocupaciones, están siendo hermosamente deglutidas por el olvido. Mañana cuando lea estos renglones no me acordaré nada, pero nadita de lo que hice en este día, ni lo de ayer y mucho menos lo de antes. ¿Y qué comí? Nada, será como si haya comido nada. Papa a la huancaína o ceviche, qué importa, da igual, mañana nada de esto lo rescatará la memoria. 

La memoria: ¿un deber o un derecho? En Elogio sobre el amor de Jean-Luc Godard la plantean. La memoria, más que un derecho o un deber, es un rescate. Lo que nos mantiene vivos como un Yo. Sin memoria el Yo concluiría cada segundo. La memoria nos permite acercarnos a un espacio, nos concede adueñarnos de un territorio y hacerlo nuestro. La memoria nos faculta comparar, aunque inconsciente, cada cosa, cada detalle, y registra lo nuevo y separa lo viejo.

Cuando nuestra edad avanza, lo viejo, más que lo nuevo, toma una perspectiva inédita que nos coloca en un punto que antes era imposible poseer, así, la experiencia, más que un atributo o un pecado, es una necesidad que no todos utilizan.

La memoria es la posibilidad de mantenernos al tanto de lo que hemos sido y de lo que continuamos siendo hasta que el Yo desaparezca. Cuando el Yo desaparece también la memoria —la nuestra, única e irreemplazable— desaparece, se va. Nosotros morimos cuando nuestra memoria ha desaparecido. Quizá, en el fondo, es el único motivo por lo que escribo, no tanto para no desaparecer, sino para que mi memoria o algo que enuncie esto abstracto continúe viva una vez que yo haya muerto.

Estos renglones no sé qué intentan porque el registro de la memoria no puede caber en estas ni en ninguna página. A lo más nos da un alcance, una aproximación inexacta. Cuando he escrito, por ejemplo, «estoy sentado frente a mi máquina de escribir», ni siquiera yo mismo puedo concebir la exacta dimensión de ese recuerdo. Y no es que el registro de la memoria sea un engaño, solo que por más que intentemos aproximarnos bien, su aproximación siempre es imprecisa.

La Historia, lo sabemos, es una de las más grandes ficciones. Cada autor tiene su propia historia. En la memoria la subjetividad es más sincera y real. En la Historia, la pretendida objetividad, siempre será una subjetividad: los libros que lees, las fuentes que utilizas... El acercamiento es indirecto. En el registro de la memoria lo es directo. De este modo la subjetividad en la memoria personal y no histórica, es más verídica, aunque el término no me guste. 

Pero me he ido por las ramas, ¿qué estaba diciendo? Ah, sí, que todos nuestros pequeños actos cotidianos son tragados por el olvido. Además, no es vital retenerlos todos. Por ejemplo, es necesario ir al baño, pero sería tonto recordar las veces que hemos ido. La evasión de fruslerías sin ser consciente de borrarlas es un arma no secreta que facilita esta vida de muertes diarias. 

Y al final, la memoria: ¿un deber o un derecho? ¿Dónde queda? Se dice que la memoria es selectiva; no lo creo. En todo caso, es una mala seleccionadora. Yo quisiera recordar la vez primera en que papá me cargó, la vez que mamá llegó de Uchiza con hermana ElsaViviana después de buscar a hermano Andrés. Yo quisiera recordar todas las palabras bonitas que me han dicho. Quisiera borrar muchos eventos negativos. Quisiera recordar todo este momento y lo que voy pasando por estos días, pero sé que los olvidaré. Así como te olvidarán a ti, ignorado lector, una vez que mueras y desaparezcas para siempre. 

La memoria es la acumulación de la vida que será olvidada. Esta vida por la que hoy das la cara, mañana no será nada. Nada de nada. Así que a cagarla: nadie lo recordará.