domingo, 22 de marzo de 2015

Contingencias a partir del «Tractatus lógico - philosophicus» (2.012)


prescriptum:
Estos días de marzo han sido y son realmente infelices. Quizá este término no sea exacto, pero debo aventurarme por uno; tal vez decir «tristes» o «deprimidos» sería mejor. Mamá, mi hermosa y amada mamá Enriquetta, hace unas semanas se puso mal y mi endeble tranquilidad ha caído. He venido por un segundo a este blog solo a dejar este texto de octubre de 2014.

Punto 2.012
2.0121. Que una semilla tenga como propiedad concluir en flor no niega el carácter de su posible mitad de camino. Quiero darme a entender como el posible incendio que requiera la semilla, como la innecesaria soledad del hombre que ha decidido partir y no se ha despedido, quiero darme a entender como cierta potencia que se niega a concluir en algún fruto de contemplación y entonces sus posibles ecuaciones se pierdan antes de llegar a esa romántica meta.
2.0122. Que la contingencia de su camino dependa únicamente de ella, no quiere decir que ha de andar sola: requiere del camino, requiere de su meta, requiere del horizonte, así sea el de perderse. Es la contingencia que habla y camina. La contingencia que elige adónde ir, pero que nadie le ha dicho que esta independencia es el pretexto necesario para su ruina.
Al comprarse el cuento del camino, al comprarse el cuento de la independencia, clava a sí misma su condición de llorante (se clava a sí —conste que está separado— su devastación).
2.0123, 2.01231. Porque del hecho que nuestra semilla pueda ser flor y que otra semilla también pueda serla, no podemos concluir, precipitada y con los todos los gritos en la boca, que ambas semillas son iguales. Cada semilla contiene su propia peculiaridad, quiero decir, en cada semilla encontramos su propia felicidad y su propio cataclismo. La real desolación no es cosa de grupos.
Por más que la felicidad y la ruina puedan ser una sola palabra para tantas hermosas devastaciones, cada una de esas categorías se cumplen diferentemente en cada existencia. Cada camino —ya lo he dicho— es otro camino: cada camino requiere de un solo caminante. No hay camino igual a otro, eso muy bien lo reconocemos, ni el de los gemelos que nacen juntos y mueren en horas y rutas distintas.
Dentro de los contingentes que se acoplan a otros contingentes para que las muertes no les ocasionen muertes tan violentas y rápidas, se encuentran —hemos visto— especie de categorías que condicionan o permiten dirigir su paso y su palabra. Estos contingentes se acoplan a otros contingentes —hay que decirlo— para que la muerte no les tome tan solos. La muerte no es una contingencia, lo sabemos, por eso la muerte del amor es una necesidad, casi una obligación. 
            Después no me digan que no les avisé.