martes, 18 de noviembre de 2008

LA EVASIÓN DE WERTHER



En el S. XVIII se instala en la sociedad el movimiento de la ilustración, el cual critica el absolutismo y plantea la división de poderes, el antropocentrismo, el racionalismo, el pragmatismo, etc. La expresión estética de este movimiento intelectual se denominó Neoclasicismo. No obstante en 1774 —pleno S. XVIII, quince años antes de la revolución en Francia— se publica por primera vez la novela epistolar Las penas del joven Werther, escrita por Wolfgang Goethe, la cual abrirá el paso al Romanticismo y encabezará el movimiento del Sturm und Drang (Tormenta y pasión). Además, será la primera obra alemana conocida internacionalmente.

Pero el precursor de este movimiento es Hamann, y su ideólogo, Herder. El Romanticismo, movimiento político y cultural desarrollado en la primera mitad del siglo XIX, surge como oposición o reacción contra la racionalidad del movimiento Neoclásico.

En Las penas del joven Werther el protagonista vive en una constante evasión de la realidad para edificar su propio mundo. Pero no solo evade la realidad a través de meditaciones profundas, y viajes de un lugar a otro para escapar de lo que le causa daño, también el mismo hecho de escribir las cartas es un modo de desertar de lo real. A continuación, lo explico de un modo más detallado.

Ni bien iniciada la novela, en la primera línea se observa a un Werther que se ha escapado, ha huido para sentirse mejor. «¡Cuán contento estoy de haberme marchado!», expresa en la primera carta del 4 de mayo con incontenible emoción, ya que con ese viaje ha dejado su pasado en el aire, aunque en su mente todavía se mantienen nítidos los recuerdos, por ello escribe «quiero enmendarme; ya no quiero, como lo he hecho hasta ahora, volver a exprimir las heces del poco mal que nos envía la fortuna; quiero gozar de lo presente, y lo pasado será para mí como si no hubiera existido. Ciertamente que tienes mucha razón, querido amigo; los hombres sentirían menos el peso de sus penas, […] si no ocupasen su imaginación tan continuamente y con tanto empeño en recordar los males que pasaron, más bien que en procurarse los medios de hacer soportable lo presente». Es de este modo cómo hace evidente Werther que quiere evadir de aquello que le atormenta, pues en su pasado le persigue «una funesta pasión». Se refugia en Wahlheim.

En la primera parte de la novela se ve al joven Werther yendo a los extramuros de la ciudad ya que «la ciudad por sí misma es desagradable; pero en sus alrededores, al contrario, la Naturaleza hace gala y ostentación de bellezas indescriptibles». Entonces no es difícil saber qué prefiere: contemplar la belleza de «cada árbol, cada seto y valladar […] Le vienen a uno ganas de volverse abejorro o mariposa para sumergirse a su sabor en este mar de perfumes». Esto es, al evadir lo desagradable de la ciudad, una manera de cerrar los ojos, darle la espalda a los problemas, en tanto se siente a respirar del cálido aroma primaveral, pues lo que le importa es él mismo y no las situaciones en que interactúa con la sociedad incomprensible a su carácter.

El cambio abrupto es cuando conoce a Carlota. Antes quisiera dar énfasis a unas frases que podrían ayudar a entender mejor la actitud del protagonista (aunque el protagonista en sí no es Werther, sino sus sentimientos), «estoy solo, y, sin embargo, gozo», como si fuera la soledad un estado en el cual sea contradictorio gozar, y el verdadero estado de gozo sea cuando se está acompañado. Más adelante : «así es que yo gobierno mi pobre corazón como trataría a un niño: le dejo pasar todos sus caprichos». Un par de frases que podrían encerrar las actitudes en el que Werther se sumergió luego de obsesionarse por el amor de Carlota, aunque esto quizá fue, como dijo ella, la imposibilidad de poseerla la que hizo que sus deseos llegasen a ser tan ardientes. Es decir, la imposibilidad del objeto deseado provoca en Werther la frustración, el dolor, la rabia.

Pero el verdadero tema es la evasión, cuando él ya no soporta más esta pena que le carcome todos sus pensamientos imposibilitándolo hasta de pintar, se traslada, gracias al consejo de su amigo, a Weimar. Allí conoce a B***, una señorita que se parece a Carlota, o mejor dicho es lo que él quiere ver en ella, pero en realidad no lo es, quiere crear a otra Carlota. No transcurre mucho tiempo para que otra vez huya de esta nueva realidad, y tras unas reyertas que tiene con algunos ciudadanos de aquel lugar, utiliza ese pretexto para regresar hacia donde está su amada. En su regreso ocurren algunos eventos que le dan una forma más sólida a la idea funesta que siempre ha sacado a flote de alguna u otra manera.

Las cartas en sí mismas también son un modo de evadir la realidad, se refugia en el invento de la escritura. Lo que cuenta, al trasladarlo al papel, se convierte en ficción, pues ya no es el mundo real, sino el mundo desde su perspectiva, y también un modo de menguar sus problemas siempre presentes y las situaciones que le acarrean; aflora su sentir para que de este modo no sucumba consigo mismo en un presente prefabricado. Es decir, introducirse en su mundo subjetivo lo que va construyendo, por tanto ya no es en sí misma la realidad, sino su realidad, lo que él cree o siente que es, y por tanto no es tan necesario irse de un lugar a otro para tratar de disminuir el dolor que tiene, y en las cartas derrama aquella pasión, pero como Alberto le dijo «un hombre arrastrado por sus pasiones pierde toda su libertad para reflexionar…», sin embargo, vemos que no perdió su libertad para reflexionar, sino que la enrumbó hacia un camino en el que fraguaba solo una solución para acabar con su penas. Asimismo se introduce en lecturas de Homero y en dibujar, pero cuando todavía la naturaleza lo alegraba y era capaz de pintar, además de contemplar los paisajes idílicos que condicionan su estado como una melodía que influencia, estableciendo una correspondencia premonitoria entre su sentimiento y la naturaleza, llega el amor, el funesto amor. ¿Es esta una alegoría de que todos los amores son inevitablemente funestos?

La idea funesta permanece constante en la obra: su deseo de viajar al más allá. Por ejemplo en la carta del 30 de agosto escribe: «Yo no veo el fin de tantos sufrimientos sino en la tumba». En la carta del 15 de marzo: «muchas veces me vienen también a mí ideas de abrirme las venas para procurarme y conquistar una eterna libertad». En la del 16 de julio: «no soy yo más que un peregrino, un vagabundo en esta Tierra. ¿Sois vosotros otra cosa?», solo por citar algunas cartas. Este tema lo discutió con Alberto, en el cual ahondó sin reservas acerca de sus ideas, por ello cuando Alberto recibió el mensaje de Werther para que le dé la pistola con que pensaba viajar, implícitamente sabía ya lo que iba a suceder, pero además de cierto cargo de conciencia, era un alivio. Werther había dicho «es preciso que desaparezca uno de nosotros tres, y este, quiero ser yo», por eso cuando ordenó a Carlota que le diese la pistola al criado de Werther, añadió dirigiéndosele: «Dile que le deseo un buen viaje».

Carlota también sabía hacia dónde se dirigía el pensamiento del joven sufrido, por eso tembló al entregarle la pistola, y lloró, y lloró aún más cuando estuvo sobre su cadáver, hasta inspirar cuidados muy serios, «se temía por su vida».

Entonces, en Werther, el suicido fue la elevación, el ideal construido a base de sufrimientos, y que tuvo un final añorado. Goethe, como romántico que fue, va en contra de lo establecido por su propio género, por ejemplo, el de rendir culto a la Edad Media, no obstante, él exalta el arte clásico de la antigua Grecia. También esta evasión en Werther, sería un modo de rebeldía contra lo que le rodea, y, por tanto, el morir sería un acto artístico, una buena forma de morir dentro de su forma de ser.

AZAÑA ORTEGA,
Moisés