martes, 26 de enero de 2010

Una cosa es falta de tiempo y otra muy distinta falta de ideas. Para realizar cualquier obra es necesario el tiempo; sin él, todo proyecto aunque fuese el mejor planeado, pierde validez y se reduce a la nada. Los griegos, por ejemplo, tuvieron que resolver ante todo sus necesidades básicas y placenteras para recién en el S. VI a. C. entregarse a la búsqueda del conocimiento de la verdad sobre el principio del mundo. Las teorías entabladas por los poetas que ya tenían fama de mentirosos, perdían credibilidad; la creencia de que el Caos había engendrado a Gea y esta a su esposo Urano con los que fundarían la gran descendencia, con los filósofos se fue dejando de lado reduciéndola al espacio de la falsedad llamándola mito. Pudo originarse de ese modo porque hubo tiempo para el ocio donde se entregaban a las especulaciones, sin ello la ciencia se habría retrasado mucho más.

Sin tiempo no hay ideas, pero sin ideas pese a tener tiempo no hay nada, es el estado de nulidad. Sin embargo, hay otra cualidad de vital importancia a la que dejarla de lado sería matarse uno mismo. Podemos tener tiempo, ideas, pero si no poseemos la habilidad suficiente con la cual llevar a cabo el pensamiento, todo será inútil y antes de que se escriba el Apocalipsis vendrá el fin del mundo. Es indudable que todo tiene un principio pero no siempre se le conoce. Y la habilidad en el escritor está supeditada a entidades distintas, inusitadas, singulares, propias del arte. Inefable. Qué se tendrá que realizar para ser un Cervantes, un Stendhal, un Aristóteles, un Vallejo; qué muros se tiene que romper, de qué ladrillos se debe sujetar la obra para que no caiga y permanezca.

Septiembre 2009
AZAÑA ORTEGA

martes, 19 de enero de 2010

Cambio

Apenas han transcurrido unos días y la fuerza con que iniciaron el 2010 ya se ha desinflado, se van aclimatando a un año que ya les huele a viejo y que apuran para vacacionarlo. Más o menos pensando ello escribí lo siguiente a fines del 2009, ahora me veo obligado a cambiar un par de detalles para asimilarlo a estas fechas.

Es mentira, se engañan los que creen que en febrero (2010) van a cambiar, lo mismo dijeron para este mes (2009) y miren cómo están, peor. Los cambios se dan, no se esperan. Los cambios que se deben hacer no se apuntan en agendas, no es proyecto que inicie un día prefijado, el primero del mes, el lunes de la semana, el primer día del año. No. El cambio es algo presente, decir futuro es pretexto para nunca hacerlo, para continuar amarrado a la larga ilusión de existir sin vida. El cambio se hace en el momento.

Diciembre 2009
AZAÑA ORTEGA

jueves, 14 de enero de 2010

Haití y la hipocresía*


Quise escribir con respecto a los hechos funestos acaecidos en el pequeño país de Haití, pero al medio día me encontré con las líneas siguientes y supe de inmediato que ya no escribiría.

Todo el mundo habla ahora de Haití.
Claro, su terremoto llama la atención. Sus casas destruidas son fotogénicas, su palacio presidencial en escombros es espectacular, sus negros quejumbrosos tienen buena voz.
Y, además, están los aviones y las tropas de Obama, aviones y tropas que Haití conoce muy bien en otras circunstancias nada telúricas.
Y los socorristas de todos los países, que llegan de todas partes con su humanitarismo en ristre y sus perros especialistas en distinguir a vivos de muertos. Con eso y los ayes de los sobrevivientes se harán los noticieros de los próximos días.
Porque Haití puede haber sido semidestruido, pero con sus ruinas se harán periódicos y televisiones. Siempre hay un lado bueno en las desgracias.
Porque Haití ahora sí que es noticia.
Gracias a lo que el periodismo de entrecasa llama “las fuerzas de la naturaleza”, Haití es hoy noticia.
Ha necesitado un terremotazo de grado 7 y con epicentro a 15 kilómetros de Puerto Príncipe para volver a ser noticia.
Digamos que Haití ha pagado el peaje tarifario para ser noticia: miles de muertos, miles de viviendas y edificios en el suelo, gente aturdida por doquier, réplicas que no parecen acabar, una polvareda humeante que amenaza su cielo siempre azul.

Pero este país espectral que ahora se luce en las pantallas de cristal líquido es el mismo de siempre: 400 dólares de ingreso anual per cápita, más de nueve millones de habitantes sobre una superficie de apenas 27,000 kilómetros cuadrados, 50 por ciento de analfabetismo, una derecha presocrática empeñada en brutalizar a quien se atreva a intentar cambiar las cosas.
Hundido en la pobreza extrema y crónica, demostración plena de que hay países inviables, Haití es, más allá de males propios, el producto degenerado de años de intervencionismo militar estadounidense.
Estados Unidos lo tuvo bajo la bota de su imperio desde 1915 hasta 1934. No parecía ese un destino muy justo para un país que Francia había inventado como fábrica de esclavos desde el año 1697, tras arrebatarle a España parte del territorio colonial de la isla La Española, y que en una gesta sin precedentes, había sido liberado gracias a una guerra liderada por dos esclavos que terminaron derrotando a los franceses el 1 de enero de 1804, el año de su precoz independencia.
Esos dos Espartacos exitosos, esos dos gigantes de la epopeya anticolonial en el Caribe se llamaron Toussaint-Louverture –que moriría en Francia vejado y torturado- y su discípulo Jean Jacques Dessalines, que aplastó a las tropas imperiales francesas en la decisiva batalla de Vertierres.
Quizá los problemas de Haití empezaron cuando Dessalines, el primer guerrillero heroico de América Latina, se proclamó, para sorpresa de muchos, emperador. La trayectoria circular pudo empezar en ese momento.
Papá Doc, esa bestia sanguinaria y rapaz que se proclamó “Presidente Vitalicio” a partir de su elección en 1957, fue un ahijado de Washington. Y lo fue también su hijito y sucesor Jean Claude, el llamado Baby Doc.

Cuando eso ya no pudo sostenerse, entonces vinieron las elecciones supervisadas internacionalmente.
Y cuando las elecciones encumbraron a Jean Bertrand Aristide, un curita respondón y de izquierdas, entonces Washington frunció el ceño.
Pero Aristide no hizo mucho por justificar su fama de cura salesiano expulsado de la Orden por subversivo. De modo que Washington lo toleró.
Lo toleró tanto que hasta ayudó a reponerlo en la silla presidencial tras haber sido depuesto por el golpe del general Raoul Cédras.
Fue en el segundo mandato constitucional de Aristide cuando las cosas se pusieron feas.
Aristide restableció relaciones con Cuba, se acercó a la Venezuela de Chávez y propuso algunas tímidas reformas.
Estados Unidos respondió como siempre, aunque esta vez el golpe de Estado fue encubierto y tuvo una pincelada de sofisticación: en febrero del 2004 Aristide se vio obligado “a renunciar a su cargo” y fue embarcado en un avión bajo la vigilancia de una misión multinacional. Se exilió en la República Centroafricana y, más tarde, en Sudáfrica.
Ayer Aristide, lamentando la tragedia de su país por lo del terremoto, reiteró lo que todos sabíamos: que Estados Unidos estuvo detrás de su derrocamiento y que aquella “renuncia” fue una farsa.
Pero ese es el Haití que no es noticia.

Porque ni la violencia imperial ni el hambre ni la miseria como norma ni la corrupción como endemia ni el dolor silencioso de los miserables son noticia.
¿Haití ha sido destruido por un terremoto?
No lo creo.
Haití vive en estado de cataclismo institucional y nadie dice nada.

*Por César Hildebrandt. Publicado hoy en el Diario La Primera.

domingo, 10 de enero de 2010

Retratos

Había otra razón, no aceptaba la solicitud, además, porque prefería mantener en anonimato los colores y las formas precisas de las que estaba (está) compuesta. Había como que un encanto disímil e inexplicable, una rara fascinación por algo similar a lo metafísico y a lo remoto, una imagen construida a partir de palabras y no de la vanidosa huella de una cámara. Confieso que al mirar sus retratos, en primer lugar me ha parecido que la he visto en algún sitio pero nada exacto, como si haya llegado y con la misma se haya ido. Entonces más que el vestigio o la impresión que pudo quedarme tendría la sensación, la he buscado y ha sido infructuosa, me he sentido mal, sobre todo porque al desaparecer esa supuesta primera sensación donde la veía viva, la ha reemplazado esta nueva donde está quieta, desamparada a la crueldad del momento, muertamente viva, vivamente muerta… Lo sentido no fue lo ideal.

Hubo una donde me ha transmitido temor, no hablo del aspecto físico, sino de cierto gesto inconsciente del instante en que fue tomada, captó un segundo donde los movimientos faciales no fueron de los más sublimes, entonces me he visto transportado a cierto desorden o miedo, no, no es miedo, es otra cosa a la que no encuentro nombre, una textura disuelta en el aire, una partícula que desdeña momentos, alguna señal inconclusa que no logro representar y lo llamo cojudamente miedo. Ha habido otras donde encuentro manchas de tristeza, una tristeza acumulada a pesar de cualquier sonrisa, como si aquella mueca risueña solo serviría de amparo ante la gravedad, como una batalla que a pesar de ganada siempre recuerda a sus caídos, un aspecto taciturno de llorar mucho por trivialidades que se agigantan con el reloj y con los recuerdos (tontamente), había al mismo tiempo un aire de sensibilidad errónea o a lo mejor sensibilidad que no ha sido del todo descubierta o destapada por el latente temor a las heridas. No hay duda de que existe una extraña belleza, pero también un acertijo o laberinto para ingresar a ella, como que si el encanto no estuviese allí en esa quietud inmortal, sino en la oscilación del tiempo o en la imperfección de los días.
AZAÑA ORTEGA

jueves, 7 de enero de 2010

La inconsciencia del hábito

Cada noche, cuando llega la hora de dormir, cierro las ventanas y la cortina, y antes de acostarme abro un libro o escribo o veo una película (últimamente muy pocas veces toco la guitarra). Generalmente al costado derecho de mi cortina queda un poco entreabierto, volteo, y está cerrado, en realidad es el presentimiento de que hay un agujero por el que se penetra la oscuridad, entonces ese voltear es necesario, urgente, si no lo hago es casi imposible concentrarme. Mala costumbre adquirida en días inconscientes y recién me percato. Cómo son los hábitos, van formándose mientras uno se ocupa de otras cosas y el día menos pensado ya lo tenemos cargado en nuestra vida como parte de alguna solución que no se buscaba o como otro problema más.

AZAÑA ORTEGA