domingo, 11 de octubre de 2009

No solo para fumadores




El año pasado en una de las correspondencias que mantenía con una agradable pintora (hoy toda una ingrata), le escribí las siguientes líneas luego de leer «Solo para fumadores» de Julio Ramón Ribeyro.

Si gustas de fumar cigarrillos tendrías que estar contenta; te muestro lo que he encontrado: «Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tacaco… Quien vive sin tabaco, no merece vivir», frase que no comparto, pero ya la tienes. Te muestro otra por si no te convence la precedida: «No comprendo cómo se puede vivir sin fumar… Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar… Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme». Pensamiento que consideraría si gustara de fumar; como no me apetece lo tomo simplemente como valor literario pues fueron escritos por dos grandes. El primero por Moliere, el segundo por Thomas Mann.

Morir de cigarrillo con el humo en la mano. Julio Ramón Ribeyro, como otros escritores, se murió por ser fumador; aunque de joven ya lo habían operado por tal motivo, continuó fumando hasta sus últimos días. Miento, sus últimos días ya no pudo fumar, tampoco pudo recoger personalmente el Premio Juan Rulfo por mejor cuentista. Murió el año 94 del siglo pasado. Una frase que puede describir su carácter: «Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar», de André Gide.

El relato habla de la presencia de los cigarrillos en su vida, lo trascendental que fue para él; luego de ser operado se le prescribió que deje el cigarrillo de manera radical, y lo hizo, pero solo por un pequeño tiempo. Confiesa que sin el cigarrillo no podía escribir, y él no podía vivir sin escribir, entonces como vivir sin escribir era como estar muerto, prefirió fumar y así volver a la vida escribiendo hasta que la muerte no deje en él más que rastros de una resistente humareda. Luego de su operación vivió más de veinte años con el cigarrillo en la mano.

Octubre de 2008
AZAÑA ORTEGA