viernes, 21 de enero de 2011

Mediocridad o Rehén del Minotauro

Estoy confundido. Cuán riesgoso puede ser que me encuentre feliz en la melancolía, cuán peligroso caminar por ese filo, cuán dañino no ver la vida con optimismo y no estar contento con ella. La melancolía es mi naturaleza, verdad inexplicable: en ella me encuentro, en ella soy, en ella siento una compleja dicha. Muchas veces una sonrisa en mi rostro es señal de una secreta tristeza.

Sin embargo, una cosa es mi melancolía y otra mi mediocridad. Estoy agotado de referir mi vida con pesimismo, irritado de no tener perseverancia, indignado con mi desorganización, mi irresponsabilidad, mi desorden. Es lamentable que todavía sea una constante. Esto me causa otra clase de tristeza, una tristeza negativa más cercana a la depresión que a la alegría. Todos los días en algún momento me digo que ha llegado la hora de enmendarme pero camino con desorden y en ese laberinto me pierdo siendo cómoda presa del Minotauro. No hay Teseo que me salve. Yo soy mi propio Teseo. Allí radica la dificultad. Soy yo el salvador de mi mundo cuando no he sido capaz de cargar ninguna cruz: antes de que los clavos martillen mi piel ya he estado muerto.

No me siento bien, ni siquiera Chopin me alivia. Esta sensación viene de otro sitio, sus espuelas no tienen el aroma presente, están impregnadas de la hediondez del pasado. Un pasado que se pudre sin verdadera solución, un pasado que trae sus mantas, las aloja en mi cama y se acuesta conmigo todas las noches. No estoy seguro si siempre despierto con él, pero hoy él me ha despertado. Sucumbo. Alguna vez Hebe que ahora vive en París me dijo que derrote a la muerte con la palabra, con mi palabra. Siento que esa tarea es muy alta, apenas la observo desde el sótano. Recuerdo que le decía que la sensación de muerte me rodeaba, era tangible y ubicua; hoy esa sensación ha menguado y casi no aparece; no tengo motivo para intentar derrotarla, además Epicuro en una carta le escribe a Meneceo que no debemos preocuparnos por ella porque cuando nosotros somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos.

Nadie podrá sacarme de este sótano, ni la música ni alguna persona querida ni películas ni los cielos ni siquiera mamá a quien amo tanto. Sólo a mí me concierne, se trata de mi vida y no de los demás. Estoy solo en este sótano sin luz. Tanto tiempo transitando esta baldosa ya me ha dado una orientación, el error es que camino en círculo y no voy más allá quizá por miedo a tropezar o por miedo a alguna refulgencia. Habituado a este encierro la vida no ha sido tan desagradable pero sí inútil y ahora irritante; debo crear una escalera, intentar alcanzar la superficie, el camino en círculo sólo lleva al mismo lugar. Yo estoy cansado y enfermo por estar siempre aquí, en lo mismo, en la indigna ruina de no persistir por lo que yo quiero. Lo he dicho alguna vez: para mí todo fracaso es digno porque todo fracaso implica el sudor, el riesgo, el haber al menos luchado. Yo no puedo tener la dignidad del fracaso porque en mí no ha habido lucha, no ha habido nunca persistencia ni disciplina, he preferido la renuncia a la perseverancia. En ese sentido soy, y quizá siempre lo sea, un hombre mediocre. No de una mediocridad aristotélica en que la excelencia y la virtud son parámetros del justo medio. Mi mediocridad es de las más vulgares y de las más infelices porque no gozo con esta mediocridad, porque estoy hastiado de esta nebulosa y sin embargo duermo en ella.

A veces pienso que hubiera sido mejor quedarme en la ceguera de la mayoría, aplastarme a mirar los programas de televisión, matar el día frente a la computadora en la comunidad de solitarios (que nunca están consigo mismos) y seguir en esta rutina ocupado en lucrar para amontonarme de vanidades innecesarias y mintiéndome que la vida es hermosa.

Pero no puedo, no puedo porque no quiero, porque no me sentiría a gusto, porque esa no es mi vida, porque prefiero morirme ahora mismo que ser un encadenado más de esta época barata, pordiosera y nula. Sin embargo, soy un encadenado más, sólo que en mí existe conciencia de esta cadena (condena). Y no puedo negar que por ratos batallo por desencadenarme, pero es una batalla raquítica que pierde vitalidad al primer soplo en contra. Por eso a veces creo que nunca saldré de este sótano, viviré encerrado buscando maderos para crear la escalera donde no hay ni siquiera árbol ni tierra. (Y menos semillas).



AZAÑA ORTEGA

sábado, 15 de enero de 2011

Tropezar nos hace bien, pero tropezar con inteligencia. Es decir, arriesgando el segundo por conseguir un mañana. Tropezar en la misma falencia y sin arriesgar el menor golpe, la menor lágrima, el menor porvenir, es una total injuria contra nosotros mismos.

enero 2009
AZAÑA ORTEGA

viernes, 14 de enero de 2011

Es necesario respirar presente a presente, establecer un orden, sin el apuro desgraciado en que uno mismo se pisa el talón.

enero 2009
AZAÑA ORTEGA