miércoles, 30 de septiembre de 2009

III


Hoy la veo tan distinta que a veces creo que esos recuerdos no son más que historias imaginadas. He dejado de ser su parroquia, acaso porque he crecido y se avergüenza, acaso porque es más estable en sus sentimientos y su conducta ha dejado de ser la de muchacha enamorada, acaso porque las preocupaciones también cambian de rumbo y ya no se tiene tiempo para adentrarse en trivialidades juveniles, acaso porque ahora es madre y debe ser un ejemplo para sus dos hijas, acaso porque la vida enseña y caer en el mismo hoyo dos veces no está permitido. En la actualidad solo acude a mí con sentencias de hermana preocupada por el menor de los hermanos, el más escuálido, ese que parece más un espantapájaros que una persona y sufre de vértigos y también sufre de poesías.

Hermana se acuesta tarde y se levanta primera. Yo me acuesto menos tarde y me levanto último. Por lo general reniega, aunque su carácter risueño no le permite vivir en ese estado. Ya no esconde sus sentimientos, lo que tiene que decir lo dice, se expresa con la mayor libertad posible, ella no se enmascara y deja que su vida sea una apariencia de lo que quiere ser, es ella misma. El temor es para mediocres como su hermano menor, ella no le teme a nada. En realidad, solo hay una cosa a la que le teme, sospecho que por eso lloró la última vez. Intenté ir a consolarla pero hubo algo indeterminado que me detuvo, me fui a mi habitación y presencié la misma tristeza infantil aunque ahora sólo escuchada de lejos; ya no me acerqué, tampoco ella me llamó. El tiempo no cambia, nosotros cambiamos en el tiempo.

setiembre 09
AZAÑA ORTEGA