Pero un día una piedrita me dijo que la vida no ha nacido para jugar, sino para darle oraciones mañana tarde y noche, que los sufrimientos son el único pan que nunca falta, y que acostumbrarnos a ella es de sabios, de hombres eternos que pasan los cielos. Y qué inventar, si no se es sabio, y si en lugar de pasar los cielos, nos quedamos aquí abajo, qué orar si nos quedamos sin boca y sin pensamientos, cómo caminar a la trascendencia celestial sin sacarnos los anteojos. Pues, Señor, a la vida le gusta ser abstracta, insensible, vengativa y humana. No come nuestro pan, ni toma nuestras sopas, pero se lleva a nuestros panaderos, a nuestras cocineras, a nuestros amigos, a nuestros amores y a nosotros mismos. Convierte nuestra vida en eterno camposanto. Lo peor es que nosotros presenciamos las tumbas, colocamos la cruz y regresamos a casa para proseguir con nuestro entierro.
febrero 2010
AZAÑA ORTEGA