sábado, 21 de noviembre de 2009

Me he sentado a mirarte desde mi techo, tus aguas no parecen azules, sino amarilla extensión del Sol frágil y solitario que cosquillea a las cinco y cuarenta y dos de la tarde. Mientras te ilumina suave y mariconamente y unos barcos desarman tu tranquilidad, me pregunto si en verdad vale la pena vivir, si vale la pena despertarse y persistir en esta rutina idiota que contamina, si es indispensable continuar en la universidad, si es preciso y correcto sufrir ilusiones creyendo que se está ante el amor de nuestra vida, si es imprescindible conversar futilidades largamente para exorcizar la mierda que crucifica. Me pregunto, en fin, si vale la pena morir por esta vida.

Quizá lo único que me mantiene es ver el rostro de mamá, pensar en papá y contemplar este mar que flamea.


AZAÑA ORTEGA