Moisés Azaña Ortega
sábado, 11 de abril de 2009
Existen mujeres en las que no son necesarias las palabras ni el maquillaje ni la higiene. Su fisonomía queda reciclada al segundo o tercer plano de la geometría estética; incluso los años que pueden acuchillarle arrugas son una nimiedad ante la estructura total de su existencia. Basta que suelten un gesto, alguna mueca risueña, común o genuina, para caer despanzurrados en la glorieta del amor.
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