jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Y la Navidad?

Ha pasado menos de una semana y ya se han olvidado de su amor cristiano por la Navidad. Ahora piensan en el muñeco y en la juerga de Año Nuevo.

La Navidad se ha prostituido. Va perdiendo el significado primigenio (o ya lo ha perdido) para convertirse en la Casa de Papa Noel. Son pocos los que celebran en verdad el Nacimiento de Jesucristo o, al menos, como acto simbólico de paz y de amor. Colmamos un mundo donde interesan más los regalos, los arbolitos, las luces, los artefactos pirotécnicos, los panetones, el pavo… que el real sentimiento fraterno. Nuestro individualismo nos mata, y contribuye a esta Navidad sin corazón.

Para mí diciembre siempre ha sido un mes demasiado triste. A pesar de tantos adornos en las casas, y tantos buenos deseos automáticos que expresan las radios, las televisoras y los amigos, en estos días ocurren más accidentes que en todo el año, más buses caen a los precipicios, hay más niños calcinados, mayor explotación en los súper mercados y en las empresas, más caos, más casas huachafas llenas de luces musicales, más propagandas que nos dicen que solo uno será feliz si compramos tal o cual cosa, mayor consumo de electricidad (¿y el calentamiento global?, ¿y el cuidado de la Tierra?), mayor solidaridad interesada colmadas de bondades mentirosas, más taxis, más combis y más ladrones en las avenidas… En suma, más muertos despedazados, mayor desorden y las diferencias sociales son mucho más notorias.

La Navidad en estos tiempos se ha constituido en una fiesta pomposa celebrada por el que puja y se las gana, y también por aquel que no puja pero igual gana. En realidad Navidad es, como escribí el 2007, el Día de todos los centros de venta. El Día de Papa Noel, aunque este ya no obsequia ilusiones, las impone. Y los niños se ilusionan y exigen a sus padres juguetes y ropas cuando en muchas casas no hay siquiera para un buen alimento y comer panetón es un lujo. Los que no tienen, no ingresan a este Club de la falsa alegría. Quedan excluidos, como siempre, y, paradójicamente, son los que más van a las Iglesias y oran a un Dios que se ha olvidado de ellos.

Pero a pesar de todo —como escribí en un saludo—, no debemos dejar que la Navidad se convierta sólo en Papá Noel, sus renos, los arbolitos, panetón y los regalos. Contribuyamos a que sea más que un mero juego de niños pequeños y de niños adultos. Feliz Navidad, pero que este «feliz» no solo sea simple saludo de compromiso, vívanlo. Hora de meditar si algo está yendo mal, ver la raíz y tratar de enmendarlo. Hora de ser auto crítico, observar nuestros propios errores e ir tajándolos. Retos, todos los días.

Felicidades.


AZAÑA ORTEGA

domingo, 20 de diciembre de 2009

-Si Dios o Alguien nos pagase por vivir, 
nuestra vida sería menos desdichada pero también menos sabrosa-

Agosto 2009
AZAÑA ORTEGA

sábado, 12 de diciembre de 2009

La defensa de la vida


Por César Vallejo*

Yo no puedo consentir que la Sinfonía Pastoral valga más que mi pequeño sobrino de 5 años llamado Helí. Yo no puedo tolerar que Los hermanos Karamazof valgan más que el portero de mi casa, viejo, pobre y bruto. Yo no puedo tolerar que los arlequines de Picasso valgan más que el dedo meñique del más malvado de los criminales de la tierra. Antes que el arte la vida. Esto debe repetirse hoy mejor que jamás, hoy que los escritores, músicos y pintores se las arreglan para evadir la vida a todo trance. Conozco a más de un poeta moderno que suele encerrarse en su gabinete y sacar de allí versos desconcertantes de ingeniosidad, ritmos habilísimos, frases en que la fantasía llega a espasmos formidables. ¿Su vida? La vida de este poeta se reduce a dormir hasta las dos de la tarde; levantarse, sin la menor preocupación, o, a lo más, bostezando de tranquilidad y aburrimiento y ponerse a almorzar con buenos cigarros hasta las 4 de la tarde; leer luego los periódicos y volver a su cuarto a forjar sus versos ultramodernos, hasta que vuelve a tener hambre a las 8 de la noche. A las 10 de la noche está en un café de artistas, comentando regocijadamente los dichos y hechos de los amigos y colegas y a la una de la mañana torna a su cuarto, a forjar nuevos versos asombrosos, hasta las 6 de la mañana, en que se queda dormido. De una existencia tal sale, como he dicho, una obra plena de imaginación, rebosante de técnica, deslumbrante de metáforas e imágenes. Pero, de esa misma suerte de existencia no sale más; de allí no puede salir más que una gran técnica en el verso y una suma y sutil habilidad de composición. En cuanto a contenido vital, nada.

*Fragmento del artículo que escribió en París el año 1926 para la revista El Norte.

lunes, 7 de diciembre de 2009

EmEn

I
Yo también soy eso, esa carga de dudas, esa carga de silencio, de amarguras, de nostalgias. También soy lo que no quieres ver de mí, la fragilidad, la doble indecisión... Soy eso y soy lo contrario. Una vela que se apaga, un foco que se enciende, un par de zapatos rotos, una docena de camisas parecidas, un Marlboro fumado a medias, cafés de madrugada, anises por la tarde. Una desarrapada ilusión que se marchita y nunca muere, cuatro sacos de hambres, un libro aburrido que muere en el prólogo y resucita en epígrafes. Un corazón que extraña, un corazón que ve a mamá por las noches (dormida) e inusitadamente se entristece. La carestía apellidada, una victoria que nunca llega, la guerra inacabable por encontrarme, la mísera resignación de haber nacido humano.

II
No soy a quien puedas amar. Ayer soy, mañana no soy, y hoy dudo si alguna vez en realidad he sido. Y tú buscas ese algo ideal, aquel rasgo estable que te lleve de la mano y alce la frente cuando camina. Porque puedo estar bien y puedo estar mal y mi expresión no te dice nada, porque puedo amar a la pared del cuarto de papá, a la escalera de madera que nunca hizo, a las piedras, hojas secas y plumas que guardo en el escritorio, al olor de eucalipto y hasta el peor libro que he leído. Porque no soy lo indicado ni dejaré de ser la decepción que hipócritamente saludas en esos encuentros sin paraíso.


Noviembre 2009
Moizés AZAÑA ORTEGA

lunes, 30 de noviembre de 2009

sábado, 21 de noviembre de 2009

Me he sentado a mirarte desde mi techo, tus aguas no parecen azules, sino amarilla extensión del Sol frágil y solitario que cosquillea a las cinco y cuarenta y dos de la tarde. Mientras te ilumina suave y mariconamente y unos barcos desarman tu tranquilidad, me pregunto si en verdad vale la pena vivir, si vale la pena despertarse y persistir en esta rutina idiota que contamina, si es indispensable continuar en la universidad, si es preciso y correcto sufrir ilusiones creyendo que se está ante el amor de nuestra vida, si es imprescindible conversar futilidades largamente para exorcizar la mierda que crucifica. Me pregunto, en fin, si vale la pena morir por esta vida.

Quizá lo único que me mantiene es ver el rostro de mamá, pensar en papá y contemplar este mar que flamea.


AZAÑA ORTEGA

miércoles, 18 de noviembre de 2009

La melancolía es la dicha de estar tristeVíctor Hugo

Cuando uno está encerrado en sus cuatro paredes se pierde de mucho. Vive engañado de verdades que inventa y la realidad se separa históricamente por renglones y no por los días. Salí al balcón, la llovizna caía suave, la neblina entristecía a cualquiera, el girasol agachado miraba el suelo, me daba la espalda (me ignoraba) y las personas que transcurrían por la noche parecía que llevaban en su espalda una cruz pero muy distinta a la de Cristo. Era una cruz creada por sufrimientos sacados de la televisión y no de la vida, me recordaba mucho a los pedazos de tripley cargado por un amigo cuando hizo de Jesucristo, o sea todos ellos me parecían un teatro, tan mentira, tan apariencia pero esforzándose asemejarse lo más posible a eso que llamamos vida que los sentí muy repugnantes: destruyeron el paisaje triste que trataba de instalar en la garúa.

Entonces la frase de este epígrafe se fue al diablo.

julio 09
AZAÑA ORTEGA

viernes, 13 de noviembre de 2009


porque ya hemos crecido y ahora nos toca ir doblándonos, 
descender, 
agacharnos hasta que un día nuestra involución se torne un bulto inorgánico-

Abril 09
AZAÑA ORTEGA

viernes, 30 de octubre de 2009

Todos los días camino, avanzo, leo, trato de ficcionar que he aprendido o estoy aprendiendo y sin embargo me parece que continúo en la primera página, que lo leído no ha sido ni siquiera el prólogo, que apenas soy la idea de un libro que aún no se ha escrito y que quizá jamás se escriba.

setiembre 09

AZAÑA ORTEGA

lunes, 19 de octubre de 2009

Noche rosada


A manera de Prólogo:
No soy simpatizante del fútbol, por lo menos no del que se exhibe acá que da lástima con equipos como la U y Alianza y Cristal y hasta mi pobre equipo rosado. En verdad, el fútbol me da sueño, prefiero estar tocando guitarra o leyendo o durmiendo o perdiendo el tiempo conversando… o escuchar al padre Oviedo en sus pláticas con Belmont. El fútbol de aquí no solo (me) da sueño, (me) da cólera, sin embargo masoquistamente veo los de la selección peruana, después nada. Ni siquiera miro cuando juega el Boys, equipo de mis amores, salvo si se juega la final como ahora. Y un campeonato no lo gana así no más, hay que celebrarlo, por eso decidí escribir algo que muestre mi alegría; déjenme festejar esa pequeña gloria, déjenme morder de ese elixir que quizá jamás vuelva a probar. ¡Vamos Boys!


*
«El 28 de Julio de 1927, un grupo de entusiastas muchachos, cuyas edades fluctuaban entre los 11 y 15 años, concretaron una idea de Gualberto Lizárraga: formar un club. Y se reunieron, desde tempranas horas de la noche del 27, en la casa de Ricardo Arbe, situada en la chalaquísima avenida Sáenz Peña signada con el número 724. A las 0:00 horas del 28, el grupo, integrado en su mayoría por alumnos del colegio San José de los Hermanos Maristas, entonó el Himno Nacional recordando el 106 aniversario de nuestra independencia, y de inmediato empezó la deliberación para formar la primera junta directiva. La presidencia recayó en el joven que lanzó la idea: Gualberto Lizárraga. El nombre del club, decidido por unanimidad, fue Sport Boys Association, y jamás ha sido cambiado desde entonces».



I
Cuando el alma gana una ilusión no es más que la ganancia de la cruel posibilidad del fracaso o del éxito. Sport Boys Association el año pasado descendió a la Segunda División de fútbol, mi ilusión paleolítica de ver a mi equipo dando la vuelta olímpica con la copa en mano, se deshizo, me derrumbó, y si no lloré fue quizá porque tomé el consejo de Montaigne: «parece que el alma, quebrantada y conmovida, se pierde en sí misma si no se le da aplicación. Es preciso en toda ocasión que se proponga un fin y actúe».

Boys es un equipo que no vende ilusiones, las obsequia. Uno las toma, las amolda en su brazo y deja que su corazón juegue con las palpitaciones hasta que los bombos retumben en el estadio con coros y olas y gritos y lágrimas. Ya lo dijo uno de sus futbolistas: «Boys es un equipo que está hecho para sufrir». Es decir, es la resaca de todo lo sufrido; el poeta César Vallejo también sería hincha de este equipo.

No quiero hacer de estas líneas un intento de que quien lo lea se ponga la camiseta rosada, tampoco una alabanza, prédica u oración hacia la Misilera, no quiero beatificar a la institución, ni decir que este equipo es lo mejor que se haya visto, mejor incluso que el Real Madrid. No necesito mentir. Desde que tengo memoria y uso de razón Boys no ha sido campeón, aunque la historia escribe que fue el primer campeón del fútbol peruano y de modo invicto, además campeón seis veces y otras subcampeón en el fútbol nacional y buenas campañas en la Copa Libertadores, asimismo el único que conformó la selección peruana de manera íntegra en los juegos olímpicos de Berlín, etcétera; en estos últimos años, sin embargo, ha sido un equipo de grandes sueños y pocos triunfos, luchador de los primeros puestos, aguerrido ante los próceres del balón, idiotizado ante los chiquitos. Daniel F, también rosado a morir, alguna vez mencionó que su banda Leuzemia es como el Sport Boys, siempre a media tabla. Tal vez pueda decir que Boys era el espejo de mi propia miseria: perseguidor de un propósito a pesar de las adversidades pero de manera desorganizada. Esta y, sobre todo, razones dirigenciales, hizo que el barco deportivo naufrague a la segunda ante la vista de la Fortaleza del Real Felipe, las lágrimas de los chalacos y el dolor de todos en general por ser un equipo querido y con historia. Boys bajaba y tenía que enfrentarse contra el Deportivo Municipal, San Marcos y otros, entre ellos, el Cobresol.

II
Tras una buena campaña en el año, ayer disputaron la final. Siete de la noche. Estadio Miguel Grau, no entraba ni un grito más; el color rosado y negro, los matices supremos del Callao bandereados con el soplo del Pacífico. Los nervios empezaban. Antes de que empiece la disputa por el ascenso, estuve comprando libros en Amazonas. Compré solo dos y un disco de Mario Lanza. En el camino de regreso, pensaba en todo menos en el partido, estaba tan abstraído con los libros comprados y la alegría de tenerlos, que olvidé por un momento que se jugaba la Copa. Cuando supe la hora, creo que más de las siete y media, no pude contener los pasos (olvidé decir que ya había bajado del carro). Ozzy, también partidario del mismo equipo, era el punto de reunión. ¿Cómo estarían jugando, ya habrían anotado, en qué minuto estarían? Lo que me alarmó fue escuchar de varias casas voces difusas de los comentaristas.

Toqué su puerta, lo llamé y salió. Se escuchó de su tele el canto efusivo de un gol. Su rostro no expresaba buenas noticias. «¿Gol de Cobresol?». Para mi alegría, dijo que el Negro Waldir había anotado. Ganábamos 1-0. ¿La alegría empezaba? Boys estaba obligado a ganar, un empate no servía de nada, si empataba, Cobresol campeonaba y ascendía.

«¿Cuánto dura ser feliz?: son segundos nada más»: Cobresol, luego de nueve minutos, anotaba el empate. Con el 1-1 se irían al descanso, la tensión continuaba. No apto para cardiacos.

Segundo tiempo. Un imprudente e iracundo jugador del Boys se hace expulsar tontamente a los ocho minutos, apenas había jugado. A los 25’ Ozzy y yo, inusitadamente, mentaríamos improperios en son de lamento. Cobresol ganaba 2-1, faltaba solo 20’ para que el árbitro diera el pitazo final, Boys tenía un hombre menos, me esperaba lo peor, no podía esperar un año más para ver a mi equipo en primera. Nos apagamos, ya casi sentenciábamos la derrota, yo me veía renegando, como la semana anterior tras la tonta derrota peruana ante los argentinos, veía una noche gris, amarga.

Seis minutos más tarde retornaría la esperanza, Waldir con un zurdazo metía el balón a las redes del equipo moqueguano: 2-2.

El partido moría, pero las ganas de vencer estaban intactas. Cobresol con ese empate tenía asegurada la copa. Sin embargo, Carlos Elías nos tenía una sorpresa a los 39’: ¡Gol!: 3-2.

Podemos llorar por alegría o por pena, pero llorar al fin y al cabo. Cobresol lloró de pena, de impotencia y de rabia. Boys, de alegría: tenía la copa, tuvo los huevos, tiene la gloria. La felicidad vestía color rosa, en su espalda y su pecho el nombre de la institución chalaca ascendía hasta el cielo. Habíamos ganado, Sport Boys campeón, se salía el mar.




AZAÑA ORTEGA

domingo, 11 de octubre de 2009

No solo para fumadores




El año pasado en una de las correspondencias que mantenía con una agradable pintora (hoy toda una ingrata), le escribí las siguientes líneas luego de leer «Solo para fumadores» de Julio Ramón Ribeyro.

Si gustas de fumar cigarrillos tendrías que estar contenta; te muestro lo que he encontrado: «Diga lo que diga Aristóteles y toda la filosofía, no hay nada comparable al tacaco… Quien vive sin tabaco, no merece vivir», frase que no comparto, pero ya la tienes. Te muestro otra por si no te convence la precedida: «No comprendo cómo se puede vivir sin fumar… Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo presentimiento. Sí, puedo decir que como para fumar… Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme». Pensamiento que consideraría si gustara de fumar; como no me apetece lo tomo simplemente como valor literario pues fueron escritos por dos grandes. El primero por Moliere, el segundo por Thomas Mann.

Morir de cigarrillo con el humo en la mano. Julio Ramón Ribeyro, como otros escritores, se murió por ser fumador; aunque de joven ya lo habían operado por tal motivo, continuó fumando hasta sus últimos días. Miento, sus últimos días ya no pudo fumar, tampoco pudo recoger personalmente el Premio Juan Rulfo por mejor cuentista. Murió el año 94 del siglo pasado. Una frase que puede describir su carácter: «Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar», de André Gide.

El relato habla de la presencia de los cigarrillos en su vida, lo trascendental que fue para él; luego de ser operado se le prescribió que deje el cigarrillo de manera radical, y lo hizo, pero solo por un pequeño tiempo. Confiesa que sin el cigarrillo no podía escribir, y él no podía vivir sin escribir, entonces como vivir sin escribir era como estar muerto, prefirió fumar y así volver a la vida escribiendo hasta que la muerte no deje en él más que rastros de una resistente humareda. Luego de su operación vivió más de veinte años con el cigarrillo en la mano.

Octubre de 2008
AZAÑA ORTEGA

miércoles, 30 de septiembre de 2009

III


Hoy la veo tan distinta que a veces creo que esos recuerdos no son más que historias imaginadas. He dejado de ser su parroquia, acaso porque he crecido y se avergüenza, acaso porque es más estable en sus sentimientos y su conducta ha dejado de ser la de muchacha enamorada, acaso porque las preocupaciones también cambian de rumbo y ya no se tiene tiempo para adentrarse en trivialidades juveniles, acaso porque ahora es madre y debe ser un ejemplo para sus dos hijas, acaso porque la vida enseña y caer en el mismo hoyo dos veces no está permitido. En la actualidad solo acude a mí con sentencias de hermana preocupada por el menor de los hermanos, el más escuálido, ese que parece más un espantapájaros que una persona y sufre de vértigos y también sufre de poesías.

Hermana se acuesta tarde y se levanta primera. Yo me acuesto menos tarde y me levanto último. Por lo general reniega, aunque su carácter risueño no le permite vivir en ese estado. Ya no esconde sus sentimientos, lo que tiene que decir lo dice, se expresa con la mayor libertad posible, ella no se enmascara y deja que su vida sea una apariencia de lo que quiere ser, es ella misma. El temor es para mediocres como su hermano menor, ella no le teme a nada. En realidad, solo hay una cosa a la que le teme, sospecho que por eso lloró la última vez. Intenté ir a consolarla pero hubo algo indeterminado que me detuvo, me fui a mi habitación y presencié la misma tristeza infantil aunque ahora sólo escuchada de lejos; ya no me acerqué, tampoco ella me llamó. El tiempo no cambia, nosotros cambiamos en el tiempo.

setiembre 09
AZAÑA ORTEGA

domingo, 13 de septiembre de 2009

Otra clase de arte


Para establecer un arte se debe tener una técnica. Arte sin técnica no es arte. Son muchas las que me gustaría aprender y ejercerlas con el mayor entusiasmo adentrándome más allá de lo establecido sin diferenciar categorías de pasión o de placer. Sin embargo, existen artes en los cuales por más que uno quisiera educarse, no se podría. Por ejemplo, yo no conseguiría desarrollar el arte de la culinaria, terminaría saboreando cada sazón, comiéndome todo, engordando hasta llegar al punto de no reconocerme en ningún espejo y colmar mi ropero de vestimentas de talla excesiva.

Pero hoy, a pesar de tantos restaurantes, se puede saber muchos oficios pero si no se sabe cocinar, se está en la prehistoria. Se es un hombre que no respeta su estómago y por tanto su vida. Quien no sabe ni siquiera cuestiones básicas, no debería llevar el apelativo de homo sapiens, debería continuar viviendo en cavernas alimentándose de carne cruda y con la frente en alto llevar el rótulo que le corresponde: homo hábilis.

La tendencia moderna a la desidia causa que la gente, con mayor frecuencia, no prepare de modo tradicional los guisos y sopas, sino que compre sobres de alimento instantáneo, y en segundos, haya un plato humeante que espere ser devorado. Pero ninguna preparación etiquetada reemplazará la mano de un buen cocinero y sus secretos y sus trucos para una mejor sazón, así prepare el apurado y perezoso (aunque suculento) Arroz con huevo. Huevos hay para todos los gustos, se viste de mil maneras: en tortillas, en queques, en papas rellenas, en tamales, en papa a la huancaína y uno de los alimentos preferidos de niños y grandes: el huevo frito. No tengo idea de cuándo utilizaron al huevo por primera vez como alimento. Habrá sido un gran avance, tal vez la derrota a un temor religioso. Si los antiguos hubieran sabido que en este tiempo se le iba a utilizar desmedidamente, estoy seguro de que no habrían dejado ovíparo alguno.

Primero se debe tener una sartén muy limpia sino quiere correrse el riesgo de que el huevo (el anfitrión de la mesa) quede pegado. A la hora de voltearlo para dorar la espalda, se destrozaría y en lugar de huevo frito parecería más un huevo hippie, es decir, incongruente a la estética normal de sus consanguíneos que han caído al mismo destino, una especie de voltereta en manicomio. Aceite, sal, si quieren mejor sabor: Ají no moto.

Se echará aceite a la sartén dependiendo de la cantidad que se querrá freír. Dejar reposar hasta que se escuche un tenue ruido incómodo; en ese instante se extraerá el huevo de la bolsa o estuche y con una mano, la derecha de preferencia, se golpeará en cualquier punta cercana, mejor si es en la cocina misma (tendrá esta doble uso, será el instrumento por excelencia). Para romper el cascarón no será necesaria una fuerza hercúlea, bastarán golpes suaves, muy suaves, evitando en todo momento el escándalo. Una vez rajado, se acercará lo más posible a la sartén y, con las dos manos previamente lavadas, sintiendo la calentura del aceite, se le dividirá en dos teniendo en cuenta que se está abriendo no cualquier objeto anodino, sino la virginidad de un cigoto, la yema y la clara que todavía no han sentido los latidos del mundo. Abrirán sus ojos ansiosas de esa luz que se esconde más allá de su celda, más allá de su caverna rosada.

Si se sigue los pasos, deberá caer con delicadeza y cuidado femenino, en caso contrario el peligro acechará de nuevo: el aceite salpica en cualquier parte, tal vez la mano, quizá el brazo, consecuencias peores: en el rostro. Esta experiencia inocente puede convertirse en el trauma que impediría la realización de un poeta del sartén, la imposibilidad de trascendencia en este campo sería calumniada por tal detalle ínfimo. Consecuencia trágica: las generaciones venideras se privarían la sazón del frustrado artista.

Percibirás cómo ante tus ojos se extiende un mar blanco que rodea a un sol pequeño y embarazado. La materia irá tomando consistencia. Aquí no vale adelantar el tiempo, el proceso continuará lento… Si olvidas echar sal, existe la suerte de poder enmendar la negligencia una vez frito, pero es preferible echarla en la sartén cuando está cogiendo el punto excelso. Con una espumadera se volteará con cuidado. Depende mucho de la especie de huevo que se quiere conseguir. Si es a la inglesa, bastará con que apenas se voltee unos segundos, teniendo cuidado de que la yema no se lastime; para menor complicación, solo se salpicará el aceite. En cambio si se desea bien frito, la yema, ese pequeño sol embarazado, se humillará ante la espumadera llorando su amarillo en el territorio de la sartén. Lo principal para saber si ya está en su punto, en este caso, no es por el deleite que el paladar pueda sentir, sino por la percepción.

En un plato, hondo o tendido, se acostará tímidamente el huevo. La posible combinación con algún potaje quedará en las manos del comensal.

Estas observaciones o consejos evitarán preparar un huevo que en la sartén deje de ser huevo para tornarse en el recuerdo de un huevo, la ceniza del huevo que nadie, ni siquiera el mismo que ha frito, se dignará a comer. Motivo por el cual me he tomado el trabajo de investigar acerca de su elaboración y experimentarlo. Y si algún día no tengo qué comer empacharme a punta de huevos fritos y no de cigotos carbonizados. Aquel día, quizás no sin falta de orgullo, seré el artista que fríe huevo y tiempo después crearé mi universidad donde enseñe a freírlos.

setiembre 09
AZAÑA ORTEGA

domingo, 6 de septiembre de 2009

Piedras en el escritorio


Eran tres o cuatro piedras las que tenía en el escritorio, cada una con un significado distinto, cada quien guardaba su propia aura, su propio color; era la concepción de un momento, el instante que había robado un pedazo de eternidad. Pero ayer cuando distribuía un nuevo orden a la mesa de estudio, me percaté que no eran tres o cuatro las piedras, sino más diez, entonces ese mundo tripartito que tenía en mente empezó a derrumbarse, inició mi confusión y los significados atribuidos cayeron al caos, todos terminaron siendo parte de todos, mezclados, confundidos, sin saber a cuál le pertenecía determinado valor. ¡De dónde salieron tantas piedras! ¡Cuándo las traje! ¡Qué valor les atribuí!

Están todas allí, ya no las puedo retirar, sería una ofensa contra mi persona y contra ellas que aunque no sienten, para mí están vivas.

26 de julio
AZAÑA ORTEGA

lunes, 31 de agosto de 2009

domingo, 23 de agosto de 2009

Soledades


Extrañarán volver a acostarse juntos, extrañarán los ronquidos que incomodaban e impedían volcarse en el sueño, extrañarán las pataditas, las breves discusiones que desvelaban sus noches; extrañarán tener en sus costados el pellejo grasoso que cada día aparentaba más a papel ajado que piel humana.

Se extrañarán. Cada uno pensará en el otro con más frenesí que los primeros días de enamorados, no dormirán por concluir una fantasía de reencuentro, por crear historias inverosímiles como creaban en su juventud sostenidos de la almohada. Tratarán de volver a encontrarse pero el encuentro tendrá que ser casual, disimulado y repentino sin que ninguno se vea descubierto en el plan diseñado noches atrás, pero ninguno se encontrará, kilómetros los separan.

Resignados se contentarán con recoger y pegar las fotos rotas que alguna vez endiablados echaron a la basura. La goma será la aliada de la nostalgia mientras el retrato se esté recomponiendo cual rompecabezas. Pero nada tendrá el mismo sentido, en vano humedecerán de gotas esas fotos, ninguna imagen será igual a la real; la acariciarán y luego de besar ese papel colorido entenderán que aquel pedazo de recuerdo es más frío que la estación en que viven sus cuerpos y sobretodo sus agobiadas almas. Sin saber, volverán a romperlo para volver a echarlo al tacho de basura con la categórica decisión de ya no recogerlas jamás. Antes de que se arrepientan la tirarán al primer camión de limpieza para después llorar arrepentidos y acostarse solos otra vez y soñar otra vez y otra vez y otra vez…

Y así levantarse y continuar su vida hasta que uno de los dos asista al entierro del otro, y vuelva a llorar, se haga una cruz en el pecho y en su oración implore que en aquella esperanza llamado cielo, se encuentren.

De regreso a casa la vida será una farsa, esa cama, ese sillón, ese televisor, tu casa. Todo: una farsa. Tú solo en un mundo repleto de soledades.

3 de abril

AZAÑA ORTEGA

miércoles, 19 de agosto de 2009

viernes, 14 de agosto de 2009

Rapataré tu boca...

Raptaré tu boca y la tendré como rehén día y noche sentada en bancas blancas y húmedas, se saciará de sed con más sed e imposible será no humedecerse en tazas cansadas. Se privará de los lamentables tributos que cobra el tiempo y no comerá más que estremecimientos y emociones raras sin definición sostenidos en los bolsillos de la cortina roja; alejada, muy alejada de la justicia y la felicidad griega de la medida, arrinconada a orillas del hedonismo, cerquísima a la eutanasia.

Secuestraré tu ropa y la colgaré en mis sueños; en la realidad de las quejas, en la realidad de los zapatos y pasadores despertará desnuda. Tu ropa en mi cordel será el huerto que espera mi cosecha.

Suplicaré tu piel hasta dejarla exhausta tendida en la memoria, cenará agua divina, se hallará inmortal predicando sobre poros e intersticios, una Biblia sin parábolas, un versículo sin profeta, pedazos de pieles que imponen sus nombres en montón de párrafos apócrifos.

Naceré tu alma y no existirá almanaque ni perdón que resucite ni razón que compruebe ni miedo que llore, solo sangre en las palabras, solo vida en el silencio desgatado de lenguaje, entonces, regaré mis ojos mi nariz mis pestañas y mis vellos, mi cansancio mis pómulos mis uñas y mis dedos todos, también la diáfana suciedad de los días, la eterna inmundicia de mi pasado, esa historia sin orejas y mil bocas que sumerge pantalones tierra rencores torpezas y medias, las regaré contigo, en ti. Y todo tendrá el sabor de Uno, de Unidad en lo Múltiple, apenas dos elementos: tú, yo: la manera más tonta de existir pero a la vez la más sensata.

7 de julio
AZAÑA ORTEGA

lunes, 10 de agosto de 2009


-ya que el hombre no puede ser su propio Dios, 
tiene la necesidad de creárselo-

29 / 06 
AZAÑA ORTEGA

jueves, 6 de agosto de 2009

Banderita




Una fecha memorable puede ser obviada y mentirosamente ignorada por mi madre, y el día transcurre de lo más normal. Será por eso que he vivido casi toda mi historia sin que coloquen la bandera roja y blanca en la azotea. Aunque esto no ocurrió siempre. Algún año colocaron la bandera pero esta después se perdió o la utilizaron para limpiar algún objeto sucio. Pero mucho antes de ello, hubo una fiesta patria que luego de marchar en mi colegio de primaria, instalé orgulloso mi banderita. Bajé a mirarla. La vi altiva y distinta, mejor que todas las banderas de tela y parecía que el mundo se había detenido para verla flamear. Percepción bastante subjetiva. A los pocos días cuando regresaba de jugar noté que ya no estaba, su ausencia me pareció una especie de insulto. Subí corriendo y no la encontré en ningún lado de la casa porque estaba en el techo de la vecina. Un furioso aire antipatriota la había lanzado a ese terreno donde también descansaban pelotas cada día más chicas por la fuerza del sol.

No sé qué día descubrí que no fue el aire quien la aventó sino un primo mayor avergonzado de la enana bandera. Más tarde comprendí su vergüenza y cuando la entendí también me ruboricé.

27 de julio
AZAÑA ORTEGA

lunes, 3 de agosto de 2009

martes, 5 de mayo de 2009


-cuando las sílabas ya no acoplan siquiera una palabra, 
solo queda subyugarse al insulto de una hoja vacía-

moisés AZAÑA

viernes, 1 de mayo de 2009

Las flores del mal (Baudelaire)



Reciclado en alguno de mis archivos encontré este texto.

El traje que inyecta en sus poemas son de alevosía y pasión, simbiosis que une para vomitar el unicornio interno, rebalsa el filo de las palabras, la dama se tiñe de maldad, de una crueldad que despierta ternura y rencor… Es un Baudelaire que se aflige al no estar con su bella «negra y, sin embargo, luminosa», se embelesa con la mirada morena, cree que «las lágrimas añaden un encanto al rostro» y añora la belleza del pasado, alaba la juventud, reconoce a sus faros, siente que su «inspiración» se ha enfermado, percibe que la frialdad de su musa le embriaga en vasos de tristeza y, no obstante, la ama más. Amor, palabra gigante de rasgos ambiguos, es el regadío, la causa, el embrión de aquellas oscuras flores o, también, la poda que limita los sentidos hasta que una lápida caiga en su espalda: principio y motor de la vida y la muerte. Son estos los temas que le apasiona como unión de sus finos trazos que se sumergen, cual ponzoña, al submundo de la excitación, las flores del mal son sus aliadas para que nazca esta universalidad.

Es el poeta que clama desde lo más profundo a pesar de ser rechazado y desconocido; el actor solitario y marginal que habla aunque su palabra sea sancionada en una Francia («país demasiado poblado que arrasa el sufrimiento») insoportable, bélica, sórdida en la cual se envenena con opio y vino para revestirse ilimitadamente y aplacar su dolencia orgánica; un rebelde para su tiempo vuelca sus emociones en el papel. Los poemas lo demuestran, cómo se desviste, se libera para dar un nuevo estremecimiento, hacer de su amada soledad, la tragedia que desate o destape los gritos encarcelados de esa vasta ciudad cosmopolita que cada día va creciendo en tumulto y desazón. Está atrapado en el tiempo donde la honda voz discordante es bofeteada por el gobierno, calla a aquellos que ultrajan la costumbre («manera legal de mencionar la pornografía») y, si bien solo son cuatro los poemas que se puedan considerar satánicos, es multado junto a su editor y seis son los poemas vedados. No obstante, aún hoy, más allá de la mutilación de su habla, se escucha que grita, basta abrir una de sus páginas para sentir aquel acorde humano que continúa respirando.

2008
AZAÑA

miércoles, 22 de abril de 2009

Atrapar el tiempo

Atrapar el tiempo, llenarlo en algún cajón de la cómoda, dejar que duerma olvidando que existe, que mata, que hace que los hombres vivan apuradamente despacio dejando entre renglones aquel presente que ocurre en derredor por pensar en el futuro y hablar de su pasado mientras se está echado maldiciendo al tiempo que nunca se guardó ni se guardará en ningún cajón.

AZAÑA

Día Mundial del Libro

Jueves 23 de abril

3:00 pm.
Explanada de la Feria del Libro de Amazonas
Cámara Popular de Libreros

Recital poético – Música - Declamación
Presentación de Cuentos de guerra, de César Vega Herrera

7:00 pm.
Feria del Libro Lima Norte – Megaplaza
Cámara Peruana del Libro

Presentación de la colección
Biblioteca de Narrativa Peruana “Los ríos profundos”

Grupo Editorial Arteidea
-El retoño: Julián Huanay
-Suburbios: Julián Huanay
-Gotita: Arturo Bolívar
Sahumerio: Luis Fernando Vidal
-Carretera de penetración: Luis Urteaga Cabrera
-Hora libre. Cuentos de colegio: Antología


INGRESO LIBRE

domingo, 19 de abril de 2009


-los tiempos cambian. 
cambian los tiempos, 
de ropa y de cuchara, 
de ojos y de bolsillos-

Moisés Azaña Ortega

jueves, 16 de abril de 2009

Feria del Libro en Independencia


Por el diario El Comercio:

La Municipalidad de Independencia y la Cámara Peruana del Libro inauguraron hoy jueves 16 a las 13:00, la II Feria del Libro Lima Norte en el centro comercial Mega Plaza.
Para esta edición, esperan recibir a más de 90 mil visitantes entre el 16 de abril y el 3 de mayo bajo el lema “Leer te lleva a donde quieras”. El alcalde de Independencia, Lovell Yomond Vargas, resaltó la importancia de fomentar el hábito de la lectura desde temprana edad. Asimismo, adelantó que en el segundo día de feria se declarará huésped ilustre y se le entregará las llaves del distrito al escritor Alfredo Bryce Echenique, en el marco de un homenaje especial en su honor.
La actividad cultural se desarrollará en un espacio de 1.500m², donde cerca de 50 empresas expondrán más de 50 mil diferentes títulos de libros con las últimas novedades en todos los géneros.
Luego de los exitosos resultados de la primera edición donde se recibió aproximadamente 65 mil visitas y 500 mil soles en transacciones comerciales, este año la Feria del Libro Lima Norte espera recibir a 90 mil visitantes y recaudar una cifra aproximada de 700 mil soles en transacciones comerciales.
Destacados: Invitado especial de esta feria será el escritor Alfredo Bryce Echenique, quien mantendrá un diálogo con jóvenes el viernes 17 de abril. También han confirmado su participación Daniel Alarcón, Oswaldo Reynoso, Heraclio Bonilla, Wiliam Luna, Gonzalo Torres, entre otros.

-el tiempo es nuestro peor aliado-

Moisés Azaña Ortega

-ayúdame a planchar mis días-

Moisés Azaña Ortega

sábado, 11 de abril de 2009

Existen mujeres en las que no son necesarias las palabras ni el maquillaje ni la higiene. Su fisonomía queda reciclada al segundo o tercer plano de la geometría estética; incluso los años que pueden acuchillarle arrugas son una nimiedad ante la estructura total de su existencia. Basta que suelten un gesto, alguna mueca risueña, común o genuina, para caer despanzurrados en la glorieta del amor.

Moisés Azaña Ortega

miércoles, 8 de abril de 2009


-quiero beberte hasta dejarte con sed-

Moisés Azaña Ortega

Barbas al limbo

1) Ya es hora de afeitarse, de cortarse el cabello, de acicalarse, de aparentar —mínimamente— ser persona, no el estropajo y desgreñado ser que tengo como tapa alma. 

 2) La barba y el bigote no han sido rasurados desde el día en que un amigo me ofreció trabajo que a él también le ofrecieron en enero. Y luego de preguntarle si podía presentarme tal como estaba, me aconsejó que por lo menos me afeite. 

 3) Antes de que dolorosamente pase el gillette por mi rostro, sostuve durante varios segundos el espejo y traté de fotografiar en la memoria la mueca y los gestos extraños que producía con el crecido bigote y la abultada barba. Mirándome, tratando de perpetuar la imagen preafeite, observando ese bigote que han rosado labios sin ninguna queja, procedí a cortar con tijera hasta dejarlos cortos para que no dificulte luego la maniobra de la que todavía no era ni soy experto debido a las pocas afeitadas que en mi vida ha cursado mi faz. 

 4) Parecía otro, no era yo, faltaba esa facha prehistórica que solía lucir, me sentí extraño, y noté en el espejo que el nuevo rostro con que nací después de rasurarme también se sorprendió y me miró extrañado. Matar al bigote y a la barba fue matarme a mí.
Moisés Azaña Ortega

martes, 7 de abril de 2009

Miércoles Culturales

Miércoles 1
Humana poesía
Homenaje a Blanca Varela
Tributo poético y musical de Julio Humala. Palabras de orden de Rosina Valcárcel. Recital de:Marita Troiano - Atala Matellini - Viviana GómezPresentación del CD "Con la voz de Blanca", por Catalina Bustamante

Miércoles 8
Presentación de la revista Masma, Planicie de los encantos, por Santiago Vásquez de la Cruz. Recital de poesía de la ADEC (Asociación de escritores Cristianos). Coordina: Jesús Aquino

Miércoles 15
Homenaje a César Vallejo y José Carlos Mariátegui.
Mesa redonda: "Desafíos del escritor y el artista hoy"

Miércoles 22
Homenaje a César Vallejo y José Carlos Mariátegui.
Mesa redonda: Trascendencia de la obra de César Vallejo

Miércoles 29
Presentación del libro Georgette de Vallejo, de Miguel Pachas

Lugar: Club Departamental Puno
Hora: 7 p.m.
Ingreso Libre
Organiza: Gremio de Escritores del Perú (G.E.P.)

jueves, 26 de marzo de 2009

Ni el perdón del Diablo

Cuando mi hermana empezó a escuchar música cristiana, me contentó porque su febril grito de todas las mañanas con que me sacaba de la cama, menguaba al corear esas letras sin ingenio como «aleluya, gloria aleluya, gloria al Señor» y el mismo tracatrá en toda la alabanza. Mis sueños se hicieron un poco soportables.


No desfiló mucho tiempo para que ella se acostumbre a las mismas e idénticas notas del teclado electrónico y a los chillidos del cantante microbusero, digo, evangélico; entonces la voz femínea dejada de oír y la satisfacción subterránea que llevaba por el milagroso efecto que la letra le produjo, se hicieron mierda. Por triviales razones prorrumpía vocablos a las nueve o diez u once de la madrugada. ¡Dónde está mi llave, quién ha agarrado mi llave! Yo qué sé, dónde la dejas tirada. Un día no hallaba su sostén rojo. Ponte otro pues, pero ella insistente quería salir con el rojo: ¿cábala, superstición, era mágico?, qué tendría ese corpiño. A la sazón, mis mañanas con esa mezcla confusa de Espíritu fuego y poder (título del cedé) y los baladros de Mariella, se volvieron a llenar de infierno: ¡Mamá, han utilizado mi perfume!, «gloria aleluya…», ¡ag, me ha salido un granito!, «…gloria al Señor», ¡quién ha agarrado el sol que dejé en la cómoda!; o cosas así, sin importancia: siempre lo encontraba: amnésica de miércoles.


Tuvo que pasar verano, otoño, invierno, es decir, alrededor de un año, y en primavera sus gritos llegados del dormitorio contiguo, de la noche a la mañana, dejaron de vivir. ¿El enamorado era hechicero y la convirtió en ánfora celestial de paz? Quizá, pero ya había aprendido (entiéndase acostumbrado) a convivir con la gigante voz de mi consanguínea, ya advertía un gusto, un cariño entrañable, familiar, nostálgico. Lo irritante ya no era su voz sino los monocordes «aleluyas» de su radio. Con el tiempo, el ritmo simplón del órgano y el canto chillón, me fueron odiosos —siempre lo fueron—, me producía el intermitente vértigo que sufro desde los 14 años: tenía la sensación que de un momento a otro mi cabeza iba a detonar. Desdeñé increíblemente ese alarido de mendicante al que le han metido un puñete en los huevos, ese aullido insulso, viscoso, hediendo…., y ¿con ganas de joder?, ¿con la intención de complicarme la existencia?, ahora no solo escuchaba su cedé por las mañanas, sino al llegar, cuando caía el sol y la tarde apenas dejaba su rastro muerto en la memoria. Presumo en agradecimiento a Papálindo pues por fin encontró al hombre ideal, al hombre perfecto, a su príncipe azul. ¡Bah! Lo mismo pensó de los anteriores y resultaron siendo príncipes de un azul percudido, tan desteñido que ni el Azul Muñequita podría devolverles el color.


Ir a la universidad me salvó de esta tortura, allí podía refrescarme aunque primero lidié con la música de los buses. No resultó difícil, un día de repente estaba tarareando un tropical estribillo idílico. Hasta me parecieron agradables algunas e incluso las he bailado, ¿y tú no? No mieentas.


Como llegaba a casa a altas horas de la noche, pues me quedaba en la biblioteca o en el patio departiendo con amigos, encontraba las luces apagadas, casi todos dormían y la musiquita horripilante dejó de carcomerme el hígado. Y, al igual que todos los compromisos que van en dirección de seriedad, es decir, al matrimonio (¡qué infortunio!), mi hermana se retiró de casa para iniciar una nueva vida, la de conviviente, ¿escucharía allá también su música?, ¿el novio cansado de la horrible monotonía rítmica rompería la relación? No sé, la vida enseña. Poco a poco olvidé que ese tipo de música (¿se puede llamar música a ese desastre?) existía, hice la idea de que nunca-nunca la había escuchado, fue parte de mis peores pesadillas y punto.


*


Las vacaciones están hechas para descansar, esa es la principal característica: quizá irse de viaje, acampar, hacer lo que más nos guste. Sin embargo, la «realidad» es distinta para cada individuo. Se puede estar en casa, ayudar en la limpieza, hacer las compras, o fungir de gasfitero y arreglar la avería del caño, posiblemente ir a conciertos, a funciones de teatros, al cine, asistir a talleres, tal vez leer sin que nadie incomode (Provecho Sartrecito), quizá ver películas sin que la familia moleste (Buena Búfalo), a lo mejor trabajar (bien, ya te falta poco para tu laptop, Comunicadora), o en el peor, peor de los casos, algún atropello puede malograr todo el plan realizado para el verano.


Sin embargo, es posible, con orden y responsabilidad, lograr las quehaceres dichos; por ejemplo, las tareas en casa las puedo efectuar sin incomodidad y mejor si las hago escuchando The Beatles, The Doors, Janis Joplin, Eric Clapton o Frank Sinatra y Louis Armstrong, tal vez al gran Chacalón y Raúl García Zarate y algunas canciones del Jilguero de Huascarán e Yma Súmac o Carlos Gardel y Edith Piaf, pero qué sucede si el hermano mayor regresa de su viaje (para qué m… regresaste) y también, muy hermano evangélico él, da sus trompadas de «aleluyas» contra las migajas de mi paupérrima y casi desahuciada privacidad. Mis oídos recobran la tirria por esa destrucción melódica, ya no resisten, desconcentra la lectura en mis tardes, no deja siquiera concluir el párrafo iniciado y, para consumar la bilis: el colmo: parte de este texto se ha escrito con el trasfondo de ese inodoro armónico que llega transparente de la habitación del hijo pródigo.


Es un agravio a los cultores y cultivadores de la buena música, esas no son alabanzas, son blasfemias contra Dios y toda la tribu de ángeles. Ante esto he fraguado la idea de que cuando no esté, con el primer cuchillo que encuentre, rayar el cedé en reconocimiento a todo el daño causado. Todopoderoso, Tú que te escondes, si existes, perdónalos porque no saben lo que hacen, perdónalos por todo el suplicio al que, sin la mínima piedad, me someten. Aunque, pensándolo mejor, estos dizque’ músicos cristianos no merecen ni el perdón del Diablo.


Moisés Azaña Ortega

viernes, 20 de marzo de 2009


-en el espejo veo mi cara, 
el gesto no refleja la verdad de lo que siento: 
el rostro puede ocultar penas que el alma no esconde-

Moisés Azaña Ortega

martes, 17 de marzo de 2009

Perdón, Vallejo

El sábado Astrid me preguntó por Julio César Vallejo. «¿Julio César Vallejo?». «Sí —insistió— mi profesora me ha dejado que haga su biografía». Le aclaré que su nombre no es el que me dijo, sino: César Abraham. «Julio César, me ha dicho mi profesora», excusó su error.
Cuando le pregunté sobre el origen de Vallejo no supo qué responderme. Astrid cursa el tercer año de secundaria y sin embargo no conoce al más ilustre poeta del S. XX que ha tenido el Perú y Latinoamérica; no sabía nada de él. Este suceso me llevó a la decisión de ir a la calle para preguntar sobre el escritor peruano que ayer, 16 de marzo, se celebró un año más de su nacimiento ocurrido en 1892. Dentro de las respuestas más catastróficas, ridículas, ilustres y hasta hilarantes fueron las siguientes que he transcrito:
*
—¿César Vallejo?... ¡Ah!, en esa universidad estudia mi sobrino.
*
—No me hables de fútbol compadre, suficiente con la selección…
*
—¿El Ministro?...
*
—Nada brother, yo estudié en Pitágoras.
*
—Claro pues hermano, cómo no voy a saber, es un escritor peruano… ¿Va a publicar un nuevo libro?

«Hay, hermanos, muchísimo que hacer». (Poemas humanos. César Vallejo).

Moisés Azaña Ortega

-la indecisión [nos] cojudea-

Moisés Azaña Ortega

jueves, 12 de marzo de 2009

El Sobrino III

A los peloteros de San Marcos*


Tan pésimo era su padre jugando fulbito que de lo único que aceptaban que juegue, era de árbitro; al principio se conformó tocando silbatos, buscó encontrarle ese lado positivo que todos buscan cuando están cagados, pero a la hora de la hora, en la cancha ni siquiera el arquero le hacía caso, nadie lo tomaba en serio, su presencia allí era como Lilia Pizarro (¿profesora?, de lógica) en el aula 2-A de la facultad de Letras en San Marcos, como tu amigo cuando estás enamorando a una chica: puro estorbo; entonces la reducida, la enana, la korina** dignidad que aún le subsistía, echó fuego y tomó la decisión de rescatar su orgullo, aquel lado humano que había perdido o que se había dejado arrancar tornaba de nuevo a la vida, y nunca más arbitró. Tuvo que resignarse a llenar butacas en los estadios, ser espectador y traspasar su esperanza juvenil de quedar campeón con el Boys, en Kukín Flores, pues nunca pudo jugar siquiera una pichanga de verdad y si lo hizo, fue de arquero. Por eso todos se asombraron de la ingénita cualidad futbolística de su hijo, es decir: del Sobrino.



Nunca he tenido miedo cuando dormía con Papá, sin embargo, qué pensarías si de pronto en plena silenciosa madrugada, de la nada en tu habitación empiezan a sonar golpes en la pared cada vez más fuertes: ¿Alan García pidiendo ayuda porque una turba lo quieren linchar por embarrar al Perú por segunda vez? ¿Papá Noel en crisis reclamando los regalos que nunca dejó?, ¿un fantasma rogando que le den un bolso para continuar recogiendo sus pasos?, ¿el mismo fantasma inmolándose queriendo morirse de nuevo porque se ha olvidado el camino, pues muchos otros tienen la misma suela?, ¿un ratero desesperado porque no encuentra nada valioso en casa?... Era el Sobrino de apenas año y meses, golpeándose la cabeza (pobre pared), y por esta insólita característica su animoso y excéntrico padre ya lo veía vestido con la camiseta de la selección peruana o del Sport Boys dirigido por Nolberto Solano u otro hincha de este equipo (¿Chalaca González estaría dirigiendo a la selección sub-Purgatorio o tejiendo chompas en el cielo con San Pedro?), siendo el mayor goleador de la historia del fútbol a punta de goles de cabeza.



Con la pelota de trapo que jueguen los azabaches de Alianza L., a él desde muy niño le compraron su pelota, primero una blanca Viniball de plástico con la que jugaba todo el día, empecinadamente hacía las populares dominaditas: diez, veinte, llegaba a cien, doscientos sin ninguna dificultad como una cualidad natural (también jugaba escondidas con pelota, kiwi, matagente, chapadas con pelota...). Luego la de cuero miBalón, también Adidas, sus zapatillas eran marca Tigre (primero fue Súper Reno, pero exigió que no le compren estas, que se rompen rápido, que sus demás amigos utilizan la marca… Excusas), luego usó las Umbro, hoy las Puma , un short negro sin número, y una camiseta rosada en la que llevaba la insignia del primer campeón del fútbol peruano (S.B.A.), y en la espalda la impresión del «10» que era como sombra a su apellido (también Azaña) en el lado superior del número.



Vestido con esta sublime combinación de colores, pero que en él se veía huachafo porque le quedaba grande, salía a jugar con sus amigos, y como era dueño del balón, se sumían a sus reglas: goles de rodilla pa’ bajo, vale aquero-jugador, cinco goles gana, en la vereda no sale, rompe luna paga solo… Colocaban en medio de la pista dos piedras o pedazos de ladrillos que robaban de alguna vecina que estaba construyendo su vivienda: de ladrillo a ladrillo separaban diez pasos o doce, más o menos, dependiendo de cuan grande o pequeño querían que sea el arco, no obstante las marcas de la pista, en su mayoría de veces, servían de travesaños. Allí, en plena Calle Diez, sus habilidades futbolísticas eran un claro reflejo de la crisis que existía —y existe— en el fútbol nacional: velocidad superada por cualquiera de su edad e incluso menores que él, apenas lograba dar dos pasos con la pelota porque rápidamente se la quitaban, ¿goles?, ni siquiera acertó autogoles, mas esto no llenaba de desilusión al excéntrico padre, pues su esperanza estaba puesta no en los goles que realizaría de pie, sino de cabeza. Estas son pichanguita de barrio, se animaba, él está hecho para jugar fútbol en estadios grandes.



Lo matriculó en el Cantolao, semillero de campeones, aquí tenía que demostrar las facultades ingénitas de las que pregonaba, la ascendencia futbolera que había heredado ¿de su padre?, no, del que escribe, de quién más. A mí, modestia aparte, me han solicitado en varios equipos de campeonatos que se realizaba en el Estadio Los Incas hasta los trece o catorce años, he jugado en todos los puestos; después me dediqué a la guitarra, componer canciones que nadie escuchó, coleccionar cedés de música (me creía un melómano), a las distracciones propias de la adolescencia, a leer para hacer hora, escribir poemas propios de un quinceañero poetastro, ilusionado de quinceañeras que miraban a jóvenes fornidos y apuestos, en consecuencia, no se fijaban en esta piltrafa bípeda que jamás les entregó ni un puto verso pues, como escribe José María Arguedas, los sentimentales son grandes valientes o grandes cobardes, y yo era grandemente cobarde o, en otras palabras, un maricón.



En el Cantolao varió un poco las cosas: en el primer partido metió un gol de cabeza, el que la sigue la consigue, todo fue alegría, su padre se convenció e ilusionó de que el futuro sueldo como jugador profesional podría hacerle dejar el trabajo: «merezco unas vacaciones», además su chamba de regidor en la municipalidad puede terminar en un par de años si no es reelecto: nuevas elecciones, nuevos candidatos, nuevas promesas (¿nuevos engaños?), muy probablemente nuevo alcalde y nuevos regidores, entretanto tiene que continuar hurtando, digo, trabajando con tesón por el pueblo, porque la voz del pueblo es la voz de Dios, no obstante, como Dios es mudo (el muy Zángano continúa en su sétimo día de descanso), el pueblo nunca habla, y si habla o grita, no se le escucha.



La segunda contienda también anota un gol, el del empate, pese a jugar pésimo. Se rebelaba cada vez que lo querían cambiar de puesto (insurrecto, siempre quería ser delantero aunque había demostrado que en el arco era más astuto), o cuando lo sacaban de la cancha debido a su pésimo y característico juego de patear la pierna del rival sin ningún remordimiento, inhumanamente, como se dice por acá: era un machetero. Los siguientes encuentros transcurrieron sin ninguna trascendencia, el Sobrino dejó de asistir (no entraba y se iba al Play), los entrenamientos le aburrían profundamente.



Aún hoy su padre no pierde la esperanza de verlo jugar en el balompié profesional; muchas veces el Sobrino sale y en la calle se pone hacer sus dominaditas con la derecha y la izquierda combinadas con algunas cabecitas y rodillitas, en esto es un genio, no cabe duda, pero es lo único que sabe hacer con el balón, para todo lo demás no es un cojo, es un inválido.



*En especial a Marco Antonio Pizarro y a los hermanos José Carlos y Rosell.
**Ex compañera del 2-A de baja estatura a quien estimo mucho.


Moisés Azaña Ortega

martes, 10 de marzo de 2009

jueves, 5 de marzo de 2009

El Sobrino II

«Quién te ha dado plata para que te compres helado. Estás mal y comiendo esa cosa, después de dónde voy a sacar para comprarte la medicina», pero no era helado, era jabón. Ustedes pueden ver, su plato favorito no era el arroz con pollo como a la mayoría de limeños sino el jabón Bolívar, acaso creía que con ello su espíritu se blanqueaba, despercudía las manchas inocentes que sin saber tenía. Los comerciales aún no habían preñado en él esas ideas fantásticas que después de lavada la ropa se vuelven más nuevas, si fuera así mis polos y pantalones no se verían tan percudidos y —¿qué vergüenza?— andrajosos.

Para que no alcanzara a degustar del jabón tuvieron que colocarlo arriba de la vitrina, supuesto lugar imposible para el Sobrino, pero la solución estaba al alcance de su mano: una silla, sin embargo no sabía que allí lo habían escondido, entonces —millonario que de noche a la mañana es pobre y su desayuno se convierte apenas en agua cruda y pan con bromato— se conformó con saborear cualquier jabón; primera víctima: el jabón de Papá, su preciado Heno de Pravia se desintegró a mordiscos y arañazos y Papá se fue al trabajo sin bañarse, no había de otra, Viejo, tú no querías utilizar jabón de nadie y a esa hora las tiendas se mantenían hieráticas, cerradas a cualquier individuo madrugador: don Azaña cortó un limoncito y se echó en las axilas para disimular el mal olor y salió al trabajo (¿los compañeros laborales se habrán percatado de cierto hedor que en el transcurso del día el limoncito no pudo ocultar?). La segunda víctima: la sobra del jabón Palmolive de Mamá, ese rasguño que apenas servía para lavarse el rostro, pero a Mamá nadie le agarra sus cosas, ¡caracho!, ella tampoco agarra de nadie, respeto guarda respeto… Se armó el escándalo, Mamá ganó, le compraron jabón nuevo.

Lo curioso es que al Sobrino pese a que le llamaban la atención una y otra vez incansablemente, continuaba comiéndose jabones que encontraba en los lugares más recónditos, sitios insospechables, escondites que ni el mejor buscón o investigador encontraría, pero él tenía olfato para rastrear jabones: jabón de cara, de ropa blanca, de colores, de perro (¿existe de perro? Pero a Keisser lo bañan con champú, en fin), jabones con olor a durazno, a pera, a limón, a fresita,… y todo el mercado, jabones sin olor y jabones de dudosa procedencia.

Pero lo más curioso es que no se enfermaba, «te vas a morir peor que perro con sarna si sigues comiendo jabón, vas a ver», pero ni se ha muerto y tampoco se enfermó, su estómago parece diseñado para soportar cualquier tipo de bodrio, es un estómago del futuro, sospecho que los estómagos de acá a unos veinte, cincuenta, cien años o más, serán superiores si seguimos la evolución de las especies que habló Darwin y postulan los neodarwinistas, entonces los sufridos estómagos —que hoy reciben cerveza, vino pintalabios de dos cincuenta, cañazos de luca (un nuevo sol) de la mamá de Potoblanco, rataburguers de la tía Veneno, salchipapas de la esquina por donde pasan millares de micros gritando «toda la Arequipa / al fondo hay asiento, al fondo entran cuatro, apégate pe’ primo / por favor señora apéguese pe’, todos quieren viajar / No señito, aquí no se puede bajar, el paradero es de aquí a cinco cuadras», en almuerzos tu rica gaseosa Kola Real y tu triple o empanada de sol o sol veinte o sol cincuenta o tres noventa (depende donde quieras morir)— se convertirán en gruesas capas de roer… Siguiendo esa lógica, Adrian tiene un estómago adelantado, poderoso contra cualquier insecticida. Ahora aparece, se acerca, ve que escribo, «¿qué escribes, ah!», «la historia de un niño que come jabón», «huevaadas escribes, vamo’ a jugar Play». Lo acompaño al Play, sé que le ganaré en wining level 3 pero él me ganará en el level 15; en el camino pienso que el Sobrino de hoy ya no come jabón, ahora le gusta el jamón, más tarde le gustará otra clase de jamón, la ley de la vida.



Azaña Ortega

viernes, 27 de febrero de 2009

Alias la Gringa o La película que nunca te contó

Duda en contarte que ha visto Alias la Gringa, película peruana de Alberto Durant sobre un reo experto en las fugas. Primera imagen: la Gringa, escapándose del Penal, se lanza de una muralla; el Loco lo espera jadeante, sudoroso. Tres vigías con polos blancos y gorras circulan con lámparas y perros aplastando los desperdicios que el día ha dejado amontonado en la vía pública. En plena noche un punto lejano de luz quiebra la visión, cierto sonido monótono crece: un tren se aproxima. Continúan escondidos los prófugos apoyados por la bruma y el muro. Segundos se eternizan hasta que por el ferrocarril pasa la luz que ha crecido, la Gringa corre tras el tren; los centinelas, alarmados, se percatan: balas y balas y balas, confluyen ladridos y gritos de animales racionales y no racionales, el tren confunde y agranda la bulla, los disparos se trenzan con el sonido metálico del ferroviario. La Gringa se sube al tren, fuga.

Piensa si contártelo o no, podría no interesarte, imagina, aunque sabe —según tú le has dicho— que te agrada cuando él te escribe. Deja el lapicero, va a la tienda, compra una galleta San Jorge y un agua mineral San Mateo (ya que no va a la Iglesia, se comerá y beberá a los santos convertidos en productos de lucro); regresa y continúa sin saber qué escribir. Coloridas imágenes del filme aún le gobiernan, exportarlas a las hojas sería buen modo de perpetuarlas en sus carcomidas sienes. «…debió salir en los periódicos, esa fuga fue como para primera plana, si no hubiese sido por el cochasumadre del Loco Luna», habla con mirada vacía mientras acaricia la pierna de Julia echada en la cama, cierra los ojos: «Hijo de puta González, conchesumadre, ya te jodiste, te jodiste, hijos de mierda», grita el Loco —arma de fuego en dirección al seso del guardia—, pero, antes de que dispare, la Gringa le regresa agarrándole del hombro para que el Loco no presione el gatillo y frustre la fuga, los disparos igual salen aunque desviados. «Tranquilo, con el tren nos vamos», trata de calmar al Loco Luna. «¡Hijo de perra, la cagaste!», reniega el Loco. «Vámonos Loco, no la embarres más». «Conchatumadre, el que la está embarrando eres tú… González, González!, ¡mira!», grita Luna enseñándole el revólver, acto seguido dispara.

—¡Al tren Loco, ahora o nunca!

Y agachado —ojos en el suelo, jorobado, como si buscase dinero— marcha pero sin correr, trota sobre el suelo de piedras y tierra y va acelerando la velocidad. Atrás, el Loco viene, sigue las huellas pero gira y dispara a los guardias y el tren continúa por la línea ferroviaria con la luz y su claxon monocorde y chillón van creciendo, y los perros ladran y ladran y continúan los disparos y prorrumpen chispas en el tren al hundir las balas. Y de pronto una bala en el hombro del Loco, se desploma Luna, herido, grita: «Te jodiste conmigo Gringa, te jodiste». La Gringa ya subió al tren, no era la primera vez que fugaba.

Jorge Venegas alias la Gringa mantiene una relación amorosa con Julia quien hace lo imposible para que él salga de la prisión legalmente, no obstante, impaciente no puede con su genio, se escapa de uno y otro Penal. Deja de acariciar los muslos de Julia, alarmado, se pone de pie al sentir que la puerta de madera que cerraron con llave recibe golpes hasta que cae, no le queda duda: vienen por él. Rápido se viste el pantalón, entran los policías: «Te jodiste, Gringa».

Lo llevan a la cárcel del Frontón ubicada en una isla, allí conoce a Montes el primer día.

— «Martha, Martha, tus caricias, tus delicias», canta Montes.

—«Julia, Julia, tus caricias, tus delicias», remeda la Gringa, cambiando el nombre. Aunque en ese momento no se ven la cara, inician una amistad que el tiempo —destructor y hacedor de todo y todos— encerrados en ese hervidero de chuzos y cuchillos. Montes es profesor de Lingüística en San Marcos, injustamente encerrado como preso político; lo confundieron, pensaron que era un terrorista por solo encontrarlo leyendo una propaganda de Sendero Luminoso. Le gusta la ópera y la canta, tiene una radio donde la escucha para distraerse y esquivar la deprimente e inhumana realidad en la que está obligado a sobrevivir hasta que algún día —quizá remota, cercana o utópica—, le llegue la amnistía que tanto reclama cada vez que puede. Amnistía que parece cerca, amnistía que se aleja, amnistía que le tuerce de cólera, que le impacienta, que nunca llega, que en lugar de crear una esperanza, la mata.

En el Penal la Gringa se reencuentra con el Viejo, amigo de antaño, homosexual, decente, leal, quien produce bolsas de paja para ganarse algo para la paila, el derecho a no estar ausente. Tiene más años en prisión que el Profesor (Montes) y ya no cree en amnistías, también esperó durante años en vano y ahora solo espera cumplir su condena. Está cansado, ahora vive con la certeza que acompaña a los desahuciados. Para siempre allí entre rejas, entre reos, entre lamentos bajo el sol del Frontón.

Quisiera decirte todo esto, pero solo lo piensa, no quiere hacer un resumen de la película, sería mejor, reflexiona, que la veas. Para qué contarte: cuando alguien cuenta una historia de la historia deja de ser en sí la historia, se convierte en una representación, en una copia, en una imagen falsa. No obstante, él casi está convencido de que no vas a conseguir este film, además el que ha visto no es nítido, cree entonces que no sería un error contártelo, pero no como un resumen, sino con fragmentos, imágenes que flotan en su cabeza. Comenzar contarte el film así de repente… Duda, no se pone de acuerdo, sale al balcón a tomar aire, la calle sin ganas tiene el color de noviembre, ebrio, pálido, en espera de que sea enero, febrero. Se pregunta si entre Julia del cineasta Durant y la tía Julia del escritor Vargas Llosa hay alguna semejanza, y por qué no, pero le da flojera enumerarlas. Recuerda que nunca en su vida a conocido a ninguna Julia, menos mal, se dice: qué feo nombre. Cuando está ensimismado en esos pensamientos, tocan el timbre.

—¿Se encuentra Julia?

—¿Julia? —aquí no vive ninguna Julia, se ha equivocado, señor, piensa decir, pero…—: ¿La del cineasta o del escritor?

El señor de gorra amarilla con cuaderno en mano, le mira extraño, como si le dijera no busco a ninguna de ellas, busco a la de la vida real. Regresa a su habitación sobresaltado y alegre a contarte esa anécdota, la película puede esperar, te la puede contar otro día.

noviembre de 2008

Moisés Azaña Ortega

sábado, 21 de febrero de 2009

Yo no soy yo*

Ya no soy yo; este oído, este tacto, este olfato, este paladar… no me pertenecen. Soy una mala imitación de lo que no quise ser, una vida que trata de ser persona, conciencia que invade en los territorios de lo humano: se compadece, se alegra, se enoja, se entristece para cumplir con los requisitos establecidos de vivir: no hay vida sin sufrimiento, sin moralejas, sin paradojas, sin amores, no hay; sin embargo, esta imitación no encuentra el ingenio que logre humanizarme, que vuelva a lo que un día dejé de ser. No; soy algo más que carne y esqueleto, más que barba y labios, más que manos y pestañas: un proceso, materia que se transforma, materia con lengua y dedos con agua y sed, con días, electricidad, párrafos… Soy una novela sin título.

* Por sugerencia de Mel he cambiado Yo: novela sin título, por el título primigenio.
Moisés Azaña

jueves, 19 de febrero de 2009

EN QUÉ PASADO QUEDÓ NUESTRO PRESENTE


Dejamos de querernos, de vernos a través de los renglones, de explotar en risas como tontos tras una película, unos comentarios o solo por chistes monces que te contaba, de rebuscar libros de segunda o quinta mano en Amazonas, de sentarnos en el pórtico de tu casa por el simple placer de estar juntos, de consentir que la noche nos descomponga hasta que solo seamos un abrazo o una discusión y luego caminar sobre las noches anocheciéndonos y comprar ensalada de fruta (solo una para ambos, nos creíamos muy románticos, pero lo cierto es que éramos unos misios totales)… 

Dejamos de querernos, así de simple. 

Dejamos de lado aquellos estrafalarios sobrenombres, murieron con nosotros. Nuestro avinagrado regocijo que brindó períodos solemnes, ahora se revuelca en un tacho de recuerdos, una memoria sin huesos, un hilo que pende de fechas sin horarios. Acaso es la nostalgia la que coloca palabras en mis dedos, acaso es el desconsuelo de no haberte pulverizado entre mis brazos, acaso es el simple matasellos de minar un aroma por ciertos fragmentos olvidados. Se rompió, no sé cómo, no sé cuándo, no sé por qué, no sé, no entiendo… Ribeyro escribió, desde su personaje Luder, en respuesta al dicho de que siempre hay un roto para un descosido, que él (Luder), no era ni roto ni descosido, sino un remendado. También yo (piltrafa bípeda), he sido remendado, pero, lastimosamente, con manos de sastres improvisadas, aprendices en esa sustancia inmaterial donde los sentidos se tupen: emponzoñan albedríos; en consecuencia, lograron hacer de mí un mal remiendo, un remache que a duras penas se sostiene en el aire, materia amorfa que cojea en esa huerta. Debo encontrar nuevos hilos para coserme, quizá masilla, quizá moco extraído de alguna nariz deípara que consiga soldarme en un solo cuerpo.

A priori sé que no leerás estas palabras, en un inicio lo hacías con devoción religiosa, hoy esto te parece una pérdida de tiempo, un modo de agonizar el reloj, una manera de adelantar la muerte; te da mucha lástima que pierda mis días escribiendo estulticias. Prefieres (preferías) que esté contigo: conversar en tu casa, escuchar las mil historias nuevas que tienes en tu alma como ánfora, reírnos por las huevas (por las puras huevas), momificar rutinariamente los paseos, y toda esa mierda que hacíamos —no es momento para escribirlas, para qué, tampoco lo leerás: jamás te lo enviaré—, sorprendernos de que existimos y de que estamos juntos no estándolo: puta madre. Tiempo que no nos vemos, nuestro orgullo puede más que las promesas, más que nuestros sentires ridículos que infantilmente encarcelamos. Hoy desertamos del presente para que en el siguiente presente nos echemos, nuevamente como huevones, la culpa el uno al otro.

Moisés Azaña Ortega

miércoles, 18 de febrero de 2009


-cómo se divierte el tiempo caminando veloz 
y disimuladamente envejeciéndonos-

Moisés Azaña Ortega

lunes, 9 de febrero de 2009

MINÚSCULA SATISFACCIÓN. SOBRE FÚTBOL Y OTRAS ILUSIONES


Todavía los de mi generación no han gozado de un mundial de fútbol, es decir no han visto a la selección peruana patear el balón en un partido mundialista. Los que nacieron antes del mundial de Argentina-78 se dan el lujo de decir «Yo sí los he visto jugar —y agregan irónicos—: tú te morirás y nunca los habrás visto». No sé si es síndrome de petulancia o de pesimismo. Quizá las dos cosas. Pueden ellos tener en su pecho ese orgullo pueril, sin embargo, su jactancia se la derriba con solo decirles que ya están viejos y que a ciencia cierta no sabrán si llegaremos a verlos, pues estarán bajo tierra. A los de mi generación nos queda la vaporosa alegría de haber presenciado a la selección peruana sub-17 en el mundial y jugando memorables partidos. A Brasil le ganamos (me inmiscuyo para que la felicidad sea mayor), también a… A varios más. Total, se llegó al mundial y se hizo un buen papel.

Las esperanzas, ahora, estuvieron puestas en las Olimpiadas Beijing, y habrá que contestarse con el cuarto puesto de… Con qué poco se nos contenta, carajo. Claro, todo esto tiene como raíz la mala administración y el pésimo cargo de dirigentes mediocres que lo único que administran bien es su bolsillo. Pero la bilis para otro momento. Y como se nos contenta con tan poco, hablando en materia futbolística, se mira con «buenos ojos» (quizá sea mejor sin comillas) a los equipos que compiten por el título nacional. Mirando desde esta butaca noto que la mayoría de los peruanos han obtenido una inmensa alegría, puesto que —me es difícil aceptarlo, carajo; dilo, dilo...— la gran parte del Perú son hinchas (y cómo hinchan estos gilipollas) de Alianza Lima y Universitario de Deportes, siendo estos dos los que tienen más adeptos y más títulos nacionales. En consecuencia, la mayoría ha gozado, conoce el sabor del júbilo tras ver al equipo de sus amores alzar la copa dando la vuelta olímpica «¡somos campeones, carajo!». Yo, sólo los observo de lejitos.


Otros, en cambio, tienen que ser partidarios de equipos antagónicos a los suyos cuando los clasificados se enfrentan a equipos extranjeros; todos establecerse como unidad, unísono al ulular de las barras, en ese instante se borran los colores de la camiseta que se defiende en el año y somos, aunque efímeramente, «hinchas» del club que defiende al Perú, jueguen la Copa Libertadores u otro campeonato foráneo. Por ejemplo, quién no fue hincha de Cienciano siquiera unos minutos y no gritó ¡¡GOL!!, cuando le ganó a River Plate quedando campeón de la Sudamericana. Quién no estuvo mordiéndose la lengua de puro nervios cuando se disputaban en penales la Copa de Campeones con Boca Junior, coronándose Cienciano nuevamente campeón al derrotar una vez más a otro equipo argentino. Nadie niegue que cantó el «Upa que upa upa, upa pa pa (…) Cienciano es el papá». Todos un mismo canto, una misma alegría, todos fuimos Perú. Cuando pedí, a primera hora de la mañana siguiente, un diario deportivo, ya no había siquiera uno. El que madruga Dios le ayuda, y ese día todos madrugaron para releer una y otra vez, y convencerse de que no fue un sueño: Cienciano ganó al tantas veces campeón de la Libertadores Boca Juniors, también a River Plate. Alegrías de las fuentes del fútbol. No obstante, mi alegría hubiera sido triple; qué digo triple, óctuplo (y es poco todavía), si el equipo campeón habría sido el mío: SPORT BOYS ASOCIATTION (S.B.A.).



Mientras hay vida, hay lucha. Y el Sport Boys hoy lucha, pero la baja. La baja —explico por si no saben— es cuando un equipo se elimina del campeonato profesional (primera división) y juega la segunda división donde, para que vuelva al campeonato profesional, debe quedar campeón. Y el Sport Boys la está luchando, está sacando todo su potencial de sus chimpunes, jugándolas una por una todas las jugadas, solo falta que Ñol Solano venga a ponerse la rosada, camiseta de sus amores, y volteemos la página nefasta de estar entre los últimos.


Al no poder ver a la selección peruana en un mundial de mayores, tampoco disfrutar de mi equipo como campeón en el descentralizado nacional, debo satisfacerme solo con sus triunfos o, por último, con algún gol que moja a las redes a pesar de que pierda, pero siempre el incondicional coro de la Negra que asiste a todos las disputas y de los hinchas mártires que cantan «¡Vamos Boys... quiero ver Otro gol en tu score Y sentir el rugir del viril Chim Pum Callao...!».

Tenía apenas tres o cuatro años el día que mi hermano me enseñó ese estribillo, himno de la otrora Aplanadora Rosa o Misilera Rosada que incluso ganó a Alemania en Berlín. Íbamos al estadio Nacional, jugaba con un extraño equipo que lleva cierto rótulo simple y feo en el pecho: «U», camiseta y short color de gallina de techo. «Ese fue gol, ese fue gol: árbitro idiota», escuché que mi hermano exclamó cuando el señor de vestimenta de cura anuló el gol rosado. Igual salimos con la cabeza en alto pues el árbitro fue comprado, Boys había perdido injustamente por la mínima diferencia: un gol. Esa fue la explicación expresada por mi hermano y yo la tengo como una certeza inexorable. Al menos grité el gol anulado y conocí al entonces ídolo «Kukín» Flores. 

Hoy, esas alegrías pequeñas, el gol anulado, la gaseosa y la canchita que costaba cien por ciento más que afuera, el vitoreo con que clamaban que ingrese «Kukín», la hinchada que no parecía humana, nunca dejaban de cantar ni un segundo, con qué regocijo me invaden en este instante, sobre todo ahora que el Boys ha ganado al campeón del clausura, a ese mismo con que se enfrentó el día que por primera vez pisé el Nacional: tres goles a uno, chúpate esa, Gallina. 

Aunque les duela, Gallinas, Monos, Pavos… con la piltrafa de equipo que tiene el Boys, además de estar endeudados, no entrenar, es decir, problemas hasta de hongo y uñero, pudo ganar, y dejar en este inmolado hincha el sabor a gol, a triunfo, a soñar campeón.

agosto de 2008

Moisés Azaña Ortega

viernes, 6 de febrero de 2009


-cuántos seis de febreros más estarás a mi lado. 
Todos.
Feliz cumpleaños, mamá
Te amo-


Moisés Azaña Ortega

jueves, 29 de enero de 2009

Oración

Debo destripar este sinapismo, hurgar procedimientos, minar los escalones apolillados inservibles para el ascenso (apenas lo tocas: ¡tropezón!, te devuelve un polvazo en los ojos, estás en el llano). Debo dilucidar, no satanizar esas parábolas difusas que la ciudad planta cada día como un sol en la maceta, engañando a sus esperanzas con una vida eterna detrás de los cerros. Debo tener un orden que me lleve de la mano, no soltarlo aunque helado como el hombre que duerme en el catafalco sienta sus dedos. Debo dejar que mi instinto animal mane y muestre su utilidad, sus primores, los puentes que he dejado de cruzar: ¡despierten pestañas!, ¡miren el éter que se desprende de la tierra, lo de arriba apenas es un sucio espejo! Debo armonizar-me, establecer criterios fijos en los cuales me introduzca y viaje hasta que en el tren expresen el «llegamos». Debo antologar mis jerarquías: el aprendizaje primero; renunciar a las salmodias invernales que repiten indigencias. Debo exprimir los momentos, no imantarme a las malquerencias, dejar esas hinchazones para el martillo y para los atletas. Debo, guitarra de huesos, dejar mi existencia de barro donde nacen zancudos, convertirme en el hombre que se diferencia del mono. No edificar cálculos de sombras irracionales, ni tangentes que no encuentren la hipotenusa en el crepúsculo. Beber la subsistencia, que caiga en la tráquea, envolvernos asimétricos en la gravedad que ningún Newton descubrió. Quizá la falta de ecos, el martillo en conjunto, las disonancias de mis matrices sin medida, mi mamá sin su octavo hijo… puedan devolverme la comodidad de regresar a la tristeza alegre. Quizá en la avenencia orgánica restituya el semblante que en otrora pude desprender. Por ahora, debo encontrar la belleza que el caos me esconde.

Moisés Azaña Ortega

viernes, 23 de enero de 2009

CONGESTIÓN


Toca el claxon, su desesperación le frunce las cejas, golpea el volante reiteradas veces como si de este modo sosegara el tráfico, el calor es insolente dentro del tico; voltea, en sus ojos hay vertical furia, horizontal humanidad, avanza a lo mucho dos metros y un camión enorme se aproxima, miles de cláxones continúan la batalla campal de resonancias volviendo loco a los transeúntes y a los mismos chóferes. El camión se coloca a su costado, quiere entrar por allí, presiona el claxon y le revienta la membrana auditiva a nuestro conductor, y el ¡carajo! llega hasta mí, el ¡mierda! lo escuchan todos, el ¡conchatumadre! nadie lo quiere oír, pero es inevitable, ni aunque te tapes las orejas aquel baladro evitarás: sacuden tus tímpanos, el eco de el ¡conchatum…! se seca allí. Una combi pasa ocupando la vereda «maneja bien, imbécil», le gritas, bajas la mirada: el chofer es un dinosaurio. El sol está totalmente desnudo y se echa en la ciudad de Lima como si quisiera broncearse; dentro del tico se produce una especie de calentamiento global y le genera comezón en los testículos. No se ha bañado, no tiene agua en su casa, le han cortado por no cancelar, por eso está taxeando pero es mediodía y apenas ha llevado un pasajero y no ha sacado para el petróleo ni para pagar el alquiler del auto… Paciencia, mejor es esperar, te has dado cuenta que por más que desesperes no lograrás reducir la congestión, buscas entonces el periódico que en la mañana, cuando todo te era Edén, lo compraste, te desabrochas la camisa, te rascas los huevos y empiezas a leer tu diario deportivo esperando que el policía de tránsito indique que pueden proseguir. De pronto escuchas con alevosía: «¡Avanza, cachudo baboso!», ¿es para ti?, alzas la vista y te repite lo mismo pero con mayor firmeza. No le devuelves el insulto, ni siquiera le miras con cólera; indignado, le obedeces: avanzas, y una ligera sonrisa se choca con el sudor de tu rostro, entonces entiendo por qué sonríes, ese insulto en ti es un halago: nunca has tenido novia.

Moisés AZAÑA ORTEGA

jueves, 22 de enero de 2009

DILACIÓN


—Ya ha pasado una semana desde que me dijiste que la hacías.
—Ahora sí, más tarde la hago.

—Ya llevas un mes allí.
—Es que es no es fácil, ponte en mi pellejo.

—Y hasta ahora, ¿nada?
—Sí, tiene enamorado… Vamos a chupar —dice resignado y cabizbajo—: yo la pongo.


Moisés AZAÑA ORTEGA

miércoles, 21 de enero de 2009


-la vida puede ser sencilla si ponemos de nuestra parte
pero qué cagada resulta a veces-

Moisés AZAÑA ORTEGA

martes, 20 de enero de 2009


-tantas cosas por escribir, tanto por decir... 
y no tener palabra-
Moisés AZAÑA ORTEGA

lunes, 19 de enero de 2009


-la vida es un conjunto de daños que hace hombre a los hombres
o los caga-

Moisés AZAÑA ORTEGA

lunes, 12 de enero de 2009

DESPERDICIOS DE NUEVO AÑO (1 e)


Amanecer:

Mis párpados son arrastrados por la gravedad, estoy a punto de caer en estado de coma.

Al regresar a casa, siete de la mañana más o menos, me percato de que todavía hay grupos con vasos y cigarrillos y exclamaciones que tratan de llevar el compás de Los Juanecos u otra orquesta, pero sus cuerpos ya no responden. Algunos roncan en plena avenida como si de su tierna cama se tratara, otros hombres con baba que poco a poco baja… y baja, se estira en el aire hasta que cae en su propia mugre; otro, con anónima indignidad, ha escondido su rostro en la sombra de un árbol, pero ya amaneció, y el sol descubre cierto moco como ornamento, sube y baja como columpio, el moco juega, construye un camino en el que avanza y retrocede al ritmo de su estrepitosa respiración y no logra desprenderse, se ha adueñado del territorio y origina, además de admiración, cierto no sé que de espanto.

Lo que nos trae el nuevo año: huayco en pleno verano limeño.

1 de enero de 2009

Moisés AZAÑA ORTEGA