miércoles, 25 de febrero de 2015

NOCHE SIN TI


martes 26 noviembre 2013


Me he quedado en casa y no he podido darte ni un beso ni el caramelo que te compré.

Me he quedado en casa y me he quedado con este abrazo en el aire y con todas las ganas de ti aquí adentro.

Me he quedado en casa y lo único que extraño del mundo es verte y besarte (lo más hermoso de lo trillado es que puedo besarte).

Me he quedado en casa y lo único que extraño de la existencia son tus cachetes y tu cabello desgreñado.

Me he quedado en casa y esta casa ha empezado a ser un calabozo dentro del océano Pacífico.

Me he quedado en casa y me he percatado de cuánta falta me hace tu amarilla mirada.

Me he quedado en casa y sé que esta noche tus dientes llenos de caries no me sonreirán.

Me he quedado en casa y es mejor no seguir porque esta noche será más larga de lo que esperó Prometeo para que pueda salvarse.

Tomo el caramelo y empiezo a chuparlo.  

lunes, 23 de febrero de 2015

Un párrafo de otro de mis días


23 de febrero 2015
Ya no debe parecerme raro contemplar mis páginas de cartas o del diario y saberme un repetidor de mis días, pero como casi no los reviso, suelo todavía sorprenderme. Ahora que por estas fechas veraniegas he estado ordenando mis papeles he encontrado este texto que escribí para mandárselo a quien entonces era madame Irene y que, para variar, nunca se lo envié. Me ha parecido triste que quede en la oscuridad con mis otros archivos, así que he decidido pasarlo de la oscuridad de mi cuarto a esta otra en la que quizá su muerte será inminente, pero será, con suerte, en compañía de otros ojos y ya no solo de los míos. Ahí va:


10 de febrero 2013
Estos últimos días he estado viendo una película diaria. He leído poco, he escrito no lo que he querido, pero he escrito (hoy, por ejemplo, concluí un relato; ya era hora), he ayudado en casa (a una de mis hermanas, a Ev, la han operado y por estos días vive con nosotros), he buscado trabajo (quizá resulte una hipérbole, pues apenas he ido a dos lugares; en uno hay más esperanza que en otro —tal vez lo mejor sería decir posibilidad—, pero al parecer en ninguno entraré). Tener Internet me facilitaría ver más películas. Esta semana he incentivado los trueques de pelas.

Y bueno, hemos empezado: al amigo con que quedé le pasé tres (La vida de los otros de Florian Henckel von Donnersmarck, La sociedad de los poetas muertos de Peter Weir y Tinta roja de Francisco Lombardi) y él me ha pasado dos (El lobo estepario del director Fred Haines, basada, claro, en la novela; y Trono de sangre de Akira Kurosawa; de él solo he visto Rashomon, basado en un cuento de Akutagawa). A otro amigo he prestado uno de Amenábar (Ágora) y en esta semana dejará una en La Rampa (creo que de Tarantino o de Clint Eastwood). A otra amiga he prestado Luna de Avellaneda de Campanella (director que ganó a la Teta asustada en el Óscar), y también me dará la suya por estos días. Espero.

Los trueques por el momento no han sido del todo favorables, pero se ha debido más por una cuestión de tiempo y también por no haber quedado o avisado a todo el mundo. Quiero decir, solo había quedado con uno; a los demás les he prestado porque llevaba pelas en el morral y, bueno, hay que expandir el buen cine. He conversado con cuatro personas más y hemos quedado. Ver películas por estos días se ha convertido en algo así como mi oxígeno. Mejor: mi droga. Conversando la semana pasada con otro amigo me dijo que debo vivir más y dejar los libros y las películas. Falta más praxis. En parte le di la razón. Lo dijo porque en la plática las citas que yo hacía eran o de películas o de libros, casi nada de mi vida. Me contó que en su trabajo la gente no cita libros o películas, citan su propia vida. Y, sin querer o queriendo, ayer fue un día de algo así como película. Por decirlo de alguna manera.

Por la mañana la reunión con el grupo de estudios me dejó una idea para un futuro ensayo. Esto, en realidad, no es nada novedoso. Ideas se me vienen siempre, la cuestión es redactarlas. Por la tarde en el Museo de Historia Natural de San Marcos me encontré un paraguas floreado. Caminé con él por Arenales hasta llegar al C. C. España. Ya imaginarás los gestos y miradas de los transeúntes. Me sentí un poco Maga, un poco Oliveira, pero no sabía dónde debía dejar al paraguas para que reinicie su ciclo. Caminé y caminé. 

Comprendí que la cuestión es caminar.

Comprendí que el truco es caminar.

En el C. C. España un libro de fotos me sugirió un proyectito que he empezado. ¿Te lo cuento, no te lo cuento? A las seis y media fui a entrevistar a travestis y mujeres que trabajan de noche "alquilando" su cuerpo (es colaboración a una amiga para su trabajo de lingüística). Ah, el paraguas lo dejé en el carro, antes me mandé unas palabras al cronopio para que lo tuvieran en sus manos. ¿Quién se lo habrá encontrado? ¿Reiniciarán su vida para que no caiga en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de la vereda?

Esto de entrevistar a… Todavía me cuesta decir prostitutas. Mi amiga lo utilizaba como quien dice mamá o deme un sol de pan (ya me tomaré el tiempo para contarte con detalles al respecto: Wilde nos recuerda que lo único importante son los detalles). Más tarde, sin querer, me encontré con una amiga filósofa y esta me llevó con un grupo de amigas feministas a un pub-discoteca-karaoke (no sé qué demonios era) y, bueno, nos amanecimos. En algún momento les comenté que hacía un tiempo habia conocido a algunas feministas que parecían más machistas que ciertos varones. Como te imaginarás, me quisieron apanar. «Te espero a la salida», bromearon. Tomé el micrófono y canté en el estrado «Flaca» de Calamaro y «Entre dos tierras» de Héroes del silencio, alucina. Ah, claro, les envié saludos a mis amigas feministas. Agregué: «…y un saludo para quienes están enamorados. Es preferible sufrir por amor, porque vivir sin amor es un desperdicio». Se hizo una algarabía total, me aplaudieron cual rock star. En casa dormí hasta las diez y media. Desayuné casi al mediodía.

Hoy, domingo de carnavales limeños, me he quedado en casa. Salí solo para comprar comida. He lavado ropa de mamá y mía (bueno, la lavadora, pero igual hay que encenderla, echar la ropa, el detergente, programarla, sacar la ropa, tender… Toma tiempo, no te creas). Luego he escrito y he acabado el cuento. Lo dejaré reposar un tiempo y volveré a él para las necesarias correcciones. Mañana no sé qué me espere (nadie lo sabe). Yo quisiera, primero, levantarme tempranísimo. En un rato veré, no sé, creo que Trono de sangre inspirado en Macbeth de Shakespeare. ¿O mejor El lobo estepario? Ya vi el inicio de ambos. El lobo estepario lo leí recién el año pasado. Grande Heese. Además de ver película, tengo ganas de componer con mi eléctrica y leer. Hay varios libros que me esperan. Pero también tengo ciertas ganas de conversar. Tal vez vaya a casa de amigo antropólogo, tal vez a casa de amiga psicóloga. Lo más probable es que me quede en casa dormido.


P.D.: ¿Hacemos trueques?

moisés AZAÑA ortega

viernes, 13 de febrero de 2015

SIN CALZÓN


octubre 2013

Como sé que este blog es una persona muerta que camina de casa en casa sin que nadie se dé cuenta de su existencia, de vez en cuando me doy la gracia de colgar, sin rubor y aspavientos, lo que encuentro abandonado en mi vieja PC.

Lo que aquí se publica son hojas muertas que pasan de la privacidad de mi computador al vedetismo del Internet. Lo hago solo por cierta nostalgia. Es algo así como un padre que tras ver a su feo hijo, defectuoso y esmirriado, le entra las ganas de sacarlo a pasear para que conozca más de lo que no ha conocido. Darle así tal vez un poco más de vida. Sin embargo, puede que este buen intencionado paseo sea más perjudicial que provechoso. De todos modos, el padre se siente algo aliviado, convencido de que el hijo también; y lo que ha de suceder, se dice, tendría que suceder sacándolo o dejándolo adentro. Algo así, aunque no precisamente, es el sentimiento que me embarga tras colgar en el Sin Calzón cosas que escribo sin la menor ambición de publicarlo por este medio.

No hay, como han de suponerlo, una tribu de sincalzoneros, ninguna lista de seguidores. Sin embargo, ha habido varias personas que me han preguntado o me han dicho, no sé si reclamándome o más bien solo por llenar algún vacío, por qué ya no escribo en el Sin Calzón, por qué ya no escribo más. Y siempre les contesto que nunca escribo en el Sin Calzón ni para el Sin Calzón. Cuando escribo, escribo simplemente. Me concentro en lo que estoy escribiendo y no sé precisamente cuál será su destino. Lo he conversado con César, amigo que todavía, pese a todo, también a veces cuelga cosas en su blog. Y sabemos muy bien que si uno publicase en el blog todo lo que escribiese, se llenaría irresponsablemente. Uno, aunque deja de publicar en el blog, continúa escribiendo sea en la en casa o en la calle. La escritura, cuando se te adueña, ya es imposible dejarla. Te posee. No siempre es como una droga, pero una vez que te ha picado el bicho, ya no podemos renunciar.

moisés AZAÑA ortega


Posdata: Febrero 2015: Este, por ejemplo, es otro de los papeles que he encontrado en mi vieja pc y ahora, recién ahora, revisando y ordenando el montón de archivos he sabido de su existencia, y me he dicho: caray, por qué no lo colgué en el mismo momento en que lo escribí. Me lo he dicho porque este papel es el único que ha sido escrito pensando en el blog. ¡Y tampoco se publicó! Bueno, quizá hay más, debo seguir ordenando. 



sábado, 7 de febrero de 2015

CACACIONES


lunes 11 enero 2010


Mamá hace unos días que no está en casa, quizá hoy o mañana regrese. Entretanto continúo con la política austera en el desayuno, almuerzo y cena. Ayer desayuné soya y cuatro panes integrales (no por dieta sino porque era lo único que hallé a las diez de la mañana), mi almuerzo fue un arroz al secreto con harto atún, y la cena, algo barata y suave. Se entiende que son días en que mi economía está peor que la de Wilde al salir de la cárcel. Debo agradecer que por lo menos no paso días de hambre como pasan hoy tantas familias, aunque no sepa quiénes, y como pasó también Guevara (antes de ser el inmortal Che) y Granado cuando jóvenes se enrumbaron a recorrer Latinoamérica. 


           Me gustaría alguna vez aventurarme del mismo modo aunque con un recorrido menor. Conocer tantos lugares inimaginables y gente tan disímil, conocer asimismo el verdadero hambre, el verdadero frío, la verdadera desesperanza, el sudor en la cara, el desamor en los huesos. No sé si lo haga, quizá lo escribo porque asumo en el inconsciente que el viaje jamás se realice.

 Hablando de aventuras, hoy mi tío Hiliades que ha venido de Venezuela por vacaciones, contaba los periplos que realizó en la edad dorada al interior del país, y también a Ecuador, a Colombia hasta llegar a Venezuela enamorándose de esta tierra y de su actual esposa (quizá primero de su esposa y después de la tierra; no importa). No en vano vive allí ya treinta y dos años y tiene un acento venezolano tan marcado que fácilmente cualquiera podría creer que es un oriundo veneco (que yo sepa, tengo tres tíos residentes en el pueblo de Chávez, pero con el apellido de mamá). Mientras tío Elíades (¿o Hilíades?) contaba las aventuras que conoció entre risas con mi hermano mayor, ambos coetáneos rememorando tres mil y un anécdotas, yo me sentía un idiota, un mongol que no pasa sus días, sino que los días pasan sobre él. Si algo se le criticó a Borges fue su falta de vida, pero él leía a montones, en cambio yo no leo a montones, apenas algunas páginas diarias, apenas esa curiosidad devaluada que la consumo en desorden y sin disciplina.

 Punto y aparte.

            En estos días no existe mi vida, solo un intento furioso por vivir. Me he estado volviendo un mediano escribiente de epístolas, mas no un logrado escritor de narrativa. Últimamente es poco lo que he hecho, algunas películas, algunas páginas, algunas salidas, algunas conversaciones, algunas angustias, algunas caminatas… Y creo que poner «algunas» no es justo, demarca un número anónimo incontable cuando en realidad cada uno de los momentos los tengo enumerados, acaso porque todavía son pocos los días en estas cacaciones o porque mis días transcurren monocordes y sin sorprendentes matices. Creo que hay una comunicación entre ambas alternativas, como si cada una haya puesto de su parte para convertir a mi vida de un solo color, un juego de acordes que se repiten hasta el cansancio: adiós polifonía, adiós vida polícroma.

            El último relato que escribí fue «Gloria», luego todos los temas que han pasado por mi cabeza me han parecido… En realidad no me han parecido, los he sentido fuera de tiempo, fuera de mi tiempo, es decir no me he sentido con la fuerza o el entusiasmo de escribirlos. He tenido paciencia y he dejado que los días hagan lo suyo, algo así como dice Voltaire: «El tiempo es justiciero y pone cada cosa en su lugar». Y llegó: visité a un amigo de secundaria el dos de enero, y entre tantas anécdotas que contamos, dos me llamaron la atención pero solo de una me sentía capaz de contarla. Quise escribirla la misma noche que llegué a casa, no recuerdo qué sucedió para dejarla para el siguiente. Fatídica decisión: jamás existió siguiente día. Anda perdida por la desidia, por la ausencia de disciplina y por un malestar secreto que se manifiesta solo internamente y no hay catarsis que la desentierre. Como ves, estos días han caminado más pa’ bajo’ que pa’ rriba’.

Seguiré escribiéndote si el tiempo, la vida, la vista y las ganas me lo permiten.


moisés AZAÑA ortega