lunes, 24 de mayo de 2010

Crepúsculo de medianoche

Por fin te veo hermosa. Y es demasiado tarde. Es mentira eso de que nunca es tarde, contigo siempre lo ha sido, contigo solo he vivido numerosas canciones sin tocar, fuimos la orilla de un mar que nunca tuvo agua. Hace tiempo que no pienso en ti, hace tiempo que no escribo nada para ti. ¿Acaso alguna vez lo hice?

Cuando leo los renglones que te garabateé, me parecen tan artificiosos que no sé si reírme o sonrojarme, yo no tuve la culpa de esos desvelos, de las palabras rebuscadas, de las frases surgidas del delirio y Es que fuiste tan tierna, tan dramática, tan bonita, tan moralista, tan blancura y tan puntual que yo era la incongruencia en tu vida, la errata del párrafo, la mancha del crepúsculo. Nunca debiste coger la ilusión por los cuellos, jamás debiste asistir a lo sueños del canto, porque aunque a todo Edén le gustaba tu voz, yo no determino aún qué sentía al escucharte; claro que me alegró que me compongas esa canción y que me la cantaras en ese parque anónimo, claro que me embelesó tus besos, tus ojitos marrones, tus manos suaves, blancas y tímidas, claro que me encantó acariciarte la cintura, pellizcarte los cachetes y con mis labios escribir en tus senos que te quiero. Y ahora sé que Fue tonto perderte, pero más tonto fue que hayamos creído en el amor, que hayamos intentado no renunciar a nuestra imperfección y sujetar cielos en busca de soluciones ilusorias, lo mejor era la renuncia inmediata, no dejar que mi agnosticismo interrumpa el sendero e ir en busca de tu fe a reconciliarnos cada uno por su propio camino.

Acostarnos en una oración fue nuestro peor pecado, nuestra mayor impiedad; tu devoción no resistió al vínculo rebelde de lo mortífero y el peligro se incendió en inútil sed de lo eterno. Pero fuimos demasiado mortales, un laberinto de efervescencias que se perdían en la distancia y regresaban imantados en el siguiente verso. Creías según las circunstancias y a veces te daba miedo una llovizna, terror un temblorcito, un pájaro negro; las lágrimas te recordaban todas las antífonas que tus padres te enseñaron, Levítico, Nehemías, Tesalonicenses, la Iglesia de los domingos, las homilías de los almuerzos, pero ya ves, fuimos torpes, unos niños ineducados y sin respeto invadidos de esa ajena curiosidad que se desarrollaban en los instantes perpetuos en que creíamos ser felices.

Acaramelados ya en la inexistencia de la renuncia, en la situación imperecedera, siempre venías, siempre iba, siempre moríamos, siempre el cielo, siempre la cruz, siempre dolía, pero yo, un individuo sin el arte de la batalla, no contuve el golpe que extrapoló nuestra Biblia y erigió su siglo escolástico, nos arrinconó al Apocalipsis, nos abandonó desnudos en medio del caos. Desganado y apático para los vínculos sagrados, todo fue coincidiendo ante la Providencia, y nuestra libertad fue encarcelándose en el mismo destino, un fracaso que espera, la total ausencia de iniciativa, la lamentable aceptación de no ser la pareja ideal. Y quizá eso era lo mejor para los dos, hora de fundar la inescrutable risa de Tántalo, hora de abrir los ojos al imbécil afán de armonizar nuestros mundos diferentes. Creíamos (suponíamos) construir un Aposento y anduvimos edificando el abismo en que tenderíamos la almohada y la sábana para acostarnos hasta extinguirnos.

A lo mejor sí lo sabía, pero jamás intenté comprenderlo, tampoco intenté falsear los instantes (lo único existente entre nosotros), neurasténico mundo de relámpagos, de fuegos, de hielos, de esperas, de tardanzas, la maldad de conocernos, el injusto momento de intentar el corazón. Jamás debiste conocer la guitarra, la composición, el arte, la poesía, ese mundo no era el tuyo, pero te acercaste inocente a descubrirlo en mala época, en malas manos, él amando soledad de inviernos, ella acariciando el do sostenido bajo las sombras de verano, diste el inicio, el resto fue de ambos, visitamos las puertas, abrimos las persianas, nos envenenamos de canciones, las paredes se multiplicaron, los libros se redujeron, las exposiciones se rindieron a nuestras manos, el teatro lo guardamos en nuestros ojos, ambición tonta de conocernos, la maldición del milagro, el principio del calvario. Nos olvidamos de nosotros mismos para estar cada uno en el infierno del otro, cambio de horarios y de epidermis, y tal vez allí empezamos a desquerernos, nuestro tejido no soportó envolverse demasiado en mantas que no eran suyas y un día aparecimos tirados sin cuerpo sin alma y con una lágrima entre los dedos. La renuncia había llegado, cada uno en su cuerpo y con una mochila de caminos. Era lo mejor. Lo era, lo era en esos días, pero ya no lo es hoy.

Ahora, cada noche, antes de acostarme, veo las cuatro paredes y nunca te recuerdo, la distancia que hemos sembrado nos separa tanto que cualquier ensayo de acercamiento nos congela, llegar a ti es llegar metafísicamente al pasado, fácticamente a la aquiescencia verde de la que huyo. Sin embargo, cuando la noche deja de ser noche y se convierte en sueño, en un momento parece que llegas (el alejamiento que nunca acordamos se acorta, lo huelo, puedo columpiarme en él). Llegas callada y fría en busca de almohada y de palabras. Pero yo continúo durmiendo solo contigo mismo.

enero 2010
AZAÑA ORTEGA

domingo, 9 de mayo de 2010

Vida, qué impredecible, pasa tan rápido que todo parece ayer (nunca presente) sujetándose siempre del futuro donde vive nuestra esperanza, la ilusión por progresar y no ser uno más de la muchedumbre, pero lo somos y así moriremos por más que logremos alguna tras-cen-den-cia. Quién recuerda a Renoir, quién conmemora a Hitchcock, quién piensa en Hesíodo, quién habla sobre Diógenes, quién vibra con Armstrong, quién siente a Grieg, quién conoce a Vallejo. Grupos reducidos y casi herméticos, tipos de cigarrillos y de orgullos por una cul-tu-ra aprendida, letrados con inodoros en la cabeza.

El mundo es grande, y de esa grandeza, solo un retazo recuerda a esos hombres inmortales que están muertos (dulce paradoja); los demás ignoran las plumas, los acordes, las pinturas; no son más que célebres desconocidos —por ejemplo Darwin: lo conocen mas no lo leen—, son muy pasado para tenerlos presente, cosas viejas que sirven más de esnobismo que de solución a los problemas. La mayoría está preocupada por el hambre, por la enfermedad, por el colegio, el continuo devenir. Los trapos de la cultura no son fácilmente bienvenidos en las familias, hay tanto por hacer y deshacer como para perder segundos contemplando un cuadro de Dalí o leer una obra de Dostoievski.

abril 2010
AZAÑA ORTEGA