domingo, 11 de abril de 2010

Sobre el sabio


La sensatez es suficiente para socorrer a una persona
Platón, Protágoras


Llevé el desayuno a mi dormitorio y acompañado de Francis Bacon, lo digerí cómodamente. Un primer ensayo hablaba sobre la buena elección del acompañante que ha de tener el príncipe, daba las características del ambicioso que le serviría: que siempre esté adelante y nunca retroceda. El segundo, que me pareció mejor, sobre los beneficios que trae el estudiar. Diferenciaba tres clases, los que estudian por placer, los que lo hacen por tener tema de plática y los que lo forjan con afán erudito. El exceso en los primeros lo denomina pereza, al de los segundos afectación, y al grupo tercero propio de un carácter docto. A los astutos les importa un bledo el estudio; las personas común y corriente, «los simples», lo miran con admiración; en cambio los sabios hacen uso del estudio, lo observan, lo toman, lo mastican, lo transforman. Recordé algunas líneas de Ribeyro (sospecho que de aquí se influenció, también sospecho que yerro en mi sospecha) donde mencionaba la diferencia entre el erudito y el culto, el primero estudia y va almacenándose de conocimiento, lo apila y ante cualquier situación repite como un loro lo aprendido, el segundo tiene características símiles al sabio que mencionó Bacon.

Bacon y Ribeyro, con estas cualidades, indirectamente se autodenominan sabios. También pudieron haber dado otras cualidades de sabio, por ejemplo, no lo es quien lee, sino el que no habiendo leído conoce lo que está en los libros; quien se percata de que los cambios hechos por los hombres, en lugar de mejorar la naturaleza, la empeora, ante aquella certeza y sabiendo que dejará este mundo así no haga nada, se observa así mismo y observa a otros mientras come y se rasca la panza; quien vive en la constante meditación de la acción; el que no guarda pan para mayo, no porque piense que se puede morir en cualquier momento (lo cual lo sabe, solo que no lo piensa), sino porque prefiere vivir en la eternidad que le da el presente... En fin, el verdadero sabio no se alimenta de libros, ni hace libros, mucho menos hace una definición sobre sí mismo.

julio 2009


AZAÑA ORTEGA