domingo, 9 de mayo de 2010

Vida, qué impredecible, pasa tan rápido que todo parece ayer (nunca presente) sujetándose siempre del futuro donde vive nuestra esperanza, la ilusión por progresar y no ser uno más de la muchedumbre, pero lo somos y así moriremos por más que logremos alguna tras-cen-den-cia. Quién recuerda a Renoir, quién conmemora a Hitchcock, quién piensa en Hesíodo, quién habla sobre Diógenes, quién vibra con Armstrong, quién siente a Grieg, quién conoce a Vallejo. Grupos reducidos y casi herméticos, tipos de cigarrillos y de orgullos por una cul-tu-ra aprendida, letrados con inodoros en la cabeza.

El mundo es grande, y de esa grandeza, solo un retazo recuerda a esos hombres inmortales que están muertos (dulce paradoja); los demás ignoran las plumas, los acordes, las pinturas; no son más que célebres desconocidos —por ejemplo Darwin: lo conocen mas no lo leen—, son muy pasado para tenerlos presente, cosas viejas que sirven más de esnobismo que de solución a los problemas. La mayoría está preocupada por el hambre, por la enfermedad, por el colegio, el continuo devenir. Los trapos de la cultura no son fácilmente bienvenidos en las familias, hay tanto por hacer y deshacer como para perder segundos contemplando un cuadro de Dalí o leer una obra de Dostoievski.

abril 2010
AZAÑA ORTEGA