domingo, 9 de marzo de 2014

Una vieja carta



No sé qué escribirte. La verdad —a veces ocurre—  no sé qué escribirte. La verdad es una palabra que usan los filósofos, los profes pesados y los padres a la hora de pedir explicaciones. Me he sentado y esto, digo, este hecho, es una verdad. Pero una verdad que ya no será verdad cuando tú leas estos renglones. O, bueno, será una verdad pasada. Una verdad con pasas e higos. Un cuadro pintado en una tarde de abril mientras no damos un beso. Un beso que dura hasta hoy y que durará hasta que Dios se canse de ser eterno.

Cuando leas estos renglones estaré de pie o echado o, quién sabe, puede que volando, quizá con coca, mejor con anís. La verdad es que escribir en la cabina nunca es tan bello como escribir en casa. Digo, en mi cuarto; la pantalla caga los ojos y no sé cómo bajarle la iluminación y quien atiende creo que anda concentrado en alguna página treinta. La verdad, escribir nunca es tan bello como escribirte. También es lindo leerte. También es lindo que te engrías engriéndome. Tienes ese privilegio eh. También es bello engreírme engriéndote. La verdad que tus ojos son los míos, los míos son tus ojos, los son tus míos ojos. Así es como hemos llegado a decir que son tus ojos los míos, tus ojos son míos los, sabor a Colgate (nunca a Listerine), a caramelo agriazucarado, digamos, en una palabra, sabor a nosotros y a lo que eso puede significar. Digamos, en otra palabra, sabor a mí en ti a ti en mí. Y, por supuesto, a lo que eso puede significar. Habría además que agregar que a estas alturas del partido los no sé qué escribirte siempre se transforman en un decir que se expresa en principio, en mitad o en fin de una partida que nunca acaba. Y no nos trabagüenleemos, trabagüenleador, que a buen trabagüenleador trabagüenleadora se le entrabagüenlea en el trabalenguas.

Contigo los no sé qué decirte es un silencio con mil palabras. Es un trabalenguas con ojos egipcios. Es un nosotros. Es yo escribiéndote escuchando Piaf o cualquier grupo que me  guste a ti o que te guste a mí. Es un yo y es un tú abrazados con dos milímetros de respiración. Es tú escribiéndome a dos codos y a dos ojos. Es tú leyéndome. Es yo leyéndote. Somos algo así como infinitos que se pierden en momentos que son algo así como infinitos. Hay que señalar también, con el perdón del caso, que este internet es una mierda. Y discúlpame, no más malas palabras en este jardín. A propósito del jardín, te obsequio una flor, huélela, respírala. Esta flor que te he obsequiado tiene el color que te gusta. Tú, y tú lo sabes, eres mi flor en días de desierto. No sé cómo sonó, pero fácil es un Valdelomar en resaca. Intentemos de nuevo: Tú eres mi flor suicida... No, peor, esto ya es Bécquer creándose una cuenta de Facebook, es decir, en su peor momento. Tú eres esa flor que pasa por ser flor en días en que hay todo menos flores. Es demasiado, y eso que no he tomado palabrol. Tú eres el pétalo que le falta a la flor para ser flor. Eso sonó muy lluvia. En fin, tú eres todo eso junto y mucho más que no se ha dicho ni se dirá nunca.

Amor, mejor juguemos. A ver... juguemos a mirar. Sí, a mirar, no a ver. Miras un árbol con patas de león. Miras un corazón con corazón de durazno. Miras una bicicleta y yo estoy allí manejando feliz de la vida, te recojo y nos vamos juntos a ese árbol con patas de león y yo te entrego mi corazón con corazón de durazno.

Juguemos, te escribo algo con la palabra magnolia, ¿te parece?

Había una vez una magnolia que esperaba todos los días del verano un pedazo de lluvia. Un invierno por la tarde, perdón, un viernes por la tarde ya cansada de esperar la lluvia la magnolia se estiró, cara soñolienta, bonita bonita, y logró salirse de su tierra y viajó a otro lugar donde su bonitez no se pierda y el verano sea menos feo, digo, más bonito, y empezó a caminar y a caminar. El camino era camino y además era largo como todos los caminos que se caminan lento y la magnolia amaba caminar lento y con la cara arriba y con la cara abajo, dependiendo el sol y las sombras. Los caminos largos, para la magnolia, siempre le sonaban a algo feo, como a magnolia muerta o a verano sin lluvia. Caminó de todos modos muchos miles de kilómetros (más o menos lo que nosotros caminamos un sábado buscando lasagna) y sin ninguna muestra científica de sudor encontró que el sol estaba por todos lados. Era un sol metiche, la verdad, casi casi fosforescente. La magnolia, cansada y triste, decidió enterrarse, perdón, morirse. Y la pobre se murió. Pero como la muerte era algo fea, la magnolia decidió resucitar. Y fue así que resucitó y vivita y floreando gritó tenemos magnolia para rato.

La magnolia con el tiempo se dio cuenta que era alérgica a la tierra y a todo aquello que podría significar olvido. Sabía por sus lecturas nunca hechas que el polvo podía ser su símbolo preciso. Peor si tenía la tierra encima. Así que, aburridísima, salió de esa tierra mala y fea, y se fue, se largó en busca de su romance postergado con la lluvia. No quería saber más de tierras ni de soles y siguió caminando. Y siguió caminando. A la magnolia el pie ya le pesaba e iba a tumbarse por debajo de algún ómnibus (bien trágica ella) hasta que encontró un depósito inmenso de agua. Nosotros, terrícolas con años de universidad, sabemos que hablamos del mar. La magnolia no lo sabía. Pero la magnolia quería lluvia y no mar. De todo modos fue corriendo y se mojó todita, empezó por su cara (o su carita), pero no contenta con eso, metió todos sus pétalos y su tallo y todotodo. Sabía que el invierno estaba cerca, algo había en el mar que le decía: la lluvia está cerca. Pero no era necesario que el mar se lo diga, la magnolia sabía que la lluvia estaba cerca. No tenía que morirse, la lluvia mojaría su cara para siempre. Salió a tirarse desnuda en la orilla, bien coqueta ella, y empezó a broncearse. No era justo, pensaba, haber caminado tanto para no encontrarse con la lluvia, entonces empezó: varias gotas caían en su cuerpecito, era como una respuesta de lo inexistente. Entonces la magnolia supo que la vida valía la pena ser morida. Y también vivida, por qué no. Y la magnolia sonrió como nosotros hemos sonreído en los días más feos y en los días más magnolios. Porque la magnolia sabe que estar con lluvia o sin lluvia, con sol o sin sol es lo de menos cuando tú y yo estamos juntos. Porque en realidad, sencillamente, la vida es menos mierda si estamos juntos, mi magnolia de sal y canto.

octubre 2013
moisés Azaña 


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