Abro un libro.
Cierro
los tormentos.
Una pestaña cae en la luna izquierda de mis
lentes negros
opaca las palabras,
se
congestionan los renglones.
¡Oh,
congestión
congestión
con-ges-tión!
Descartes se hace el tercio con las ideas
innatas.
Locke se hace el difícil con las
empíricas.
¡Sólo sé que nada sé!, me dice Sócrates,
y lo asumo
ni mierda sé.
Hay metáforas de carne y hueso
se incrustan en nosotros como astillas de
viejos sillones.
Llega García Márquez y me caga en el final
de Vivir para contarla.
Y la niña mala es una cagada en sus
travesuras que narra Vargas Llosa.
¡Qué carajo!
¡Congestión de palabras,
de letras,
de pestañas!
Congestión de segundos.
Ya es de noche.
Oswaldo Reynoso esconde una lisura en un
párrafo que me recuerda
—sí sé por qué—
a Martín Adán.
Ya es de noche,
repito
levanto la mirada,
inundación de carros atropella la avenida,
diez minutos y podría llegar a casa
pero estos pocos kilómetros tienen el
rostro de una hora en llantas
Continúo leyendo,
prefiero mil veces la congestión de los
libros.
AZAÑA ORTEGA, Moisés
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