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domingo, 29 de abril de 2012

María Reiche


Febrero 2012

 Si digo Carlos C*** de inmediato veo a un niño, no recontra panzón, pero lo suficiente para ser considerado medio gordito (lo de medio es un decir), pinta de bueno, de cariñoso (solo pinta), anteojos que le dan un toque de intelectual y algo de sabiondo. No en vano era uno de los más chancones del salón en arrebatada pelea con Colita Valverde y Alexis Ubillús (si mal no recuerdo). Si continúo pronunciando nombres de la Promoción María Reiche como Roberto Aquino, Luis Huari, Luisa Alfaro, Laura Julca, Marquitos Quispe, Diana Ricaldi, Paolo Valencia, Leysi Sandoval, etc., me encuentro con niños y no con los jóvenes que son ahora.

Con Andy y con Nelo me ocurre el efecto contrario a causa de que hemos sido promoción en secundaria (Ernesto Che Guevara; yo propuse el nombre): los rostros con que los recuerdo no son de niños y, en lugar de sorprenderme al verlos ahora, me sorprendo cuando veo fotos de los años en primaria, sobre todo de Andy quien físicamente ha cambiado más que Nelo.

De quienes también retengo impresiones, digamos recientes, son de Keith y de Gicella. Con Keith me encontré —junto a Andy—en un ciclo verano del colegio Christian Barnard para cuarto y, además, en coincidencias y causalidades (también casualidades) adolescentes y en ocasiones caminando por rumbos distintos, y nos hemos vacilado.
A Gicella Osorio recuerdo haberla visto en los quince de Romy, en un cumpleaños de Anita Martínez y en accidentales encuentros, gratos por cierto. Me parece que una vez la vi de la mano de su chico. Continuaba igual o más delgada. Algún rulo le caía sobre su agraciada mirada triste.

Tengo la sensación de haber visto a Romy pero no recuerdo cuándo ni dónde. Alta como siempre; luego por noticias de Andy sabría que Romy había crecido más de lo que ya había crecido; así que os ruego, Romy, no asistir este sábado con ninguna clase de tacos para que el resto no se sienta tan enano. La sensación de haberla visto es posterior a su quinceañero, donde también estaba alta, y al que asistieron Alexis, Andrés, Diana que discutía con Carlitos de que Trilce, de que Pitágoras, cosas así que no valía la pena discutir en los quince de la linda Romy; también llegaron Gicella, Keith… Voy olvidando.

Esa noche Alexis tenía la misma cara de niño que años después vería en un bar con cerveza en mano, raya al costado como si su mamá le seguiría peinando para ir al colegio o a la universidad. A Andrés ya no se le caía el moco pero estaba todo tímido, no hablaba más que monosílabos y su mamá y la profesora Violeta tuvieron que hacerlo bailar como quien saca a un niño y él que no y que no y que no. Y no bailó. En el cumpleaños de Anita fue todo lo contrario, había que traer a la profesora Violeta y si es posible también a su mami para que dejase de bailar. Me parece que la última vez que lo vi fue en una couster.

Esa noche, antes de que empiece el compás de Chayanne, de Strauss o de Thalía, fuimos con Keith o Carlos a llamar a Andy, pero no pudo. Al que sí pudo asistir fue al cumpleaños de Anita (es curioso, Ana continúa siendo Anita), al que también fueron Rubí Valencia, Andrés Inga y si la memoria infiel no me traiciona también Nelo (creo que fue otro vano intento de reencuentro; si omito a alguien o si he puesto a alguien que no fue, perdón). Pese a que recuerdo haber bailado con Rubí, la chica a quien recuerdo es a la de lentes grandes de primaria; es como si esa noche haya bailado con una niña.

A quien recuerdo alto e imagino alto es a Paolo, el primo, sobrino o tío de Rubí que llegó en quinto o sexto. Recuerdo —y este recuerdo es casi nítido— cuando se ponía de pie, se acercaba a la pizarra, volvía a su carpeta y se sentaba a copiar lo leído; se volvía a poner de pie, se acercaba nuevamente a la pizarra y volvía a copiar en su cuaderno (bis, laralá, laralá); pido disculpas públicas a Paolo si mi recuerdo ha tergiversado y tal vez hiperbolizado la realidad, pero yo también por ratos hacía lo mismo porque no veía, creo que también Nelo y por ahí otro potencialmente ciego. Yo ahora uso anteojos y no puedo vivir sin ellos. Recuerdo que éramos amigos, que nos llevábamos bien, que me caías bien. Eras buen pata.

La última vez que vi a Óscar parecía que salía de filmar alguna secuela de Los Picapiedras. Venimos conversando en la parte de adelante (no estoy citando a Calamaro) de la combi. No fue hace mucho, hace tres o cuatro meses, quizá más, tal vez menos; entre otras cosas me dijo que la gente María Reiche intentaba hacer una reúna. El rostro que conservo de él, sin embargo, es de cuando lo visité ya saliendo del cole y de las veces que nos cruzamos en algunos conciertos. Pelucón, cabello ondulado, barbita a lo náufrago (un tiempo, hasta el año pasado, también andaba así; ahora por motivos laborales debo afeitarme y andar con el cabello corto —misma canción «Aprendizaje» de Sui Generis—), por esos días me dijo que estaba de moda, todo un galán. El día que venimos en la combi, en cambio, estaba hecho un galón aunque con el mismo look.

La penúltima vez que vi a Claudio yo estaba caminando por el parque de la comisaría, reflexionando y, de pronto, me asustó. Lo acompañé hasta la esquina del Rosario. Y, la última vez, se encontraba con sus patas, al parecer algo mareado. A Claudio y  Óscar —luego ellos mismos me contaron— no le dejaron ingresar al quinceañero de Romy porque olvidaron sus pases (además vinieron con otros amigos).

De Roberto, por más que lo visité el dos mil nueve (¿fue el dos mil nueve, Roberto?) y no me reconoció (yo tampoco a él, salvo al tercer segundo), cada vez que intento recordarlo viene el mismo chiquito de siempre. Al respecto he escrito y lo he colgado. (También escribí y colgué aquí mismo de la salida que tuvimos con amigo Andy y amigo Nelo al cine y que vimos Avatar).

A Luisa desde que salimos de primaria nunca la he visto, mi recuerdo de cuando niña está intacto. Me da cierto no sé qué si voy este sábado y la veo. Recuerdo que nos llevábamos bien, recuerdo que una clase coincidimos en traer el libro Literatura peruana V, uno verdecito, tuyo estaba más nuevo, Luisa; yo aún lo conservo, continúa sin forrar. Recuerdo que fuiste la primera a quien di para que escribiese en mí cuadernito azul de Recuerdos que nos obsequiaron los chicos de quinto: «De los alumnos del Quinto Grado a nuestros compañeros de la Promoción María Reiche, en prueba de nuestra eterna amistad: “Las grandes obras son fruto de la perseverancia y de una esmerada disciplina”». Lo cito sobre todo porque me hacen gran falta estos dos árboles.

A Jorge F*** lo recuerdo de secundaria en primero y segundo pese a que no estuvimos en el mismo salón. Esos dos primeros años estaba de mi vuelo y contextura. Al año siguiente, que ya no apareció salvo para una actuación, llegó más alto y gordísimo, más gordo que todos nosotros juntos. Esa actuación fue la última vez que nos vimos. De todos modos mi recuerdo de él es de cuando estaba de mi contextura y preguntaba por Milagros de mi salón.

A Luis H*** lo vi dos o tres veces en Senati. Si no me equivoco estaba más agarrado y pronunciaba correctamente la erre. Aún así, ahora que intento recordarlo, su imagen llega de cuando niño con la voz y pronunciación de siempre, mejor dicho, de esos años en que recitábamos trabalenguas y adivinanzas en la pizarra y jugábamos con piedritas y chapitas en la losa entre otros mil alumnos. Que la profesora de Educación Física nos diese pelota era una bendición, un milagro.

Hubo otro intento vano de reencuentro que organizaron, imagino, Lisbeth, Andy, Keith, Kevin. La cuestión es que un día se aparecieron Kevin y Lisbeth (que otrora se jodían hasta morir) en mi casa de los más patas (como debe ser) diciéndome que se planeaba un reencuentro. Por esos días vi a Lisbeth y a Kevin. Y precisamente uno de esos días me amanecí con él cerca a su casa, por la losa, tomando un vino que felizmente no me hizo daño. El reencuentro, como es de suponer, no se llevó a cabo.

A Laura no la he vuelto a ver desde que acabó primaria, así que el recuerdo que conservo de ella es de esos días cuando me gustaba. Tenía algo dulce, recuerdo, algo tierno, me gustaba mirarla. Había llegado creo que en quinto con Marilyn y, digamos, fueron en ese momento la sensación. Eran las nuevas y se veían bonitas.

A Marilyn la vi en secundaria. Ella estaba en el turno mañana y yo en el tarde. Creo que hasta primero o segundo de secundaria todavía su mamá la acompañaba. En más de una tarde, en que yo entraba y ella salía, nos cruzamos. Y ninguno dio al otro algún hola, quizá en el fondo lo pensamos pero no lo hicimos. Tampoco luego, en otras veredas, nos hemos saludado, hemos pasado de largo como dos desconocidos. No sé cómo estará, espero de todo corazón que esté bien.

A mi tocayo M. Prinz que casi nadie recuerda o al menos nadie pregunta, porque de cierto modo era un intruso ya que había repetido, lo vi seguido un par de meses cuando cuidé un internet cerca a su casa. Estaba (está) alto y acostumbraba el cabello corto. Creo que ya tiene su hijito. Espero no le haya puesto mi nombre que también es su nombre.

De Marcos creo que nadie sabe nada. Al menos yo no lo sé. Lo jodían demasiado al pobre Marcos, sobre todo Roberto (eras un canalla Roberto con Marquitos).

A Diana, luego del quinceañero de Romy, nunca más la vi. Recuerdo un lunar en su rostro, recuerdo su vocecita, su risita...
La última vez que vi a Miguel coincide con la última vez que entré a la Cruz Roja. Hacía una faena, supongo de alguno de sus hermanitos, y no sé si se avergonzó o qué pero apenas saludó. Seguía flaco.

En algún momento ver a Patricia (Paty) se convirtió en una costumbre de Halloween. Y su delgadez concordaba con ciertos disfraces que entonces y hoy pululan por las calles en fines de octubre. La recuerdo bonita. Su espontaneidad en sus cumpleaños era por ratos aterradora, por ratos hermosa. La recuerdo medio rallada, medio loca en plena fiesta. Pese a su locura y su alegría dejaba notar en el fondo de sus ojos cierta melancolía, cierta tristeza. Como si con toda la alegría que expresaba intentase esconder o asesinar alguna parte triste que persistía en no morir.

A Leysi, desde que salimos del colegio, tampoco la he vuelto a ver, salvo que ella haya sido la que una tarde estuvo sentada frente a mí en un carro. Recuerdo que su regreso en sexto también fue, de cierto modo, la sensación entre los chicos. Regresó muy guapa.

A Rosa, si no era su hermana o alguna prima que tenía sus ojos y sus delicados rasgos, un tiempito hubo en que nos encontrábamos seguido en un micro de vuelta a casa. Si era ella, no estoy seguro. Pero tampoco nos saludamos, quizá cierto rubor, no sé. Resulta extraño que luego de haber estudiado juntos algunos años, de repente un día ya ni nos pasemos la palabra. Si eras tú, no estabas tan delgada, en todo caso, tu flacura había tomado forma.

De Colita o Jonathan ni hablar, la gente dijo que se volvió un sobrado. Y al parecer así fue. Conversé con él cuando me comentaron eso y me dijo que no, que era pura habladuría. Conversé dos o tres veces y verdad que parecía que no. Y esa fue la última impresión que me dejó porque después ya no nos hemos vuelto a ver. Me contó que tenía su chica y que iba en serio. ¿Se habrán casado?, ¿te has casado, hermano, tienes hijos, nietos, bisnietos? Recuerdo que era una costumbre en los últimos años en que agarramos una fuerte amistad venir siempre juntos, hasta abrazados… Qué años, caramba, todavía no existían mariconadas en nuestro léxico. Y si lo había, era todo tan distinto…

Comencé este texto con Carlos (Carlitos entonces) porque fue unos de mis mejores patas en primaria. Con él (contigo, Carlos) nos hemos visto luego de haber concluido primaria cuando nos juntamos, por ejemplo, para jugar pelota. Una tarde nos fuimos a la cancha de la casa de Kevin ¿con Nelo y Andy y Keith y el propio Kevin?, y nos ganó la gente del barrio de Colita. Luego en el quince de Romy, en algunas casualidades, y las últimas veces cuando yo me iba a San Marcos y tú a la Católica. Allí en la 148 conversamos cosas que ya no recuerdo con exactitud. Estabas distinto, pero como he dicho en los primeros renglones si te evoco viene el gordito reilón y cabezoncito que eras y no el joven que había adelgazado y que creo ya no utilizaba anteojos. Te acuerdas cuando jugábamos súper y casi siempre me ganabas con goles de… pucha, ya me olvidé, cómo se llamaba… (¿?). Creo que se llamaba Alejo, ni siquiera Bebeto o Romario, sino Alejo. Algo así porque recuerdo que jodíamos con lo de Conejo o lo de pendejo.

Bueno (¿te acuerdas Nelo de esta muletilla que percataste en la grabadora que tú o Andy, no recuerdo quién, tenía, creo que prestado de Supa?), bueno, de esta forma voy cerrando lo que debió escribirse en cuatro renglones. Cierro esta larga pero a la vez resumida exposición, porque si detallaba cada cosita nunca hubiese terminado. Espero asistir este sábado a casa de Anita, ahora Ana, a quien vi por última vez en su cumpleaños. Lo recordarás Anita, quizá ya ni recuerdes que yo fui. Espero asistir, espero que no me gane esta cosa de querer mantenerlos con sus rostros de niños, este temor por reemplazar las imágenes antiguas por estas nuevas. En otras palabras, estas ganas de no querer reemplazarlos con estos nuevos rostros y nuevos cuerpos que pronto empezarán a oxidarse.

Un abrazo fraterno a todos. Que María Reiche viva por siempre. Al menos mientras continuemos con vida.

P. D.: Ahora que he vuelto a la foto de la promoción los veo tan lindos a todos. A todos, sin excepción. Todos, imagino, asumen que hoy se ven más bonitos que en esos días. Es posible que sea cierto, pero ya no existirá ese aire celestial que solo encontramos en los niños (la infancia es una de las edades más bellas). Sin embargo, además de bonitos, tenemos una cara de huevones. Es bueno que lo sigamos asumiendo.

AZAÑA ORTEGA
MOISÉS J.

viernes, 3 de febrero de 2012

Encuentro

Antes de pronunciar mi nombre, me miró largamente. Todavía dudoso me extendió la mano. Roberto ya no era el niño con quien hacía travesuras y jugaba con piedritas en la losa de la Cruz Roja, pero continuaba con la misma panza de siempre y parecidos cachetes. «Antes estaba más gordo, ahora estoy tratando de bajar». Estudia Ingeniería Civil y se recursea tocando percusión en una orquesta los fines de semana.

Recuerdo cómo fijamente me preguntó si tenía tiempo. Creo que eran las diez de la noche. «Vamos, te invito…», sin esperar mi respuesta cerró la puerta de su casa y ya caminaba adelante guiándome hacia algún bazar. Sentados en una banca frente a un parque descolorido bridamos con Frugos y galletas San Jorge.

Me tomó como su psicólogo y la confianza primigenia, infantil y pura que algún día tuvimos, regresó de manera espontánea. Se marchó de su casa por cuatro años, en el nuevo vecindario conoció a su ex que, además de engañarlo, le dejó de herencia la duda y la desconfianza. Su ex es la mujer de su vida pero también es la hijastra de su tío. Pero no son nada de sangre, me cuenta, puede ser su esposa pero ella tiene planeado un viaje a Madrid en febrero próximo. No entiende cómo puede dejarle, él no se iría a otro país si no fuese con ella… Intentaba contármelo todo en esos minutos, sin perderse ninguna de las estrofas mal compuestas de su música. Esa música que ya no escuchaba hace tanto y que hoy tenía otra voz, otro lenguaje, otra marca.

Sin querer, en menos de dos horas, habíamos hecho un compendio de alegrías, desgracias y nostalgias. Mientras lo miraba traté de recordar su rostro de niño, jodido y coqueto, pero nada, al frente de mí estaba un sujeto desconocido: cabello corto peinado hacia atrás, ojos claros, mirada percudida, sonrisa sin la diablura que desvelaba inocencia e ideales cuando éramos compañeros de clase en primaria. Esa voz nueva, extraña, continuaba hablando. Había gestos y sonrisas que, sin embargo, no habían cambiado en la suciedad de nuestros años.
septiembre 2009
aZaÑa oRTEGA

domingo, 8 de agosto de 2010

Andy y Nelo


5 enero de 2010

Ayer fui a Cine Mark con Andy y Nelo, amigos con quienes hice dos veces promoción, primero en la Cruz Roja y luego en Crhistian Barnard. Vimos Avatar en 3D.

Amigo Andy estudia Ciencias de la comunicación en la Universidad San Martín, se especializa en Publicidad y Marketing, trabaja en una editorial, hace año y dos meses está comprometido, gusta de ver películas en el cine, regala paseos o detalles a su enamorada todos los nueve de cada mes, apoda Rambo o Cuerpodequión por su musculatura amorfa, es el único en su facultad sin laptop, tiene varios proyectos relacionados a su especialidad, tocaba pésimo la guitarra y ahora toca peor.

Llegó de Nuestra Señora del Rosario en segundo de primaria: gordito, chinito, cabezón, cabello corto, trinchudísimo. Se fracturó el brazo jugando en tercero o cuarto al caerse del arco una cicatriz enorme en su brazo izquierdo lo prueba, a veces lo disimulaba con una venda, pero hoy en día ya no se avergüenza, incluso lo exhibe como parte de algo especial y cada vez que puede añade más detalles a su historia donde pasa de ser la víctima a héroe. Varias veces nos reunimos en su casa para estudiar o hacer una tarea y terminamos jugando en su techo con empolvadas pelotas o un carro que siempre parecía que se le iba a salir sus ruedas mientras su perro no paraba de ladrar. La clásica.

Nos separamos en sexto de primaria para reencontrarnos en cuarto de secundaria en un colegio que recién fundaban e hicimos nuevamente promoción, Ernesto el Che Guevara (yo propuse el nombre). Terminado el cole algunas veces nos juntamos en algún cumpleaños o en casualidades pactadas. Hubo un momento sin embargo en que nos alejamos totalmente, hasta que el domingo último a las ocho de la mañana, de boleto, lo visité (lo desperté; yo venía de una fiesta de la cual no quiero acordarme). Conversamos casi hasta el mediodía. Me contó, entre otras cosas, que Nelo había llegado y que al siguiente día irían al cine.

Amigo Nelo estudió conmigo desde primero de primaria hasta sexto donde hicimos nuestra promoción María Reiche. Lo más normal o común de él fue su gusto arrebatado por Star Wars. En realidad, nunca fue del todo normal, había en su manera de reírse y de reaccionar algo incongruente que te decía todo y te decía nada. Era de una amistad distinta, algo inexplicable, inefable. Siempre leal, siempre sencillo, siempre el mismo huevón que no quiso serlo sobre todo con Katy, siempre el más alto de nuestro salón, el más oscuro, el de cabellos más rebeldes. Siempre mi amigo.

Terminado sexto cada uno se fue a colegios distintos. Hubo intentos de reencuentro: todos fallidos. En quinto sorpresivamente apareció un día con el uniforme azul cielo del colegio. Nos habíamos vuelto a encontrar y compartíamos de nuevo la misma aula (aunque con otros actores y otro escenario, el guion era similar). Se le dio por componer poemitas que obsequiaba o intercambiaba por monedas, pensó estudiar Literatura pero lo que realmente quería ser era arqueólogo, entonces se preparó desde antes de concluir la escuela (primero en Círculo y terminando el cole, en Aduni junto a Andy —allí fortalecieron su amistad—). Sin embargo, no ingresó a San Marcos.

Desilusionado postuló a Senati: ingresó a la primera. Se puso a estudiar Mecánica automotriz con el sueño de luego postular a Arqueología: quería trabajar en algo técnico y rápido para que con ese dinero pudiese pagar la academia y así cumplir su sueño sanmarquino de ser arqueólogo.

Hacía sus prácticas y cursaba el cuarto semestre cuando repitió por inasistencias (Senati es muy estricto, repetir un curso equivale a repetir el semestre entero y, dependiendo la carrera, se puede repetir un curso por un límite de inasistencias o por impuntualidad, ya que te cierran la puerta y es como si no hayas asistido). La última vez que llegó tarde se fue a pasear pensando cómo decir a sus papás que había repetido el ciclo, todos los meses de pago echados a perder. Entró a una Iglesia y la vio tan grande, tan vacía y tan triste que lo deprimió más y sin darse cuenta marcó en él una huella imposible de borrar. A partir de ese momento su vida ya no sería la misma, algo en él había cambiado, para siempre. Fue entonces la primera vez que se atrevió a decirse sin pensarlo «por qué no ser sacerdote».

Como la mayoría de jóvenes (quizá en este tiempo la minoría) se planteó cambiar el mundo. Antes tuvo que sincerarse con sus padres diciéndoles que había repetido. El siguiente ciclo se volvió a matricular a Senati, esto no impidió que continuase asistiendo, sin falta, a su Parroquia. Un día le confesó al cura su inquietud; este, conmovido, le ayudó a solidificarlo como vocación. Cuando le contó a su madre ella dio el grito al cielo: adiós nietos, adiós porvenir, adiós capital senatino: Santo Dios qué había hecho para merecer esto, lloraba la señora, era para no creerlo. Por supuesto, no aceptó.

Amigo Nelo estaba hecho una tristeza andante: ya no cambiaría el mundo porque ni siquiera podía cambiar su vida. En esos días cuando llegó a la Parroquia (allí hizo su confirmación) le dieron la noticia de que un grupo de seminaristas partiría hacia Arequipa a prepararse para el sacerdocio. No lo pensó dos veces y aunque su mamá no aceptase, se escaparía.

Alistó a escondidas sus cosas preparando todo detalle a detalle, pero algo en su conciencia, un hincón en el estómago, no vaya a ser que Dios se enoje, le hizo intentar por última vez con sus padres. Claro, esta vez tampoco su mamá quiso. Tu viejo te tomó la cabeza mientras te iba diciendo que si tu corazón te lo decía que lo hagas, debías pensarlo mucho porque ese camino era muy difícil. Nelo se escaparía de todos modos.

Pero no, Nelo no se escapó. Su mamá lloró mucho en vivo y en directo, tu viejo lo hizo detrás de cámaras. No hubo de otra, Nelo, tus papás tenían que aceptar. Es uno quien decide su camino, los otros no pueden (no deben) imponérnoslo. Entonces te dejaron, te dejaron hacer tu propia ruta, ya habías crecido y no eras el niño que jugaba con cards o que llevó una vez en primaria un calendario al que se le podía pasar la lengua y ver lo que había adentro y por lo cual casi te expulsan.

Amigo Nelo viajó a Arequipa donde ha estudiado filosofía durante dos años.

Mientras vamos a Cine Mark, me cuenta que aún tiene crisis, como cualquiera —aire serio como quien quiere indicar que está madurando—, hasta los mismos sacerdotes las tienen, y peores aún, la cuestión está en resistir, hay que pedirle a Dios, me dice, los que se van del camino son cobardes. Y Nelo no lo es.

Lo único que le hizo dudar si el camino que elegía era el correcto fue Katy, ilusión de toda su vida. Al principio, en las noches solitarias de seminarista, pensaba mucho en ella, el único pensamiento que aceptaba, lo que más le costaba renunciar. Pero me señala que ahora tiene otro tipo de crisis, aunque no me aclaró cómo o era o de qué se trataba.

Ayer nos vimos y no estábamos muy distintos a como cuando jugábamos en primaria y nos ilusionábamos de una u otra chica. Seguíamos siendo casi los mismos, aunque con anteojos y más huevones. Entonces los tres, Andy, Nelo y yo, ingresamos a la Sala 6. Avatar nos esperaba. Y la vida también.

Moizés Azâña

domingo, 6 de junio de 2010

El dolor de la indiferencia es peor que el de las balas. YUYANAPAQ. Para recordar

Hacer una exposición fotográfica no es fácil. No solo se necesita tiempo, también constancia, porque nunca falta uno u otro percance que interrumpa los entusiasmos y las buenas iniciativas. Esta semana se han expuesto fotografías sobre el conflicto armado iniciado en los ochenta en el interior del Perú. Pudo realizarse gracias a Carolina, Oswaldo e Ivonne, quienes por voluntad propia y sin fines más que los de concientizar, se dieron el trabajo que nadie esperaba sentir en el pasadizo de la facultad de Letras y Ciencias Humanas de San Marcos. Además de las fotos, también hay citas de escritores y comentarios de alumnos y docentes. A mí me encargaron uno y es justamente el que a continuación expondré.





¿Acaso nacimos para matar? ¿Qué se gana con una muerte? Quizá nos preguntemos dónde está Dios, pregunta vana y sin respuesta. Detengámonos un segundo y reflexionemos sobre el conflicto armado, la lucha interna que no acaba y acontece allí donde tú escondes los ojos.




Una lucha tonta la del pueblo contra el pueblo. Esto no es de ayer, es de siempre. Se dice que inició el diecisiete de mayo, pero nadie puede concebir con exactitud el inicio de este dolor —las lágrimas son esclavas de la tristeza—, lo que sabemos es que todavía continúa y continuará en tanto haya injusticia, en tanto el mundo albergue en su pecho ambiciones inútiles a costa de pisotear la vida de los otros, y que en nombres honoríficos y de Dios matan luego de persignarse y dar oraciones. No se cumple 30 años de que haya empezado, esto principió cuando el desconsuelo y la indiferencia, el mayor de los pecados, empezaron a caminar juntos hasta desequilibrar un largo presente que todavía sufre y se agiganta.

Lo peor no es que haya sucedido, lo peor es que aún vivimos creyendo que nunca sucedió. O lo que es lo mismo: indiferentes como si nunca haya sucedido. Seguimos viviendo de espaldas al dolor. Esta realidad en tanto no nos choque es una realidad extraña y de congoja efímera. ¿Qué hubieras sentido si uno de los desaparecidos hubiera sido tu padre, tu hermano o un amigo? Tal vez como ellos todavía conservarías la esperanza de un día verlos regresar.


mayo 2010



AZAÑA ORTEGA

martes, 2 de marzo de 2010

Carnaval limeño

Debido a que he estado y continúo mal, no pude colgar a tiempo lo que escribí el año anterior. Pensé colgarlo el domingo veintiocho, último día de carnaval, sin embargo aquí me tienen publicándolo, rezagado. El primer párrafo es solo una breve introducción.

Veinticuatro departamentos tiene el Perú, allí hallamos muchas y disímiles costumbres o tradiciones que a pesar del tiempo continúan en pie. Una de las tradiciones es el carnaval. Tradición exultante que de acuerdo al lugar la celebración varía, por ejemplo en Cajamarca —departamento en que es casi su símbolo— los disfraces, la chicha de jora, las guitarras, comparsas, corsos, bailes, el suculento caldo de cabeza son algunos de los matices de su gran fiesta. En cambio, en Lima, aunque hace menos de un siglo el festejo era de manera decente con lujosos bailes de disfraces y reinas de belleza, hoy parece que aquel recodo histórico ha sido totalmente clausurado por este vendaval que la nueva juventud ha ido imponiendo.

Globos llenos de agua son lanzados cual proyectiles hacia cuerpos de limeños y limeñas, carnaval tiene la culpa, tardes rebosantes de risas y de gritos, ¡qué tienes imbécil anda moja a tu mamá!, baldes de agua (no siempre limpia), mójale mójale mójale, ¡si me mojas yo te remojo!, talco que por lo general termina cayendo más en la ropa que en el rostro, ya ya ya ya agárrala agárrala, pobre de ti si me tocas baboso, manos manchadas de betún o colorete con deseos de incitar la venganza, ya te cagaste te voy a dejar zamba, el propósito es divertirse, báñate aunque sea por carnaval cochino, la edad o bien ayuda o bien dificulta, ¡no juego con mocosos!, chisguetes de todos los tamaños y de todos los alcances (manguerazos, pistolas, metralletas, misiles de agua), ya carajo no me mojen, yo mojo peor, estúpido estoy refriada, no se moja a los hombres huevón, no me entres con tu ropa mojada vas a trapear todo lo que mojas, no jueguen con agua se van a enfermar, nunca faltan las madres escandalosamente preocupadas, quién te ha mojado carajo acaso su papá me va a dar un sol para las pastillas por mí te dejo muriendo pa’ que aprendas, pal’ calor pe’ vecina, anda moja a tu mujer viejo prostático, siempre habrá un sincero pretexto para renegar, ¡qué rico para jugar no carajo? qué rico para jugar ¡como si tú lavaras!, no gasten mi agua que he juntado para bañarme, recién he almorzado no juego no juego, pajero no le cayó, ya te quiero ver cuando te saquen la mierda, no sube el agua arriba, en algunas vecindades puede faltar la madre escandalosa no obstante es infaltable el vecino jodido pero que tiene toda la razón, vayan a jugar en la puerta de su casa no vengan a fregar aquí la paciencia, no dejemos de lado a los niños que mami pa’ jugar carnaval, te dicho que no entiende, en la puertita nomas ya pe ma’, no, mami y Rodrigo cómo juega, es que su mamá no lo quiere, mami ya pe, no carajo...

Agua es vida, no desperdiciarla.

Segundo domingo de febrero de 2009

AZAÑA ORTEGA

domingo, 14 de febrero de 2010

Catorce de febrero









Yo no quiero catorce de febrero (…)
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.

Joaquín Sabina
. «Contigo»

Es catorce y muchos enamorados y amigos saldrán a pasear. ¿Qué celebran? ¿Ellos celebran o alguien los celebra a ellos? Catorce de febrero se ha convertido en el agosto de los hostales, de los corazoncitos de plásticos, de las flores artificiales y de otras miles de galanterías y detalles sin ingenio. Porque hoy, además, la huachafería y la cursilería serán las reinas de las palabras y de los actos. ¿Más promesas, más pruebas, más amor? ¿Qué diría Eros de todo este enredo? ¿Y Afrodita? ¿Acaso se acostará con Hefesto o tendrá alguna orgía con Zeus, Poseidón y el mortal Héctor? Pero una cosa es hablar de Afrodita con los dioses y otra muy distinta de los individuos que ahora alistan sus últimos cartuchos. Rodolfo Hinostroza habría dicho: «Una cosa es un desnudo griego mirando el Támesis y otra un cholo calato mirando el Rímac».

Hablar del catorce de febrero es también hablar de los renegados, los misántropos, esos tipos oscuros que detestan las fechas memorables que reúnen como nunca a tantos estultos que se juran amor eterno o los que se dan abrazos felicitando la amistad etílica. Los dizque misántropos no salen, se quedan en casa a pesar de que Cuchita y Luchito y Pepita y Pepucho y todos sus patas le ha invitado al Paseo de Aguas o a Cine Mark o a la playa Naplo o al populoso parque del Amor. Ellos se quedan en casa aunque no por eso son más felices. O ven películas o chatean o leen o juegan en internet o recuerdan amores pasados, y si tienen amores presentes, para estar acorde con su ideología, se excusan diciéndole a su pareja que le jode salir el catorce, le jode encontrarse con un mundo sudoroso lleno de sonrisas idiotas y helados y colas y veredas repletas y… y… Está bien, está bien, Tato, ya te entendí, pero mañana de todas maneras nos vemos. Entonces el misántropo puede continuar jugando en su compu' Residencia Maldita II.

Otros, los que no tienen chica, los solitarios eternos que siempre recuerdan una y otra vez a su única chica, llaman por la noche a su otro amigo que tampoco tiene, hacen una chanchita y compran un Frugos. En el parque más cercano rememoran los amores antiguos, confiados en que ellas todavía los recuerdan y los aman más que ayer, incluso más que a sus actuales enamorados. No saben que ellas en ese momento se encuentran emocionadas gritando y sudando en alguna habitación desconocida.

También existen los ahorradores. Han ahorrado sacrificándose al máximo para este día. ¿Cervecita? No, estoy guardando para el catorce. ¿Gaseosita? He dicho que no, estoy ahorrando para darle algo especial a mi osita. A propinas o a punta de trabajo han conseguido una robusta billetera y llegado el especial día se gastan hasta el último céntimo con su amorcito. Peluchito, quiero un helado. Peluchito, no me gusta de vainilla, quiero de chocolate. Amor, Platanito, Gordo, Peluchito, me prometiste que hoy me comprarías mi… Lo sé, Osita, ya te lo he comprado, no te preocupes. Pero Peluchín, yo no quería rosado, te dije, yo quería el lila. Pero Osita. Ya no quiero nada, regálale a tu hermana o métetelo a; hasta aquí nomás llegamos, has matado mi amor. Pero Osita. No me digas Osita, se acabó, entiende, chao Luis Gabriel. ¡Pero Osita, Caramelito, Muñequita…!

Todos los días acaecen eventos, es inevitable, pero si sucede el catorce, lleva un decorado distinto. Por ejemplo, hay madres que justo hoy dan a luz. Algunas lo hacen apropósito. Sí, qué importa, doctor, por cesárea o como sea. Tengo un amigo que al parecer nació un día como hoy a la fuerza. Cualquiera creería que tiene una suerte envidiable para el amor, sin embargo, el nacer el catorce fue un hecho fatídico, una marca imborrable: no hay chica que le dé ni media mirada. Échele ganas Raulito, ella no es la única.

Muchos esperan el catorce para confesar su delirio de años. Ahora sí, ahora sí, es el día, ahora o nunca. Eeee… (¡No-chi-to!, ¡No-chi-to!...), desde que te vi, tú sabes, eee…, eres bonita yyyyy… (¡sí-se-puede!, ¡sí-se-puede!...): quiero estar contigo. Ahora estás conmigo, Nochito, tú estás aquí, conmigo. Sí, pero, o sea, tú me entiendes, María Rosa, me refiero a. No te entiendo Nochito, ahora tengo sueño, gracias por el paseo y las flores, eres muy lindo, yo sé que encontrarás a una chica buena para ti. Pero, María Rosa, no te puedo dejar acá, te acompaño a tu casa. No, mi mamá se puede amargar si te ve, gracias Nochito, nos vemos. Nochito la ve irse, no llores Nochito, como ella te dijo, ya encontrarás a una chica buena para ti; la cuestión ahora es que la chica buena piense lo mismo de ti. Y ni se te ocurra ir más tarde por casa de María Rosa, la encontrarás besándose en la sombra de su puerta con Nacho.

Pero si tenemos en cuenta a los mayores, esa masa gigante que ya cuelga papadas y arrugas y depresiones, nos percatamos de que la gran mayoría está en casa, cansada de catorces de febreros, cansada de detalles y hasta cansada de amar. Hoy lo mismo puede ser, para esa gran masa, catorce de enero o catorce de marzo o catorce de abril, o sea hoy es domingo y punto; la mamá: qué cocinaré hoy, el papá: déjenme descansar, estoy cansado y tú jodiendo, ¿qué dices?, ¿vas a salir con quién?, te quedas ayudando a tu mamá. Pero papá, y como al Nacho si le dejas. Él es hombre, sabe cuidarse. Yo también sé cuidarme. Carajo, no entiendes, he dicho que no vas a salir, tantas violaciones hoy en día, crees que no sé quién ese tal Huilfredo, es un pendejo m’hija, sino pregúntale a la Ruc, si siquiera saldrías con el Nochito. ¡Papá!, toda la semana no he salido y he estado ayudando a mi mamá, más bien el Nacho no ha hecho nada, no es justo; mamá, dile a mi papá que me deje, el Huili me está esperando. Como ven, también encontramos a chicas que han planificado detalle a detalle su día y al final ocurre todo lo contrario. También encontramos un montón de plantados, ¿sí o no, Huili?

En fin, vivan su catorce que se acaba, conste que tendrán que esperar un año más. Festejarlo mañana, no es, no paga. Y si no quieren gastar, caballeros, hagan como mi pata P. que unos días antes del catorce discute con su flaquita y se reconcilia un par de días después, o sea mañana o pasado mañana a más tardar estará reconciliándose. Y ustedes, chicas, no den ilusiones en vano, ni se vendan por un helado o por un osito de peluche.

Ah, también encontramos sujetos que se pueden quedar en casa escuchando posiblemente a Sabina o a Joan Manuel Serrat, escribiendo cual huevón acerca del catorce de febrero, esperando tal vez que su muchacha de ojos tristes se muera por él.


MOIZÉS AZÄÑA

jueves, 31 de diciembre de 2009

¿Y la Navidad?

Ha pasado menos de una semana y ya se han olvidado de su amor cristiano por la Navidad. Ahora piensan en el muñeco y en la juerga de Año Nuevo.

La Navidad se ha prostituido. Va perdiendo el significado primigenio (o ya lo ha perdido) para convertirse en la Casa de Papa Noel. Son pocos los que celebran en verdad el Nacimiento de Jesucristo o, al menos, como acto simbólico de paz y de amor. Colmamos un mundo donde interesan más los regalos, los arbolitos, las luces, los artefactos pirotécnicos, los panetones, el pavo… que el real sentimiento fraterno. Nuestro individualismo nos mata, y contribuye a esta Navidad sin corazón.

Para mí diciembre siempre ha sido un mes demasiado triste. A pesar de tantos adornos en las casas, y tantos buenos deseos automáticos que expresan las radios, las televisoras y los amigos, en estos días ocurren más accidentes que en todo el año, más buses caen a los precipicios, hay más niños calcinados, mayor explotación en los súper mercados y en las empresas, más caos, más casas huachafas llenas de luces musicales, más propagandas que nos dicen que solo uno será feliz si compramos tal o cual cosa, mayor consumo de electricidad (¿y el calentamiento global?, ¿y el cuidado de la Tierra?), mayor solidaridad interesada colmadas de bondades mentirosas, más taxis, más combis y más ladrones en las avenidas… En suma, más muertos despedazados, mayor desorden y las diferencias sociales son mucho más notorias.

La Navidad en estos tiempos se ha constituido en una fiesta pomposa celebrada por el que puja y se las gana, y también por aquel que no puja pero igual gana. En realidad Navidad es, como escribí el 2007, el Día de todos los centros de venta. El Día de Papa Noel, aunque este ya no obsequia ilusiones, las impone. Y los niños se ilusionan y exigen a sus padres juguetes y ropas cuando en muchas casas no hay siquiera para un buen alimento y comer panetón es un lujo. Los que no tienen, no ingresan a este Club de la falsa alegría. Quedan excluidos, como siempre, y, paradójicamente, son los que más van a las Iglesias y oran a un Dios que se ha olvidado de ellos.

Pero a pesar de todo —como escribí en un saludo—, no debemos dejar que la Navidad se convierta sólo en Papá Noel, sus renos, los arbolitos, panetón y los regalos. Contribuyamos a que sea más que un mero juego de niños pequeños y de niños adultos. Feliz Navidad, pero que este «feliz» no solo sea simple saludo de compromiso, vívanlo. Hora de meditar si algo está yendo mal, ver la raíz y tratar de enmendarlo. Hora de ser auto crítico, observar nuestros propios errores e ir tajándolos. Retos, todos los días.

Felicidades.


AZAÑA ORTEGA

lunes, 19 de octubre de 2009

Noche rosada


A manera de Prólogo:
No soy simpatizante del fútbol, por lo menos no del que se exhibe acá que da lástima con equipos como la U y Alianza y Cristal y hasta mi pobre equipo rosado. En verdad, el fútbol me da sueño, prefiero estar tocando guitarra o leyendo o durmiendo o perdiendo el tiempo conversando… o escuchar al padre Oviedo en sus pláticas con Belmont. El fútbol de aquí no solo (me) da sueño, (me) da cólera, sin embargo masoquistamente veo los de la selección peruana, después nada. Ni siquiera miro cuando juega el Boys, equipo de mis amores, salvo si se juega la final como ahora. Y un campeonato no lo gana así no más, hay que celebrarlo, por eso decidí escribir algo que muestre mi alegría; déjenme festejar esa pequeña gloria, déjenme morder de ese elixir que quizá jamás vuelva a probar. ¡Vamos Boys!


*
«El 28 de Julio de 1927, un grupo de entusiastas muchachos, cuyas edades fluctuaban entre los 11 y 15 años, concretaron una idea de Gualberto Lizárraga: formar un club. Y se reunieron, desde tempranas horas de la noche del 27, en la casa de Ricardo Arbe, situada en la chalaquísima avenida Sáenz Peña signada con el número 724. A las 0:00 horas del 28, el grupo, integrado en su mayoría por alumnos del colegio San José de los Hermanos Maristas, entonó el Himno Nacional recordando el 106 aniversario de nuestra independencia, y de inmediato empezó la deliberación para formar la primera junta directiva. La presidencia recayó en el joven que lanzó la idea: Gualberto Lizárraga. El nombre del club, decidido por unanimidad, fue Sport Boys Association, y jamás ha sido cambiado desde entonces».



I
Cuando el alma gana una ilusión no es más que la ganancia de la cruel posibilidad del fracaso o del éxito. Sport Boys Association el año pasado descendió a la Segunda División de fútbol, mi ilusión paleolítica de ver a mi equipo dando la vuelta olímpica con la copa en mano, se deshizo, me derrumbó, y si no lloré fue quizá porque tomé el consejo de Montaigne: «parece que el alma, quebrantada y conmovida, se pierde en sí misma si no se le da aplicación. Es preciso en toda ocasión que se proponga un fin y actúe».

Boys es un equipo que no vende ilusiones, las obsequia. Uno las toma, las amolda en su brazo y deja que su corazón juegue con las palpitaciones hasta que los bombos retumben en el estadio con coros y olas y gritos y lágrimas. Ya lo dijo uno de sus futbolistas: «Boys es un equipo que está hecho para sufrir». Es decir, es la resaca de todo lo sufrido; el poeta César Vallejo también sería hincha de este equipo.

No quiero hacer de estas líneas un intento de que quien lo lea se ponga la camiseta rosada, tampoco una alabanza, prédica u oración hacia la Misilera, no quiero beatificar a la institución, ni decir que este equipo es lo mejor que se haya visto, mejor incluso que el Real Madrid. No necesito mentir. Desde que tengo memoria y uso de razón Boys no ha sido campeón, aunque la historia escribe que fue el primer campeón del fútbol peruano y de modo invicto, además campeón seis veces y otras subcampeón en el fútbol nacional y buenas campañas en la Copa Libertadores, asimismo el único que conformó la selección peruana de manera íntegra en los juegos olímpicos de Berlín, etcétera; en estos últimos años, sin embargo, ha sido un equipo de grandes sueños y pocos triunfos, luchador de los primeros puestos, aguerrido ante los próceres del balón, idiotizado ante los chiquitos. Daniel F, también rosado a morir, alguna vez mencionó que su banda Leuzemia es como el Sport Boys, siempre a media tabla. Tal vez pueda decir que Boys era el espejo de mi propia miseria: perseguidor de un propósito a pesar de las adversidades pero de manera desorganizada. Esta y, sobre todo, razones dirigenciales, hizo que el barco deportivo naufrague a la segunda ante la vista de la Fortaleza del Real Felipe, las lágrimas de los chalacos y el dolor de todos en general por ser un equipo querido y con historia. Boys bajaba y tenía que enfrentarse contra el Deportivo Municipal, San Marcos y otros, entre ellos, el Cobresol.

II
Tras una buena campaña en el año, ayer disputaron la final. Siete de la noche. Estadio Miguel Grau, no entraba ni un grito más; el color rosado y negro, los matices supremos del Callao bandereados con el soplo del Pacífico. Los nervios empezaban. Antes de que empiece la disputa por el ascenso, estuve comprando libros en Amazonas. Compré solo dos y un disco de Mario Lanza. En el camino de regreso, pensaba en todo menos en el partido, estaba tan abstraído con los libros comprados y la alegría de tenerlos, que olvidé por un momento que se jugaba la Copa. Cuando supe la hora, creo que más de las siete y media, no pude contener los pasos (olvidé decir que ya había bajado del carro). Ozzy, también partidario del mismo equipo, era el punto de reunión. ¿Cómo estarían jugando, ya habrían anotado, en qué minuto estarían? Lo que me alarmó fue escuchar de varias casas voces difusas de los comentaristas.

Toqué su puerta, lo llamé y salió. Se escuchó de su tele el canto efusivo de un gol. Su rostro no expresaba buenas noticias. «¿Gol de Cobresol?». Para mi alegría, dijo que el Negro Waldir había anotado. Ganábamos 1-0. ¿La alegría empezaba? Boys estaba obligado a ganar, un empate no servía de nada, si empataba, Cobresol campeonaba y ascendía.

«¿Cuánto dura ser feliz?: son segundos nada más»: Cobresol, luego de nueve minutos, anotaba el empate. Con el 1-1 se irían al descanso, la tensión continuaba. No apto para cardiacos.

Segundo tiempo. Un imprudente e iracundo jugador del Boys se hace expulsar tontamente a los ocho minutos, apenas había jugado. A los 25’ Ozzy y yo, inusitadamente, mentaríamos improperios en son de lamento. Cobresol ganaba 2-1, faltaba solo 20’ para que el árbitro diera el pitazo final, Boys tenía un hombre menos, me esperaba lo peor, no podía esperar un año más para ver a mi equipo en primera. Nos apagamos, ya casi sentenciábamos la derrota, yo me veía renegando, como la semana anterior tras la tonta derrota peruana ante los argentinos, veía una noche gris, amarga.

Seis minutos más tarde retornaría la esperanza, Waldir con un zurdazo metía el balón a las redes del equipo moqueguano: 2-2.

El partido moría, pero las ganas de vencer estaban intactas. Cobresol con ese empate tenía asegurada la copa. Sin embargo, Carlos Elías nos tenía una sorpresa a los 39’: ¡Gol!: 3-2.

Podemos llorar por alegría o por pena, pero llorar al fin y al cabo. Cobresol lloró de pena, de impotencia y de rabia. Boys, de alegría: tenía la copa, tuvo los huevos, tiene la gloria. La felicidad vestía color rosa, en su espalda y su pecho el nombre de la institución chalaca ascendía hasta el cielo. Habíamos ganado, Sport Boys campeón, se salía el mar.




AZAÑA ORTEGA

jueves, 26 de marzo de 2009

Ni el perdón del Diablo

Cuando mi hermana empezó a escuchar música cristiana, me contentó porque su febril grito de todas las mañanas con que me sacaba de la cama, menguaba al corear esas letras sin ingenio como «aleluya, gloria aleluya, gloria al Señor» y el mismo tracatrá en toda la alabanza. Mis sueños se hicieron un poco soportables.


No desfiló mucho tiempo para que ella se acostumbre a las mismas e idénticas notas del teclado electrónico y a los chillidos del cantante microbusero, digo, evangélico; entonces la voz femínea dejada de oír y la satisfacción subterránea que llevaba por el milagroso efecto que la letra le produjo, se hicieron mierda. Por triviales razones prorrumpía vocablos a las nueve o diez u once de la madrugada. ¡Dónde está mi llave, quién ha agarrado mi llave! Yo qué sé, dónde la dejas tirada. Un día no hallaba su sostén rojo. Ponte otro pues, pero ella insistente quería salir con el rojo: ¿cábala, superstición, era mágico?, qué tendría ese corpiño. A la sazón, mis mañanas con esa mezcla confusa de Espíritu fuego y poder (título del cedé) y los baladros de Mariella, se volvieron a llenar de infierno: ¡Mamá, han utilizado mi perfume!, «gloria aleluya…», ¡ag, me ha salido un granito!, «…gloria al Señor», ¡quién ha agarrado el sol que dejé en la cómoda!; o cosas así, sin importancia: siempre lo encontraba: amnésica de miércoles.


Tuvo que pasar verano, otoño, invierno, es decir, alrededor de un año, y en primavera sus gritos llegados del dormitorio contiguo, de la noche a la mañana, dejaron de vivir. ¿El enamorado era hechicero y la convirtió en ánfora celestial de paz? Quizá, pero ya había aprendido (entiéndase acostumbrado) a convivir con la gigante voz de mi consanguínea, ya advertía un gusto, un cariño entrañable, familiar, nostálgico. Lo irritante ya no era su voz sino los monocordes «aleluyas» de su radio. Con el tiempo, el ritmo simplón del órgano y el canto chillón, me fueron odiosos —siempre lo fueron—, me producía el intermitente vértigo que sufro desde los 14 años: tenía la sensación que de un momento a otro mi cabeza iba a detonar. Desdeñé increíblemente ese alarido de mendicante al que le han metido un puñete en los huevos, ese aullido insulso, viscoso, hediendo…., y ¿con ganas de joder?, ¿con la intención de complicarme la existencia?, ahora no solo escuchaba su cedé por las mañanas, sino al llegar, cuando caía el sol y la tarde apenas dejaba su rastro muerto en la memoria. Presumo en agradecimiento a Papálindo pues por fin encontró al hombre ideal, al hombre perfecto, a su príncipe azul. ¡Bah! Lo mismo pensó de los anteriores y resultaron siendo príncipes de un azul percudido, tan desteñido que ni el Azul Muñequita podría devolverles el color.


Ir a la universidad me salvó de esta tortura, allí podía refrescarme aunque primero lidié con la música de los buses. No resultó difícil, un día de repente estaba tarareando un tropical estribillo idílico. Hasta me parecieron agradables algunas e incluso las he bailado, ¿y tú no? No mieentas.


Como llegaba a casa a altas horas de la noche, pues me quedaba en la biblioteca o en el patio departiendo con amigos, encontraba las luces apagadas, casi todos dormían y la musiquita horripilante dejó de carcomerme el hígado. Y, al igual que todos los compromisos que van en dirección de seriedad, es decir, al matrimonio (¡qué infortunio!), mi hermana se retiró de casa para iniciar una nueva vida, la de conviviente, ¿escucharía allá también su música?, ¿el novio cansado de la horrible monotonía rítmica rompería la relación? No sé, la vida enseña. Poco a poco olvidé que ese tipo de música (¿se puede llamar música a ese desastre?) existía, hice la idea de que nunca-nunca la había escuchado, fue parte de mis peores pesadillas y punto.


*


Las vacaciones están hechas para descansar, esa es la principal característica: quizá irse de viaje, acampar, hacer lo que más nos guste. Sin embargo, la «realidad» es distinta para cada individuo. Se puede estar en casa, ayudar en la limpieza, hacer las compras, o fungir de gasfitero y arreglar la avería del caño, posiblemente ir a conciertos, a funciones de teatros, al cine, asistir a talleres, tal vez leer sin que nadie incomode (Provecho Sartrecito), quizá ver películas sin que la familia moleste (Buena Búfalo), a lo mejor trabajar (bien, ya te falta poco para tu laptop, Comunicadora), o en el peor, peor de los casos, algún atropello puede malograr todo el plan realizado para el verano.


Sin embargo, es posible, con orden y responsabilidad, lograr las quehaceres dichos; por ejemplo, las tareas en casa las puedo efectuar sin incomodidad y mejor si las hago escuchando The Beatles, The Doors, Janis Joplin, Eric Clapton o Frank Sinatra y Louis Armstrong, tal vez al gran Chacalón y Raúl García Zarate y algunas canciones del Jilguero de Huascarán e Yma Súmac o Carlos Gardel y Edith Piaf, pero qué sucede si el hermano mayor regresa de su viaje (para qué m… regresaste) y también, muy hermano evangélico él, da sus trompadas de «aleluyas» contra las migajas de mi paupérrima y casi desahuciada privacidad. Mis oídos recobran la tirria por esa destrucción melódica, ya no resisten, desconcentra la lectura en mis tardes, no deja siquiera concluir el párrafo iniciado y, para consumar la bilis: el colmo: parte de este texto se ha escrito con el trasfondo de ese inodoro armónico que llega transparente de la habitación del hijo pródigo.


Es un agravio a los cultores y cultivadores de la buena música, esas no son alabanzas, son blasfemias contra Dios y toda la tribu de ángeles. Ante esto he fraguado la idea de que cuando no esté, con el primer cuchillo que encuentre, rayar el cedé en reconocimiento a todo el daño causado. Todopoderoso, Tú que te escondes, si existes, perdónalos porque no saben lo que hacen, perdónalos por todo el suplicio al que, sin la mínima piedad, me someten. Aunque, pensándolo mejor, estos dizque’ músicos cristianos no merecen ni el perdón del Diablo.


Moisés Azaña Ortega

jueves, 12 de marzo de 2009

El Sobrino III

A los peloteros de San Marcos*


Tan pésimo era su padre jugando fulbito que de lo único que aceptaban que juegue, era de árbitro; al principio se conformó tocando silbatos, buscó encontrarle ese lado positivo que todos buscan cuando están cagados, pero a la hora de la hora, en la cancha ni siquiera el arquero le hacía caso, nadie lo tomaba en serio, su presencia allí era como Lilia Pizarro (¿profesora?, de lógica) en el aula 2-A de la facultad de Letras en San Marcos, como tu amigo cuando estás enamorando a una chica: puro estorbo; entonces la reducida, la enana, la korina** dignidad que aún le subsistía, echó fuego y tomó la decisión de rescatar su orgullo, aquel lado humano que había perdido o que se había dejado arrancar tornaba de nuevo a la vida, y nunca más arbitró. Tuvo que resignarse a llenar butacas en los estadios, ser espectador y traspasar su esperanza juvenil de quedar campeón con el Boys, en Kukín Flores, pues nunca pudo jugar siquiera una pichanga de verdad y si lo hizo, fue de arquero. Por eso todos se asombraron de la ingénita cualidad futbolística de su hijo, es decir: del Sobrino.



Nunca he tenido miedo cuando dormía con Papá, sin embargo, qué pensarías si de pronto en plena silenciosa madrugada, de la nada en tu habitación empiezan a sonar golpes en la pared cada vez más fuertes: ¿Alan García pidiendo ayuda porque una turba lo quieren linchar por embarrar al Perú por segunda vez? ¿Papá Noel en crisis reclamando los regalos que nunca dejó?, ¿un fantasma rogando que le den un bolso para continuar recogiendo sus pasos?, ¿el mismo fantasma inmolándose queriendo morirse de nuevo porque se ha olvidado el camino, pues muchos otros tienen la misma suela?, ¿un ratero desesperado porque no encuentra nada valioso en casa?... Era el Sobrino de apenas año y meses, golpeándose la cabeza (pobre pared), y por esta insólita característica su animoso y excéntrico padre ya lo veía vestido con la camiseta de la selección peruana o del Sport Boys dirigido por Nolberto Solano u otro hincha de este equipo (¿Chalaca González estaría dirigiendo a la selección sub-Purgatorio o tejiendo chompas en el cielo con San Pedro?), siendo el mayor goleador de la historia del fútbol a punta de goles de cabeza.



Con la pelota de trapo que jueguen los azabaches de Alianza L., a él desde muy niño le compraron su pelota, primero una blanca Viniball de plástico con la que jugaba todo el día, empecinadamente hacía las populares dominaditas: diez, veinte, llegaba a cien, doscientos sin ninguna dificultad como una cualidad natural (también jugaba escondidas con pelota, kiwi, matagente, chapadas con pelota...). Luego la de cuero miBalón, también Adidas, sus zapatillas eran marca Tigre (primero fue Súper Reno, pero exigió que no le compren estas, que se rompen rápido, que sus demás amigos utilizan la marca… Excusas), luego usó las Umbro, hoy las Puma , un short negro sin número, y una camiseta rosada en la que llevaba la insignia del primer campeón del fútbol peruano (S.B.A.), y en la espalda la impresión del «10» que era como sombra a su apellido (también Azaña) en el lado superior del número.



Vestido con esta sublime combinación de colores, pero que en él se veía huachafo porque le quedaba grande, salía a jugar con sus amigos, y como era dueño del balón, se sumían a sus reglas: goles de rodilla pa’ bajo, vale aquero-jugador, cinco goles gana, en la vereda no sale, rompe luna paga solo… Colocaban en medio de la pista dos piedras o pedazos de ladrillos que robaban de alguna vecina que estaba construyendo su vivienda: de ladrillo a ladrillo separaban diez pasos o doce, más o menos, dependiendo de cuan grande o pequeño querían que sea el arco, no obstante las marcas de la pista, en su mayoría de veces, servían de travesaños. Allí, en plena Calle Diez, sus habilidades futbolísticas eran un claro reflejo de la crisis que existía —y existe— en el fútbol nacional: velocidad superada por cualquiera de su edad e incluso menores que él, apenas lograba dar dos pasos con la pelota porque rápidamente se la quitaban, ¿goles?, ni siquiera acertó autogoles, mas esto no llenaba de desilusión al excéntrico padre, pues su esperanza estaba puesta no en los goles que realizaría de pie, sino de cabeza. Estas son pichanguita de barrio, se animaba, él está hecho para jugar fútbol en estadios grandes.



Lo matriculó en el Cantolao, semillero de campeones, aquí tenía que demostrar las facultades ingénitas de las que pregonaba, la ascendencia futbolera que había heredado ¿de su padre?, no, del que escribe, de quién más. A mí, modestia aparte, me han solicitado en varios equipos de campeonatos que se realizaba en el Estadio Los Incas hasta los trece o catorce años, he jugado en todos los puestos; después me dediqué a la guitarra, componer canciones que nadie escuchó, coleccionar cedés de música (me creía un melómano), a las distracciones propias de la adolescencia, a leer para hacer hora, escribir poemas propios de un quinceañero poetastro, ilusionado de quinceañeras que miraban a jóvenes fornidos y apuestos, en consecuencia, no se fijaban en esta piltrafa bípeda que jamás les entregó ni un puto verso pues, como escribe José María Arguedas, los sentimentales son grandes valientes o grandes cobardes, y yo era grandemente cobarde o, en otras palabras, un maricón.



En el Cantolao varió un poco las cosas: en el primer partido metió un gol de cabeza, el que la sigue la consigue, todo fue alegría, su padre se convenció e ilusionó de que el futuro sueldo como jugador profesional podría hacerle dejar el trabajo: «merezco unas vacaciones», además su chamba de regidor en la municipalidad puede terminar en un par de años si no es reelecto: nuevas elecciones, nuevos candidatos, nuevas promesas (¿nuevos engaños?), muy probablemente nuevo alcalde y nuevos regidores, entretanto tiene que continuar hurtando, digo, trabajando con tesón por el pueblo, porque la voz del pueblo es la voz de Dios, no obstante, como Dios es mudo (el muy Zángano continúa en su sétimo día de descanso), el pueblo nunca habla, y si habla o grita, no se le escucha.



La segunda contienda también anota un gol, el del empate, pese a jugar pésimo. Se rebelaba cada vez que lo querían cambiar de puesto (insurrecto, siempre quería ser delantero aunque había demostrado que en el arco era más astuto), o cuando lo sacaban de la cancha debido a su pésimo y característico juego de patear la pierna del rival sin ningún remordimiento, inhumanamente, como se dice por acá: era un machetero. Los siguientes encuentros transcurrieron sin ninguna trascendencia, el Sobrino dejó de asistir (no entraba y se iba al Play), los entrenamientos le aburrían profundamente.



Aún hoy su padre no pierde la esperanza de verlo jugar en el balompié profesional; muchas veces el Sobrino sale y en la calle se pone hacer sus dominaditas con la derecha y la izquierda combinadas con algunas cabecitas y rodillitas, en esto es un genio, no cabe duda, pero es lo único que sabe hacer con el balón, para todo lo demás no es un cojo, es un inválido.



*En especial a Marco Antonio Pizarro y a los hermanos José Carlos y Rosell.
**Ex compañera del 2-A de baja estatura a quien estimo mucho.


Moisés Azaña Ortega

jueves, 5 de marzo de 2009

El Sobrino II

«Quién te ha dado plata para que te compres helado. Estás mal y comiendo esa cosa, después de dónde voy a sacar para comprarte la medicina», pero no era helado, era jabón. Ustedes pueden ver, su plato favorito no era el arroz con pollo como a la mayoría de limeños sino el jabón Bolívar, acaso creía que con ello su espíritu se blanqueaba, despercudía las manchas inocentes que sin saber tenía. Los comerciales aún no habían preñado en él esas ideas fantásticas que después de lavada la ropa se vuelven más nuevas, si fuera así mis polos y pantalones no se verían tan percudidos y —¿qué vergüenza?— andrajosos.

Para que no alcanzara a degustar del jabón tuvieron que colocarlo arriba de la vitrina, supuesto lugar imposible para el Sobrino, pero la solución estaba al alcance de su mano: una silla, sin embargo no sabía que allí lo habían escondido, entonces —millonario que de noche a la mañana es pobre y su desayuno se convierte apenas en agua cruda y pan con bromato— se conformó con saborear cualquier jabón; primera víctima: el jabón de Papá, su preciado Heno de Pravia se desintegró a mordiscos y arañazos y Papá se fue al trabajo sin bañarse, no había de otra, Viejo, tú no querías utilizar jabón de nadie y a esa hora las tiendas se mantenían hieráticas, cerradas a cualquier individuo madrugador: don Azaña cortó un limoncito y se echó en las axilas para disimular el mal olor y salió al trabajo (¿los compañeros laborales se habrán percatado de cierto hedor que en el transcurso del día el limoncito no pudo ocultar?). La segunda víctima: la sobra del jabón Palmolive de Mamá, ese rasguño que apenas servía para lavarse el rostro, pero a Mamá nadie le agarra sus cosas, ¡caracho!, ella tampoco agarra de nadie, respeto guarda respeto… Se armó el escándalo, Mamá ganó, le compraron jabón nuevo.

Lo curioso es que al Sobrino pese a que le llamaban la atención una y otra vez incansablemente, continuaba comiéndose jabones que encontraba en los lugares más recónditos, sitios insospechables, escondites que ni el mejor buscón o investigador encontraría, pero él tenía olfato para rastrear jabones: jabón de cara, de ropa blanca, de colores, de perro (¿existe de perro? Pero a Keisser lo bañan con champú, en fin), jabones con olor a durazno, a pera, a limón, a fresita,… y todo el mercado, jabones sin olor y jabones de dudosa procedencia.

Pero lo más curioso es que no se enfermaba, «te vas a morir peor que perro con sarna si sigues comiendo jabón, vas a ver», pero ni se ha muerto y tampoco se enfermó, su estómago parece diseñado para soportar cualquier tipo de bodrio, es un estómago del futuro, sospecho que los estómagos de acá a unos veinte, cincuenta, cien años o más, serán superiores si seguimos la evolución de las especies que habló Darwin y postulan los neodarwinistas, entonces los sufridos estómagos —que hoy reciben cerveza, vino pintalabios de dos cincuenta, cañazos de luca (un nuevo sol) de la mamá de Potoblanco, rataburguers de la tía Veneno, salchipapas de la esquina por donde pasan millares de micros gritando «toda la Arequipa / al fondo hay asiento, al fondo entran cuatro, apégate pe’ primo / por favor señora apéguese pe’, todos quieren viajar / No señito, aquí no se puede bajar, el paradero es de aquí a cinco cuadras», en almuerzos tu rica gaseosa Kola Real y tu triple o empanada de sol o sol veinte o sol cincuenta o tres noventa (depende donde quieras morir)— se convertirán en gruesas capas de roer… Siguiendo esa lógica, Adrian tiene un estómago adelantado, poderoso contra cualquier insecticida. Ahora aparece, se acerca, ve que escribo, «¿qué escribes, ah!», «la historia de un niño que come jabón», «huevaadas escribes, vamo’ a jugar Play». Lo acompaño al Play, sé que le ganaré en wining level 3 pero él me ganará en el level 15; en el camino pienso que el Sobrino de hoy ya no come jabón, ahora le gusta el jamón, más tarde le gustará otra clase de jamón, la ley de la vida.



Azaña Ortega