domingo, 29 de abril de 2012
María Reiche
viernes, 3 de febrero de 2012
Encuentro
Recuerdo cómo fijamente me preguntó si tenía tiempo. Creo que eran las diez de la noche. «Vamos, te invito…», sin esperar mi respuesta cerró la puerta de su casa y ya caminaba adelante guiándome hacia algún bazar. Sentados en una banca frente a un parque descolorido bridamos con Frugos y galletas San Jorge.
Me tomó como su psicólogo y la confianza primigenia, infantil y pura que algún día tuvimos, regresó de manera espontánea. Se marchó de su casa por cuatro años, en el nuevo vecindario conoció a su ex que, además de engañarlo, le dejó de herencia la duda y la desconfianza. Su ex es la mujer de su vida pero también es la hijastra de su tío. Pero no son nada de sangre, me cuenta, puede ser su esposa pero ella tiene planeado un viaje a Madrid en febrero próximo. No entiende cómo puede dejarle, él no se iría a otro país si no fuese con ella… Intentaba contármelo todo en esos minutos, sin perderse ninguna de las estrofas mal compuestas de su música. Esa música que ya no escuchaba hace tanto y que hoy tenía otra voz, otro lenguaje, otra marca.
Sin querer, en menos de dos horas, habíamos hecho un compendio de alegrías, desgracias y nostalgias. Mientras lo miraba traté de recordar su rostro de niño, jodido y coqueto, pero nada, al frente de mí estaba un sujeto desconocido: cabello corto peinado hacia atrás, ojos claros, mirada percudida, sonrisa sin la diablura que desvelaba inocencia e ideales cuando éramos compañeros de clase en primaria. Esa voz nueva, extraña, continuaba hablando. Había gestos y sonrisas que, sin embargo, no habían cambiado en la suciedad de nuestros años.
septiembre 2009
aZaÑa oRTEGA
domingo, 8 de agosto de 2010
Andy y Nelo
Mientras vamos a Cine Mark, me cuenta que aún tiene crisis, como cualquiera —aire serio como quien quiere indicar que está madurando—, hasta los mismos sacerdotes las tienen, y peores aún, la cuestión está en resistir, hay que pedirle a Dios, me dice, los que se van del camino son cobardes. Y Nelo no lo es.
Ayer nos vimos y no estábamos muy distintos a como cuando jugábamos en primaria y nos ilusionábamos de una u otra chica. Seguíamos siendo casi los mismos, aunque con anteojos y más huevones. Entonces los tres, Andy, Nelo y yo, ingresamos a la Sala 6. Avatar nos esperaba. Y la vida también.
domingo, 6 de junio de 2010
El dolor de la indiferencia es peor que el de las balas. YUYANAPAQ. Para recordar
Una lucha tonta la del pueblo contra el pueblo. Esto no es de ayer, es de siempre. Se dice que inició el diecisiete de mayo, pero nadie puede concebir con exactitud el inicio de este dolor —las lágrimas son esclavas de la tristeza—, lo que sabemos es que todavía continúa y continuará en tanto haya injusticia, en tanto el mundo albergue en su pecho ambiciones inútiles a costa de pisotear la vida de los otros, y que en nombres honoríficos y de Dios matan luego de persignarse y dar oraciones. No se cumple 30 años de que haya empezado, esto principió cuando el desconsuelo y la indiferencia, el mayor de los pecados, empezaron a caminar juntos hasta desequilibrar un largo presente que todavía sufre y se agiganta.
Lo peor no es que haya sucedido, lo peor es que aún vivimos creyendo que nunca sucedió. O lo que es lo mismo: indiferentes como si nunca haya sucedido. Seguimos viviendo de espaldas al dolor. Esta realidad en tanto no nos choque es una realidad extraña y de congoja efímera. ¿Qué hubieras sentido si uno de los desaparecidos hubiera sido tu padre, tu hermano o un amigo? Tal vez como ellos todavía conservarías la esperanza de un día verlos regresar.
AZAÑA ORTEGA
martes, 2 de marzo de 2010
Carnaval limeño
Veinticuatro departamentos tiene el Perú, allí hallamos muchas y disímiles costumbres o tradiciones que a pesar del tiempo continúan en pie. Una de las tradiciones es el carnaval. Tradición exultante que de acuerdo al lugar la celebración varía, por ejemplo en Cajamarca —departamento en que es casi su símbolo— los disfraces, la chicha de jora, las guitarras, comparsas, corsos, bailes, el suculento caldo de cabeza son algunos de los matices de su gran fiesta. En cambio, en Lima, aunque hace menos de un siglo el festejo era de manera decente con lujosos bailes de disfraces y reinas de belleza, hoy parece que aquel recodo histórico ha sido totalmente clausurado por este vendaval que la nueva juventud ha ido imponiendo.
Globos llenos de agua son lanzados cual proyectiles hacia cuerpos de limeños y limeñas, carnaval tiene la culpa, tardes rebosantes de risas y de gritos, ¡qué tienes imbécil anda moja a tu mamá!, baldes de agua (no siempre limpia), mójale mójale mójale, ¡si me mojas yo te remojo!, talco que por lo general termina cayendo más en la ropa que en el rostro, ya ya ya ya agárrala agárrala, pobre de ti si me tocas baboso, manos manchadas de betún o colorete con deseos de incitar la venganza, ya te cagaste te voy a dejar zamba, el propósito es divertirse, báñate aunque sea por carnaval cochino, la edad o bien ayuda o bien dificulta, ¡no juego con mocosos!, chisguetes de todos los tamaños y de todos los alcances (manguerazos, pistolas, metralletas, misiles de agua), ya carajo no me mojen, yo mojo peor, estúpido estoy refriada, no se moja a los hombres huevón, no me entres con tu ropa mojada vas a trapear todo lo que mojas, no jueguen con agua se van a enfermar, nunca faltan las madres escandalosamente preocupadas, quién te ha mojado carajo acaso su papá me va a dar un sol para las pastillas por mí te dejo muriendo pa’ que aprendas, pal’ calor pe’ vecina, anda moja a tu mujer viejo prostático, siempre habrá un sincero pretexto para renegar, ¡qué rico para jugar no carajo? qué rico para jugar ¡como si tú lavaras!, no gasten mi agua que he juntado para bañarme, recién he almorzado no juego no juego, pajero no le cayó, ya te quiero ver cuando te saquen la mierda, no sube el agua arriba, en algunas vecindades puede faltar la madre escandalosa no obstante es infaltable el vecino jodido pero que tiene toda la razón, vayan a jugar en la puerta de su casa no vengan a fregar aquí la paciencia, no dejemos de lado a los niños que mami pa’ jugar carnaval, te dicho que no entiende, en la puertita nomas ya pe ma’, no, mami y Rodrigo cómo juega, es que su mamá no lo quiere, mami ya pe, no carajo...
Agua es vida, no desperdiciarla.
Segundo domingo de febrero de 2009
domingo, 14 de febrero de 2010
Catorce de febrero
lo que yo quiero, muchacha de ojos tristes,
es que mueras por mí.
Joaquín Sabina. «Contigo»
jueves, 31 de diciembre de 2009
¿Y la Navidad?
La Navidad se ha prostituido. Va perdiendo el significado primigenio (o ya lo ha perdido) para convertirse en la Casa de Papa Noel. Son pocos los que celebran en verdad el Nacimiento de Jesucristo o, al menos, como acto simbólico de paz y de amor. Colmamos un mundo donde interesan más los regalos, los arbolitos, las luces, los artefactos pirotécnicos, los panetones, el pavo… que el real sentimiento fraterno. Nuestro individualismo nos mata, y contribuye a esta Navidad sin corazón.
Para mí diciembre siempre ha sido un mes demasiado triste. A pesar de tantos adornos en las casas, y tantos buenos deseos automáticos que expresan las radios, las televisoras y los amigos, en estos días ocurren más accidentes que en todo el año, más buses caen a los precipicios, hay más niños calcinados, mayor explotación en los súper mercados y en las empresas, más caos, más casas huachafas llenas de luces musicales, más propagandas que nos dicen que solo uno será feliz si compramos tal o cual cosa, mayor consumo de electricidad (¿y el calentamiento global?, ¿y el cuidado de la Tierra?), mayor solidaridad interesada colmadas de bondades mentirosas, más taxis, más combis y más ladrones en las avenidas… En suma, más muertos despedazados, mayor desorden y las diferencias sociales son mucho más notorias.
La Navidad en estos tiempos se ha constituido en una fiesta pomposa celebrada por el que puja y se las gana, y también por aquel que no puja pero igual gana. En realidad Navidad es, como escribí el 2007, el Día de todos los centros de venta. El Día de Papa Noel, aunque este ya no obsequia ilusiones, las impone. Y los niños se ilusionan y exigen a sus padres juguetes y ropas cuando en muchas casas no hay siquiera para un buen alimento y comer panetón es un lujo. Los que no tienen, no ingresan a este Club de la falsa alegría. Quedan excluidos, como siempre, y, paradójicamente, son los que más van a las Iglesias y oran a un Dios que se ha olvidado de ellos.
Pero a pesar de todo —como escribí en un saludo—, no debemos dejar que la Navidad se convierta sólo en Papá Noel, sus renos, los arbolitos, panetón y los regalos. Contribuyamos a que sea más que un mero juego de niños pequeños y de niños adultos. Feliz Navidad, pero que este «feliz» no solo sea simple saludo de compromiso, vívanlo. Hora de meditar si algo está yendo mal, ver la raíz y tratar de enmendarlo. Hora de ser auto crítico, observar nuestros propios errores e ir tajándolos. Retos, todos los días.
Felicidades.
lunes, 19 de octubre de 2009
Noche rosada
A manera de Prólogo:
No soy simpatizante del fútbol, por lo menos no del que se exhibe acá que da lástima con equipos como la U y Alianza y Cristal y hasta mi pobre equipo rosado. En verdad, el fútbol me da sueño, prefiero estar tocando guitarra o leyendo o durmiendo o perdiendo el tiempo conversando… o escuchar al padre Oviedo en sus pláticas con Belmont. El fútbol de aquí no solo (me) da sueño, (me) da cólera, sin embargo masoquistamente veo los de la selección peruana, después nada. Ni siquiera miro cuando juega el Boys, equipo de mis amores, salvo si se juega la final como ahora. Y un campeonato no lo gana así no más, hay que celebrarlo, por eso decidí escribir algo que muestre mi alegría; déjenme festejar esa pequeña gloria, déjenme morder de ese elixir que quizá jamás vuelva a probar. ¡Vamos Boys!
I
Cuando el alma gana una ilusión no es más que la ganancia de la cruel posibilidad del fracaso o del éxito. Sport Boys Association el año pasado descendió a la Segunda División de fútbol, mi ilusión paleolítica de ver a mi equipo dando la vuelta olímpica con la copa en mano, se deshizo, me derrumbó, y si no lloré fue quizá porque tomé el consejo de Montaigne: «parece que el alma, quebrantada y conmovida, se pierde en sí misma si no se le da aplicación. Es preciso en toda ocasión que se proponga un fin y actúe».
Boys es un equipo que no vende ilusiones, las obsequia. Uno las toma, las amolda en su brazo y deja que su corazón juegue con las palpitaciones hasta que los bombos retumben en el estadio con coros y olas y gritos y lágrimas. Ya lo dijo uno de sus futbolistas: «Boys es un equipo que está hecho para sufrir». Es decir, es la resaca de todo lo sufrido; el poeta César Vallejo también sería hincha de este equipo.
No quiero hacer de estas líneas un intento de que quien lo lea se ponga la camiseta rosada, tampoco una alabanza, prédica u oración hacia la Misilera, no quiero beatificar a la institución, ni decir que este equipo es lo mejor que se haya visto, mejor incluso que el Real Madrid. No necesito mentir. Desde que tengo memoria y uso de razón Boys no ha sido campeón, aunque la historia escribe que fue el primer campeón del fútbol peruano y de modo invicto, además campeón seis veces y otras subcampeón en el fútbol nacional y buenas campañas en la Copa Libertadores, asimismo el único que conformó la selección peruana de manera íntegra en los juegos olímpicos de Berlín, etcétera; en estos últimos años, sin embargo, ha sido un equipo de grandes sueños y pocos triunfos, luchador de los primeros puestos, aguerrido ante los próceres del balón, idiotizado ante los chiquitos. Daniel F, también rosado a morir, alguna vez mencionó que su banda Leuzemia es como el Sport Boys, siempre a media tabla. Tal vez pueda decir que Boys era el espejo de mi propia miseria: perseguidor de un propósito a pesar de las adversidades pero de manera desorganizada. Esta y, sobre todo, razones dirigenciales, hizo que el barco deportivo naufrague a la segunda ante la vista de la Fortaleza del Real Felipe, las lágrimas de los chalacos y el dolor de todos en general por ser un equipo querido y con historia. Boys bajaba y tenía que enfrentarse contra el Deportivo Municipal, San Marcos y otros, entre ellos, el Cobresol.
II
Tras una buena campaña en el año, ayer disputaron la final. Siete de la noche. Estadio Miguel Grau, no entraba ni un grito más; el color rosado y negro, los matices supremos del Callao bandereados con el soplo del Pacífico. Los nervios empezaban. Antes de que empiece la disputa por el ascenso, estuve comprando libros en Amazonas. Compré solo dos y un disco de Mario Lanza. En el camino de regreso, pensaba en todo menos en el partido, estaba tan abstraído con los libros comprados y la alegría de tenerlos, que olvidé por un momento que se jugaba la Copa. Cuando supe la hora, creo que más de las siete y media, no pude contener los pasos (olvidé decir que ya había bajado del carro). Ozzy, también partidario del mismo equipo, era el punto de reunión. ¿Cómo estarían jugando, ya habrían anotado, en qué minuto estarían? Lo que me alarmó fue escuchar de varias casas voces difusas de los comentaristas.
Toqué su puerta, lo llamé y salió. Se escuchó de su tele el canto efusivo de un gol. Su rostro no expresaba buenas noticias. «¿Gol de Cobresol?». Para mi alegría, dijo que el Negro Waldir había anotado. Ganábamos 1-0. ¿La alegría empezaba? Boys estaba obligado a ganar, un empate no servía de nada, si empataba, Cobresol campeonaba y ascendía.
«¿Cuánto dura ser feliz?: son segundos nada más»: Cobresol, luego de nueve minutos, anotaba el empate. Con el 1-1 se irían al descanso, la tensión continuaba. No apto para cardiacos.
Segundo tiempo. Un imprudente e iracundo jugador del Boys se hace expulsar tontamente a los ocho minutos, apenas había jugado. A los 25’ Ozzy y yo, inusitadamente, mentaríamos improperios en son de lamento. Cobresol ganaba 2-1, faltaba solo 20’ para que el árbitro diera el pitazo final, Boys tenía un hombre menos, me esperaba lo peor, no podía esperar un año más para ver a mi equipo en primera. Nos apagamos, ya casi sentenciábamos la derrota, yo me veía renegando, como la semana anterior tras la tonta derrota peruana ante los argentinos, veía una noche gris, amarga.
Seis minutos más tarde retornaría la esperanza, Waldir con un zurdazo metía el balón a las redes del equipo moqueguano: 2-2.
El partido moría, pero las ganas de vencer estaban intactas. Cobresol con ese empate tenía asegurada la copa. Sin embargo, Carlos Elías nos tenía una sorpresa a los 39’: ¡Gol!: 3-2.
Podemos llorar por alegría o por pena, pero llorar al fin y al cabo. Cobresol lloró de pena, de impotencia y de rabia. Boys, de alegría: tenía la copa, tuvo los huevos, tiene la gloria. La felicidad vestía color rosa, en su espalda y su pecho el nombre de la institución chalaca ascendía hasta el cielo. Habíamos ganado, Sport Boys campeón, se salía el mar.
jueves, 26 de marzo de 2009
Ni el perdón del Diablo
No desfiló mucho tiempo para que ella se acostumbre a las mismas e idénticas notas del teclado electrónico y a los chillidos del cantante microbusero, digo, evangélico; entonces la voz femínea dejada de oír y la satisfacción subterránea que llevaba por el milagroso efecto que la letra le produjo, se hicieron mierda. Por triviales razones prorrumpía vocablos a las nueve o diez u once de la madrugada. ¡Dónde está mi llave, quién ha agarrado mi llave! Yo qué sé, dónde la dejas tirada. Un día no hallaba su sostén rojo. Ponte otro pues, pero ella insistente quería salir con el rojo: ¿cábala, superstición, era mágico?, qué tendría ese corpiño. A la sazón, mis mañanas con esa mezcla confusa de Espíritu fuego y poder (título del cedé) y los baladros de Mariella, se volvieron a llenar de infierno: ¡Mamá, han utilizado mi perfume!, «gloria aleluya…», ¡ag, me ha salido un granito!, «…gloria al Señor», ¡quién ha agarrado el sol que dejé en la cómoda!; o cosas así, sin importancia: siempre lo encontraba: amnésica de miércoles.
Tuvo que pasar verano, otoño, invierno, es decir, alrededor de un año, y en primavera sus gritos llegados del dormitorio contiguo, de la noche a la mañana, dejaron de vivir. ¿El enamorado era hechicero y la convirtió en ánfora celestial de paz? Quizá, pero ya había aprendido (entiéndase acostumbrado) a convivir con la gigante voz de mi consanguínea, ya advertía un gusto, un cariño entrañable, familiar, nostálgico. Lo irritante ya no era su voz sino los monocordes «aleluyas» de su radio. Con el tiempo, el ritmo simplón del órgano y el canto chillón, me fueron odiosos —siempre lo fueron—, me producía el intermitente vértigo que sufro desde los 14 años: tenía la sensación que de un momento a otro mi cabeza iba a detonar. Desdeñé increíblemente ese alarido de mendicante al que le han metido un puñete en los huevos, ese aullido insulso, viscoso, hediendo…., y ¿con ganas de joder?, ¿con la intención de complicarme la existencia?, ahora no solo escuchaba su cedé por las mañanas, sino al llegar, cuando caía el sol y la tarde apenas dejaba su rastro muerto en la memoria. Presumo en agradecimiento a Papálindo pues por fin encontró al hombre ideal, al hombre perfecto, a su príncipe azul. ¡Bah! Lo mismo pensó de los anteriores y resultaron siendo príncipes de un azul percudido, tan desteñido que ni el Azul Muñequita podría devolverles el color.
Ir a la universidad me salvó de esta tortura, allí podía refrescarme aunque primero lidié con la música de los buses. No resultó difícil, un día de repente estaba tarareando un tropical estribillo idílico. Hasta me parecieron agradables algunas e incluso las he bailado, ¿y tú no? No mieentas.
Como llegaba a casa a altas horas de la noche, pues me quedaba en la biblioteca o en el patio departiendo con amigos, encontraba las luces apagadas, casi todos dormían y la musiquita horripilante dejó de carcomerme el hígado. Y, al igual que todos los compromisos que van en dirección de seriedad, es decir, al matrimonio (¡qué infortunio!), mi hermana se retiró de casa para iniciar una nueva vida, la de conviviente, ¿escucharía allá también su música?, ¿el novio cansado de la horrible monotonía rítmica rompería la relación? No sé, la vida enseña. Poco a poco olvidé que ese tipo de música (¿se puede llamar música a ese desastre?) existía, hice la idea de que nunca-nunca la había escuchado, fue parte de mis peores pesadillas y punto.
*
Las vacaciones están hechas para descansar, esa es la principal característica: quizá irse de viaje, acampar, hacer lo que más nos guste. Sin embargo, la «realidad» es distinta para cada individuo. Se puede estar en casa, ayudar en la limpieza, hacer las compras, o fungir de gasfitero y arreglar la avería del caño, posiblemente ir a conciertos, a funciones de teatros, al cine, asistir a talleres, tal vez leer sin que nadie incomode (Provecho Sartrecito), quizá ver películas sin que la familia moleste (Buena Búfalo), a lo mejor trabajar (bien, ya te falta poco para tu laptop, Comunicadora), o en el peor, peor de los casos, algún atropello puede malograr todo el plan realizado para el verano.
Sin embargo, es posible, con orden y responsabilidad, lograr las quehaceres dichos; por ejemplo, las tareas en casa las puedo efectuar sin incomodidad y mejor si las hago escuchando The Beatles, The Doors, Janis Joplin, Eric Clapton o Frank Sinatra y Louis Armstrong, tal vez al gran Chacalón y Raúl García Zarate y algunas canciones del Jilguero de Huascarán e Yma Súmac o Carlos Gardel y Edith Piaf, pero qué sucede si el hermano mayor regresa de su viaje (para qué m… regresaste) y también, muy hermano evangélico él, da sus trompadas de «aleluyas» contra las migajas de mi paupérrima y casi desahuciada privacidad. Mis oídos recobran la tirria por esa destrucción melódica, ya no resisten, desconcentra la lectura en mis tardes, no deja siquiera concluir el párrafo iniciado y, para consumar la bilis: el colmo: parte de este texto se ha escrito con el trasfondo de ese inodoro armónico que llega transparente de la habitación del hijo pródigo.
Es un agravio a los cultores y cultivadores de la buena música, esas no son alabanzas, son blasfemias contra Dios y toda la tribu de ángeles. Ante esto he fraguado la idea de que cuando no esté, con el primer cuchillo que encuentre, rayar el cedé en reconocimiento a todo el daño causado. Todopoderoso, Tú que te escondes, si existes, perdónalos porque no saben lo que hacen, perdónalos por todo el suplicio al que, sin la mínima piedad, me someten. Aunque, pensándolo mejor, estos dizque’ músicos cristianos no merecen ni el perdón del Diablo.
Moisés Azaña Ortega
jueves, 12 de marzo de 2009
El Sobrino III
Tan pésimo era su padre jugando fulbito que de lo único que aceptaban que juegue, era de árbitro; al principio se conformó tocando silbatos, buscó encontrarle ese lado positivo que todos buscan cuando están cagados, pero a la hora de la hora, en la cancha ni siquiera el arquero le hacía caso, nadie lo tomaba en serio, su presencia allí era como Lilia Pizarro (¿profesora?, de lógica) en el aula 2-A de la facultad de Letras en San Marcos, como tu amigo cuando estás enamorando a una chica: puro estorbo; entonces la reducida, la enana, la korina** dignidad que aún le subsistía, echó fuego y tomó la decisión de rescatar su orgullo, aquel lado humano que había perdido o que se había dejado arrancar tornaba de nuevo a la vida, y nunca más arbitró. Tuvo que resignarse a llenar butacas en los estadios, ser espectador y traspasar su esperanza juvenil de quedar campeón con el Boys, en Kukín Flores, pues nunca pudo jugar siquiera una pichanga de verdad y si lo hizo, fue de arquero. Por eso todos se asombraron de la ingénita cualidad futbolística de su hijo, es decir: del Sobrino.
Nunca he tenido miedo cuando dormía con Papá, sin embargo, qué pensarías si de pronto en plena silenciosa madrugada, de la nada en tu habitación empiezan a sonar golpes en la pared cada vez más fuertes: ¿Alan García pidiendo ayuda porque una turba lo quieren linchar por embarrar al Perú por segunda vez? ¿Papá Noel en crisis reclamando los regalos que nunca dejó?, ¿un fantasma rogando que le den un bolso para continuar recogiendo sus pasos?, ¿el mismo fantasma inmolándose queriendo morirse de nuevo porque se ha olvidado el camino, pues muchos otros tienen la misma suela?, ¿un ratero desesperado porque no encuentra nada valioso en casa?... Era el Sobrino de apenas año y meses, golpeándose la cabeza (pobre pared), y por esta insólita característica su animoso y excéntrico padre ya lo veía vestido con la camiseta de la selección peruana o del Sport Boys dirigido por Nolberto Solano u otro hincha de este equipo (¿Chalaca González estaría dirigiendo a la selección sub-Purgatorio o tejiendo chompas en el cielo con San Pedro?), siendo el mayor goleador de la historia del fútbol a punta de goles de cabeza.
Con la pelota de trapo que jueguen los azabaches de Alianza L., a él desde muy niño le compraron su pelota, primero una blanca Viniball de plástico con la que jugaba todo el día, empecinadamente hacía las populares dominaditas: diez, veinte, llegaba a cien, doscientos sin ninguna dificultad como una cualidad natural (también jugaba escondidas con pelota, kiwi, matagente, chapadas con pelota...). Luego la de cuero miBalón, también Adidas, sus zapatillas eran marca Tigre (primero fue Súper Reno, pero exigió que no le compren estas, que se rompen rápido, que sus demás amigos utilizan la marca… Excusas), luego usó las Umbro, hoy las Puma , un short negro sin número, y una camiseta rosada en la que llevaba la insignia del primer campeón del fútbol peruano (S.B.A.), y en la espalda la impresión del «10» que era como sombra a su apellido (también Azaña) en el lado superior del número.
Vestido con esta sublime combinación de colores, pero que en él se veía huachafo porque le quedaba grande, salía a jugar con sus amigos, y como era dueño del balón, se sumían a sus reglas: goles de rodilla pa’ bajo, vale aquero-jugador, cinco goles gana, en la vereda no sale, rompe luna paga solo… Colocaban en medio de la pista dos piedras o pedazos de ladrillos que robaban de alguna vecina que estaba construyendo su vivienda: de ladrillo a ladrillo separaban diez pasos o doce, más o menos, dependiendo de cuan grande o pequeño querían que sea el arco, no obstante las marcas de la pista, en su mayoría de veces, servían de travesaños. Allí, en plena Calle Diez, sus habilidades futbolísticas eran un claro reflejo de la crisis que existía —y existe— en el fútbol nacional: velocidad superada por cualquiera de su edad e incluso menores que él, apenas lograba dar dos pasos con la pelota porque rápidamente se la quitaban, ¿goles?, ni siquiera acertó autogoles, mas esto no llenaba de desilusión al excéntrico padre, pues su esperanza estaba puesta no en los goles que realizaría de pie, sino de cabeza. Estas son pichanguita de barrio, se animaba, él está hecho para jugar fútbol en estadios grandes.
Lo matriculó en el Cantolao, semillero de campeones, aquí tenía que demostrar las facultades ingénitas de las que pregonaba, la ascendencia futbolera que había heredado ¿de su padre?, no, del que escribe, de quién más. A mí, modestia aparte, me han solicitado en varios equipos de campeonatos que se realizaba en el Estadio Los Incas hasta los trece o catorce años, he jugado en todos los puestos; después me dediqué a la guitarra, componer canciones que nadie escuchó, coleccionar cedés de música (me creía un melómano), a las distracciones propias de la adolescencia, a leer para hacer hora, escribir poemas propios de un quinceañero poetastro, ilusionado de quinceañeras que miraban a jóvenes fornidos y apuestos, en consecuencia, no se fijaban en esta piltrafa bípeda que jamás les entregó ni un puto verso pues, como escribe José María Arguedas, los sentimentales son grandes valientes o grandes cobardes, y yo era grandemente cobarde o, en otras palabras, un maricón.
En el Cantolao varió un poco las cosas: en el primer partido metió un gol de cabeza, el que la sigue la consigue, todo fue alegría, su padre se convenció e ilusionó de que el futuro sueldo como jugador profesional podría hacerle dejar el trabajo: «merezco unas vacaciones», además su chamba de regidor en la municipalidad puede terminar en un par de años si no es reelecto: nuevas elecciones, nuevos candidatos, nuevas promesas (¿nuevos engaños?), muy probablemente nuevo alcalde y nuevos regidores, entretanto tiene que continuar hurtando, digo, trabajando con tesón por el pueblo, porque la voz del pueblo es la voz de Dios, no obstante, como Dios es mudo (el muy Zángano continúa en su sétimo día de descanso), el pueblo nunca habla, y si habla o grita, no se le escucha.
La segunda contienda también anota un gol, el del empate, pese a jugar pésimo. Se rebelaba cada vez que lo querían cambiar de puesto (insurrecto, siempre quería ser delantero aunque había demostrado que en el arco era más astuto), o cuando lo sacaban de la cancha debido a su pésimo y característico juego de patear la pierna del rival sin ningún remordimiento, inhumanamente, como se dice por acá: era un machetero. Los siguientes encuentros transcurrieron sin ninguna trascendencia, el Sobrino dejó de asistir (no entraba y se iba al Play), los entrenamientos le aburrían profundamente.
Aún hoy su padre no pierde la esperanza de verlo jugar en el balompié profesional; muchas veces el Sobrino sale y en la calle se pone hacer sus dominaditas con la derecha y la izquierda combinadas con algunas cabecitas y rodillitas, en esto es un genio, no cabe duda, pero es lo único que sabe hacer con el balón, para todo lo demás no es un cojo, es un inválido.
*En especial a Marco Antonio Pizarro y a los hermanos José Carlos y Rosell.
**Ex compañera del 2-A de baja estatura a quien estimo mucho.
jueves, 5 de marzo de 2009
El Sobrino II
Para que no alcanzara a degustar del jabón tuvieron que colocarlo arriba de la vitrina, supuesto lugar imposible para el Sobrino, pero la solución estaba al alcance de su mano: una silla, sin embargo no sabía que allí lo habían escondido, entonces —millonario que de noche a la mañana es pobre y su desayuno se convierte apenas en agua cruda y pan con bromato— se conformó con saborear cualquier jabón; primera víctima: el jabón de Papá, su preciado Heno de Pravia se desintegró a mordiscos y arañazos y Papá se fue al trabajo sin bañarse, no había de otra, Viejo, tú no querías utilizar jabón de nadie y a esa hora las tiendas se mantenían hieráticas, cerradas a cualquier individuo madrugador: don Azaña cortó un limoncito y se echó en las axilas para disimular el mal olor y salió al trabajo (¿los compañeros laborales se habrán percatado de cierto hedor que en el transcurso del día el limoncito no pudo ocultar?). La segunda víctima: la sobra del jabón Palmolive de Mamá, ese rasguño que apenas servía para lavarse el rostro, pero a Mamá nadie le agarra sus cosas, ¡caracho!, ella tampoco agarra de nadie, respeto guarda respeto… Se armó el escándalo, Mamá ganó, le compraron jabón nuevo.
Lo curioso es que al Sobrino pese a que le llamaban la atención una y otra vez incansablemente, continuaba comiéndose jabones que encontraba en los lugares más recónditos, sitios insospechables, escondites que ni el mejor buscón o investigador encontraría, pero él tenía olfato para rastrear jabones: jabón de cara, de ropa blanca, de colores, de perro (¿existe de perro? Pero a Keisser lo bañan con champú, en fin), jabones con olor a durazno, a pera, a limón, a fresita,… y todo el mercado, jabones sin olor y jabones de dudosa procedencia.
Pero lo más curioso es que no se enfermaba, «te vas a morir peor que perro con sarna si sigues comiendo jabón, vas a ver», pero ni se ha muerto y tampoco se enfermó, su estómago parece diseñado para soportar cualquier tipo de bodrio, es un estómago del futuro, sospecho que los estómagos de acá a unos veinte, cincuenta, cien años o más, serán superiores si seguimos la evolución de las especies que habló Darwin y postulan los neodarwinistas, entonces los sufridos estómagos —que hoy reciben cerveza, vino pintalabios de dos cincuenta, cañazos de luca (un nuevo sol) de la mamá de Potoblanco, rataburguers de la tía Veneno, salchipapas de la esquina por donde pasan millares de micros gritando «toda la Arequipa / al fondo hay asiento, al fondo entran cuatro, apégate pe’ primo / por favor señora apéguese pe’, todos quieren viajar / No señito, aquí no se puede bajar, el paradero es de aquí a cinco cuadras», en almuerzos tu rica gaseosa Kola Real y tu triple o empanada de sol o sol veinte o sol cincuenta o tres noventa (depende donde quieras morir)— se convertirán en gruesas capas de roer… Siguiendo esa lógica, Adrian tiene un estómago adelantado, poderoso contra cualquier insecticida. Ahora aparece, se acerca, ve que escribo, «¿qué escribes, ah!», «la historia de un niño que come jabón», «huevaadas escribes, vamo’ a jugar Play». Lo acompaño al Play, sé que le ganaré en wining level 3 pero él me ganará en el level 15; en el camino pienso que el Sobrino de hoy ya no come jabón, ahora le gusta el jamón, más tarde le gustará otra clase de jamón, la ley de la vida.