Febrero
2012
Si digo Carlos C*** de inmediato veo a un niño, no recontra panzón, pero lo suficiente
para ser considerado medio gordito (lo de medio es un decir), pinta de bueno,
de cariñoso (solo pinta), anteojos que le dan un toque de intelectual y algo de
sabiondo. No en vano era uno de los más chancones del salón en arrebatada pelea
con Colita Valverde y Alexis Ubillús (si mal no recuerdo). Si continúo
pronunciando nombres de la
Promoción María Reiche como Roberto Aquino, Luis Huari, Luisa
Alfaro, Laura Julca, Marquitos Quispe, Diana Ricaldi, Paolo Valencia, Leysi
Sandoval, etc., me encuentro con niños y no con los jóvenes que son ahora.
Con Andy y con Nelo me ocurre el efecto contrario a
causa de que hemos sido promoción en secundaria (Ernesto Che Guevara; yo
propuse el nombre): los rostros con que los recuerdo no son de niños y, en
lugar de sorprenderme al verlos ahora, me sorprendo cuando veo fotos de los
años en primaria, sobre todo de Andy quien físicamente ha cambiado más que
Nelo.
De quienes también retengo impresiones, digamos recientes,
son de Keith y de Gicella. Con Keith me encontré —junto a Andy—en un ciclo
verano del colegio Christian Barnard para cuarto y, además, en coincidencias y
causalidades (también casualidades) adolescentes y en ocasiones caminando por
rumbos distintos, y nos hemos vacilado.
A Gicella Osorio recuerdo haberla visto en los quince
de Romy, en un cumpleaños de Anita Martínez y en accidentales encuentros, gratos
por cierto. Me parece que una vez la vi de la mano de su chico. Continuaba
igual o más delgada. Algún rulo le caía sobre su agraciada mirada triste.
Tengo la sensación de haber visto a Romy pero no
recuerdo cuándo ni dónde. Alta como siempre; luego por noticias de Andy sabría
que Romy había crecido más de lo que ya había crecido; así que os ruego, Romy, no
asistir este sábado con ninguna clase de tacos para que el resto no se sienta tan
enano. La sensación de haberla visto es posterior a su quinceañero, donde
también estaba alta, y al que asistieron Alexis, Andrés, Diana que discutía con
Carlitos de que Trilce, de que Pitágoras, cosas así que no valía la pena
discutir en los quince de la linda Romy; también llegaron Gicella, Keith… Voy
olvidando.
Esa noche Alexis tenía la misma cara de niño que años
después vería en un bar con cerveza en mano, raya al costado como si su mamá le
seguiría peinando para ir al colegio o a la universidad. A Andrés ya no se le
caía el moco pero estaba todo tímido, no hablaba más que monosílabos y su mamá
y la profesora Violeta tuvieron que hacerlo bailar como quien saca a un niño y
él que no y que no y que no. Y no bailó. En el cumpleaños de Anita fue todo lo
contrario, había que traer a la profesora Violeta y si es posible también a su mami
para que dejase de bailar. Me parece que la última vez que lo vi fue en una
couster.
Esa noche, antes de que empiece el compás de Chayanne,
de Strauss o de Thalía, fuimos con Keith o Carlos a llamar a Andy, pero no pudo.
Al que sí pudo asistir fue al cumpleaños de Anita (es curioso, Ana continúa
siendo Anita), al que también fueron Rubí Valencia, Andrés Inga y si la memoria
infiel no me traiciona también Nelo (creo que fue otro vano intento de
reencuentro; si omito a alguien o si he puesto a alguien que no fue, perdón).
Pese a que recuerdo haber bailado con Rubí, la chica a quien recuerdo es a la
de lentes grandes de primaria; es como si esa noche haya bailado con una niña.
A quien recuerdo alto e imagino alto es a Paolo, el
primo, sobrino o tío de Rubí que llegó en quinto o sexto. Recuerdo —y este
recuerdo es casi nítido— cuando se ponía de pie, se acercaba a la pizarra,
volvía a su carpeta y se sentaba a copiar lo leído; se volvía a poner de pie,
se acercaba nuevamente a la pizarra y volvía a copiar en su cuaderno (bis,
laralá, laralá); pido disculpas públicas a Paolo si mi recuerdo ha tergiversado
y tal vez hiperbolizado la realidad, pero yo también por ratos hacía lo mismo
porque no veía, creo que también Nelo y por ahí otro potencialmente ciego. Yo
ahora uso anteojos y no puedo vivir sin ellos. Recuerdo que éramos amigos, que
nos llevábamos bien, que me caías bien. Eras buen pata.
La última vez que vi a Óscar parecía que salía de
filmar alguna secuela de Los Picapiedras.
Venimos conversando en la parte de adelante (no estoy citando a Calamaro) de la
combi. No fue hace mucho, hace tres o cuatro meses, quizá más, tal vez menos;
entre otras cosas me dijo que la gente María Reiche intentaba hacer una reúna.
El rostro que conservo de él, sin embargo, es de cuando lo visité ya saliendo
del cole y de las veces que nos cruzamos en algunos conciertos. Pelucón,
cabello ondulado, barbita a lo náufrago (un tiempo, hasta el año pasado,
también andaba así; ahora por motivos laborales debo afeitarme y andar con el
cabello corto —misma canción «Aprendizaje» de Sui Generis—), por esos días me
dijo que estaba de moda, todo un galán. El día que venimos en la combi, en
cambio, estaba hecho un galón aunque con el mismo look.
La penúltima vez que vi a Claudio yo estaba caminando
por el parque de la comisaría, reflexionando y, de pronto, me asustó. Lo
acompañé hasta la esquina del Rosario.
Y, la última vez, se encontraba con sus patas, al parecer algo mareado. A
Claudio y Óscar —luego ellos mismos me
contaron— no le dejaron ingresar al quinceañero de Romy porque olvidaron sus
pases (además vinieron con otros amigos).
De Roberto, por más que lo visité el dos mil nueve (¿fue
el dos mil nueve, Roberto?) y no me reconoció (yo tampoco a él, salvo al tercer
segundo), cada vez que intento recordarlo viene el mismo chiquito de siempre. Al
respecto he escrito y lo he colgado. (También escribí y colgué aquí mismo de la
salida que tuvimos con amigo Andy y amigo Nelo al cine y que vimos Avatar).
A Luisa desde que salimos de primaria nunca la he
visto, mi recuerdo de cuando niña está intacto. Me da cierto no sé qué si voy este
sábado y la veo. Recuerdo que nos llevábamos bien, recuerdo que una clase
coincidimos en traer el libro Literatura peruana V, uno verdecito, tuyo estaba
más nuevo, Luisa; yo aún lo conservo, continúa sin forrar. Recuerdo que fuiste
la primera a quien di para que escribiese en mí cuadernito azul de Recuerdos
que nos obsequiaron los chicos de quinto: «De los alumnos del Quinto Grado a
nuestros compañeros de la
Promoción María Reiche, en prueba de nuestra eterna amistad:
“Las grandes obras son fruto de la perseverancia y de una esmerada disciplina”».
Lo cito sobre todo porque me hacen gran falta estos dos árboles.
A Jorge F*** lo recuerdo de secundaria en primero y
segundo pese a que no estuvimos en el mismo salón. Esos dos primeros años
estaba de mi vuelo y contextura. Al año siguiente, que ya no apareció salvo
para una actuación, llegó más alto y gordísimo, más gordo que todos nosotros
juntos. Esa actuación fue la última vez que nos vimos. De todos modos mi
recuerdo de él es de cuando estaba de mi contextura y preguntaba por Milagros
de mi salón.
A Luis H*** lo vi dos o tres veces en Senati. Si no
me equivoco estaba más agarrado y pronunciaba correctamente la erre. Aún así,
ahora que intento recordarlo, su imagen llega de cuando niño con la voz y
pronunciación de siempre, mejor dicho, de esos años en que recitábamos
trabalenguas y adivinanzas en la pizarra y jugábamos con piedritas y chapitas
en la losa entre otros mil alumnos. Que la profesora de Educación Física nos
diese pelota era una bendición, un milagro.
Hubo otro intento vano de reencuentro que organizaron,
imagino, Lisbeth, Andy, Keith, Kevin. La cuestión es que un día se aparecieron
Kevin y Lisbeth (que otrora se jodían hasta morir) en mi casa de los más patas
(como debe ser) diciéndome que se planeaba un reencuentro. Por esos días vi a
Lisbeth y a Kevin. Y precisamente uno de esos días me amanecí con él cerca a su
casa, por la losa, tomando un vino que felizmente no me hizo daño. El
reencuentro, como es de suponer, no se llevó a cabo.
A Laura no la he vuelto a ver desde que acabó
primaria, así que el recuerdo que conservo de ella es de esos días cuando me
gustaba. Tenía algo dulce, recuerdo, algo tierno, me gustaba mirarla. Había
llegado creo que en quinto con Marilyn y, digamos, fueron en ese momento la sensación.
Eran las nuevas y se veían bonitas.
A Marilyn la vi en secundaria. Ella estaba en el turno
mañana y yo en el tarde. Creo que hasta primero o segundo de secundaria todavía
su mamá la acompañaba. En más de una tarde, en que yo entraba y ella salía, nos
cruzamos. Y ninguno dio al otro algún hola, quizá en el fondo lo pensamos pero
no lo hicimos. Tampoco luego, en otras veredas, nos hemos saludado, hemos
pasado de largo como dos desconocidos. No sé cómo estará, espero de todo
corazón que esté bien.
A mi tocayo M. Prinz que casi nadie recuerda o al
menos nadie pregunta, porque de cierto modo era un intruso ya que había
repetido, lo vi seguido un par de meses cuando cuidé un internet cerca a su
casa. Estaba (está) alto y acostumbraba el cabello corto. Creo que ya tiene su
hijito. Espero no le haya puesto mi nombre que también es su nombre.
De Marcos creo que nadie sabe nada. Al menos yo no lo
sé. Lo jodían demasiado al pobre Marcos, sobre todo Roberto (eras un canalla
Roberto con Marquitos).
A Diana, luego del quinceañero de Romy, nunca más la vi.
Recuerdo un lunar en su rostro, recuerdo su vocecita, su risita...
La última vez que vi a Miguel coincide con la última
vez que entré a la Cruz Roja. Hacía una
faena, supongo de alguno de sus hermanitos, y no sé si se avergonzó o qué pero
apenas saludó. Seguía flaco.
En algún momento ver a Patricia (Paty) se convirtió en
una costumbre de Halloween. Y su delgadez concordaba con ciertos disfraces que
entonces y hoy pululan por las calles en fines de octubre. La recuerdo bonita.
Su espontaneidad en sus cumpleaños era por ratos aterradora, por ratos hermosa.
La recuerdo medio rallada, medio loca en plena fiesta. Pese a su locura y su
alegría dejaba notar en el fondo de sus ojos cierta melancolía, cierta
tristeza. Como si con toda la alegría que expresaba intentase esconder o
asesinar alguna parte triste que persistía en no morir.
A Leysi, desde que salimos del colegio, tampoco la he
vuelto a ver, salvo que ella haya sido la que una tarde estuvo sentada frente a
mí en un carro. Recuerdo que su regreso en sexto también fue, de cierto modo,
la sensación entre los chicos. Regresó muy guapa.
A Rosa, si no era su hermana o alguna prima que tenía
sus ojos y sus delicados rasgos, un tiempito hubo en que nos encontrábamos
seguido en un micro de vuelta a casa. Si era ella, no estoy seguro. Pero tampoco
nos saludamos, quizá cierto rubor, no sé. Resulta extraño que luego de haber
estudiado juntos algunos años, de repente un día ya ni nos pasemos la palabra. Si
eras tú, no estabas tan delgada, en todo caso, tu flacura había tomado forma.
De Colita o Jonathan ni hablar, la gente dijo que se
volvió un sobrado. Y al parecer así fue. Conversé con él cuando me comentaron
eso y me dijo que no, que era pura habladuría. Conversé dos o tres veces y
verdad que parecía que no. Y esa fue la última impresión que me dejó porque
después ya no nos hemos vuelto a ver. Me contó que tenía su chica y que iba en
serio. ¿Se habrán casado?, ¿te has casado, hermano, tienes hijos, nietos,
bisnietos? Recuerdo que era una costumbre en los últimos años en que agarramos una
fuerte amistad venir siempre juntos, hasta abrazados… Qué años, caramba, todavía
no existían mariconadas en nuestro léxico. Y si lo había, era todo tan
distinto…
Comencé este texto con Carlos (Carlitos entonces) porque
fue unos de mis mejores patas en primaria. Con él (contigo, Carlos) nos hemos
visto luego de haber concluido primaria cuando nos juntamos, por ejemplo, para
jugar pelota. Una tarde nos fuimos a la cancha de la casa de Kevin ¿con Nelo y
Andy y Keith y el propio Kevin?, y nos ganó la gente del barrio de Colita. Luego
en el quince de Romy, en algunas casualidades, y las últimas veces cuando yo me
iba a San Marcos y tú a la
Católica. Allí en la 148 conversamos cosas que ya no recuerdo
con exactitud. Estabas distinto, pero como he dicho en los primeros renglones
si te evoco viene el gordito reilón y cabezoncito que eras y no el joven que
había adelgazado y que creo ya no utilizaba anteojos. Te acuerdas cuando
jugábamos súper y casi siempre me ganabas con goles de… pucha, ya me olvidé,
cómo se llamaba… (¿?). Creo que se llamaba Alejo, ni siquiera Bebeto o Romario,
sino Alejo. Algo así porque recuerdo que jodíamos con lo de Conejo o lo de pendejo.
Bueno (¿te acuerdas Nelo de esta muletilla que
percataste en la grabadora que tú o Andy, no recuerdo quién, tenía, creo que
prestado de Supa?), bueno, de esta forma voy cerrando lo que debió escribirse
en cuatro renglones. Cierro esta larga pero a la vez resumida exposición,
porque si detallaba cada cosita nunca hubiese terminado. Espero asistir este
sábado a casa de Anita, ahora Ana, a quien vi por última vez en su cumpleaños.
Lo recordarás Anita, quizá ya ni recuerdes que yo fui. Espero asistir, espero
que no me gane esta cosa de querer mantenerlos con sus rostros de niños, este
temor por reemplazar las imágenes antiguas por estas nuevas. En otras palabras,
estas ganas de no querer reemplazarlos con estos nuevos rostros y nuevos
cuerpos que pronto empezarán a oxidarse.
Un abrazo fraterno a todos. Que María Reiche viva por
siempre. Al menos mientras continuemos con vida.
P. D.: Ahora que he vuelto a la foto de la promoción
los veo tan lindos a todos. A todos, sin excepción. Todos, imagino, asumen que
hoy se ven más bonitos que en esos días. Es posible que sea cierto, pero ya no existirá
ese aire celestial que solo encontramos en los niños (la infancia es una de las
edades más bellas). Sin embargo, además de bonitos, tenemos una cara de
huevones. Es bueno que lo sigamos asumiendo.
AZAÑA ORTEGA
MOISÉS J.
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