lunes 11 enero 2010
Mamá hace unos días que no está en casa, quizá hoy o mañana
regrese. Entretanto continúo con la política austera en el desayuno,
almuerzo y cena. Ayer desayuné soya y cuatro panes integrales (no por dieta
sino porque era lo único que hallé a las diez de la mañana), mi almuerzo fue un
arroz al secreto con harto atún, y la cena, algo barata y suave. Se entiende
que son días en que mi economía está peor que la de Wilde al salir de la cárcel. Debo
agradecer que por lo menos no paso días de hambre como pasan hoy tantas
familias, aunque no sepa quiénes, y como pasó también Guevara (antes de ser el
inmortal Che) y Granado cuando jóvenes se enrumbaron a recorrer Latinoamérica.
Me gustaría alguna vez aventurarme del mismo
modo aunque con un recorrido menor. Conocer tantos lugares inimaginables y
gente tan disímil, conocer asimismo el verdadero hambre, el verdadero frío, la
verdadera desesperanza, el sudor en la cara, el desamor en los huesos. No sé si
lo haga, quizá lo escribo porque asumo en el inconsciente que el viaje jamás se
realice.
Hablando
de aventuras, hoy mi tío Hiliades que ha venido de Venezuela por vacaciones,
contaba los periplos que realizó en la edad dorada al interior del país, y
también a Ecuador, a Colombia hasta llegar a Venezuela enamorándose de esta
tierra y de su actual esposa (quizá primero de su esposa y después de la
tierra; no importa). No en vano vive allí ya treinta y dos años y tiene un
acento venezolano tan marcado que fácilmente cualquiera podría creer que es un oriundo veneco (que yo sepa, tengo tres tíos residentes en el
pueblo de Chávez, pero con el apellido de mamá). Mientras tío Elíades (¿o Hilíades?) contaba
las aventuras que conoció entre risas con mi hermano mayor, ambos coetáneos
rememorando tres mil y un anécdotas, yo me sentía un idiota, un mongol que no
pasa sus días, sino que los días pasan sobre él. Si algo se le criticó a Borges
fue su falta de vida, pero él leía a montones, en cambio yo no leo a montones,
apenas algunas páginas diarias, apenas esa curiosidad devaluada que la consumo
en desorden y sin disciplina.
Punto y aparte.
En estos días no existe mi vida, solo un intento furioso por vivir. Me he
estado volviendo un mediano escribiente de epístolas, mas no un logrado
escritor de narrativa. Últimamente es poco lo que he hecho, algunas películas,
algunas páginas, algunas salidas, algunas conversaciones, algunas angustias,
algunas caminatas… Y creo que poner «algunas» no es justo, demarca un número
anónimo incontable cuando en realidad cada uno de los momentos los tengo
enumerados, acaso porque todavía son pocos los días en estas cacaciones
o porque mis días transcurren monocordes y sin sorprendentes matices. Creo que
hay una comunicación entre ambas alternativas, como si cada una haya puesto de
su parte para convertir a mi vida de un solo color, un juego de acordes que se
repiten hasta el cansancio: adiós polifonía, adiós vida polícroma.
El último relato que escribí fue «Gloria», luego todos los temas que han pasado
por mi cabeza me han parecido… En realidad no me han parecido, los he
sentido fuera de tiempo, fuera de mi tiempo, es decir no me he sentido
con la fuerza o el entusiasmo de escribirlos. He tenido paciencia y he dejado
que los días hagan lo suyo, algo así como dice Voltaire: «El tiempo es
justiciero y pone cada cosa en su lugar». Y llegó: visité a un amigo de
secundaria el dos de enero, y entre tantas anécdotas que contamos, dos me
llamaron la atención pero solo de una me sentía capaz de contarla. Quise
escribirla la misma noche que llegué a casa, no recuerdo qué sucedió para
dejarla para el siguiente. Fatídica decisión: jamás existió siguiente día. Anda
perdida por la desidia, por la ausencia de disciplina y por un malestar secreto
que se manifiesta solo internamente y no hay catarsis que la desentierre. Como
ves, estos días han caminado más pa’ bajo’ que pa’ rriba’.
Seguiré escribiéndote si el tiempo, la
vida, la vista y las ganas me lo permiten.
moisés AZAÑA ortega
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