A mi amigo Toti
La primera vez que
di mi clase modelo fue ya hace unos años. De lo más trágico. El colegio se
llamaba César Vallejo y yo me decía —en clara evidencia de darme ánimo— que no
podía haber mejor señal, ya hasta me imaginaba en unos años diciendo «Yo
comencé en el colegio que lleva el nombre del mejor poeta universal, nada más
prometedor». Me probaron el director que era profesor de Educación Física y su
esposa que era la subdirectora y que nunca supe de qué era licenciada o si lo
era. La clase de Literatura que tuve que preparar fue para niños de quinto y sexto de
primaria, y yo, nada más raro, ¡preparé una de la Ilíada! Quería anexarla a la película Troya
que pensé que habían visto.
La
hice horrible.
Yo
imaginé encontrarme con niños en el aula, pero los únicos niños fueron el director con su esposa. ¡Y tenían unas caras! Con
esas caras serias y al parecer intoxicadas lo único que provocaba era morirse
allí mismo o huir corriendo, pero la promesa ya estaba hecha y no podía dar
marcha atrás. En otras palabras, no podía más que morirme frente a ellos (espectáculo
bochornoso y ni siquiera habían pagado su entrada). Pero no me morí, cogí los
papelógrafos que había preparado el día anterior (horribles) y uno lo coloqué
en la pizarra y otro en la pared. Mientras colocaba los papelógrafos y escribía el título de mi clase pensaba qué carajo hacía allí y cómo podía librarme de
esas caras-diarrea que estaban al frente en unas sillas que parecían de
inicial, pero que eran de primaria, y a las que rezaba para que me hicieran el
favor de romperse. También intentaba pensar en todo lo que había intentado prepararme
para esta clase modelo mi amigo y profesor Toti (en realidad se llama: Aristóteles Sócrates Platón. Creo que en ese orden, para tristeza suya. Y digo tristeza, no porque haya sido cronológicamente mal estructurado, sino porque
todo el mundo lo vacilaba, aunque esta es otra historia). Y nada, estaba tieso,
era hombre muerto. Mirándolo desde acá, quizá un vasito de pisco
hubiera podido aligerar un poco mi estado guillotinezco. Y entonces empecé,
horrible, pero empecé y ni bien empecé ya quería que termine. Que de los
géneros literarios explicaría la épica, que de la épica tomaría la obra de
Homero, que de Homero la Ilíada, que
la Ilíada tiene 24 cantos o rapsodas,
que fue escrito en hexámetros, que el tema es la doble cólera de Aquiles (y me
demoraba explicando esto), que Homero nunca lo escribió, que fue escrito siglos
después, que etc., etc., etc. Y todo lo intentaba presentar o explicar de modo
dinámico y quizá gracioso. Pero las momias seguían como si se tratase de un
funeral y no de una clase, segurito tenían el culo estreñido. No —abajo
autoestima— la culpa era mía, pues la verdad ni yo mismo me creía todo lo
que decía. Y es que con esas caras de poto muerto realmente nadie podría.
Después
fui aprendiendo que todas las caras de los directores o de los que te evalúan
conservan el mismo aire, salvo con la diferencia que pueden pasar de care culo estreñido a care culo diarreico. Solo hay que ignorarlos, por más
difícil que resulte. Pero esa, mi primera vez, todavía no la sabía y mientras
explicaba me seguía diciendo qué demonios hago acá, debo irme, pero antes de
irme debo acercarme y escupirles a ver si al menos así reaccionan. Parecían tal para
cual, hechos para la humillación o el aburrimiento. Me daba escalofríos de tan
solo imaginarlos al enamorarse. Para mí que lo que le llamó la atención de ella
fue su modo de bostezar y ella se habrá enamorado la vez que lo vio dormirse en
una fiesta sin haber bailado siquiera una pieza. La pareja perfecta ¿o no? Al
final me hicieron dos preguntas, la primera no me acuerdo y la segunda, la que
no supe qué responder: ¿qué tarea preparó para dejarles? Hijos de puta, esa Toti no me la había enseñado. Ah, la primera fue ¿qué haría si un
alumno se pone malcriado? Fue respondido del mismo modo que Toti me enseñó y
que luego pondría en práctica aunque muchas veces de modo infructuoso. Me fui con la
clara certeza de que nunca enseñaría. El director me llevó en su mototaxi. Sí, el director poseía un mototaxi, sucede que para llegar a su colegio había
que ir o en burro o en mototaxi. Al despedirme me
dijo la tan temida frase: le estaré llamando. Y, bueno, quiero creer que se le
perdió mi número.
diciembre 2013
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