23 de febrero 2015
Ya no debe parecerme raro contemplar mis páginas de
cartas o del diario y saberme un repetidor de mis días, pero como casi no los
reviso, suelo todavía sorprenderme. Ahora que por estas fechas veraniegas he estado ordenando mis papeles he encontrado este
texto que escribí para mandárselo a quien entonces era madame Irene y que, para variar, nunca se lo envié. Me ha parecido triste que quede en la oscuridad con mis otros archivos, así que he decidido pasarlo de la oscuridad de mi cuarto a esta otra en la que quizá su muerte será
inminente, pero será, con suerte, en compañía de otros ojos y ya no solo de los
míos. Ahí va:
10 de
febrero 2013
Estos últimos días he estado viendo una película diaria. He leído poco, he escrito no lo que he querido, pero he escrito (hoy, por ejemplo, concluí un relato; ya era hora), he ayudado en casa (a una de mis hermanas, a Ev, la han operado y por estos días vive con nosotros), he buscado trabajo (quizá resulte una hipérbole, pues apenas he ido a dos lugares; en uno hay más esperanza que en otro —tal vez lo mejor sería decir posibilidad—, pero al parecer en ninguno entraré). Tener Internet me facilitaría ver más películas. Esta semana he incentivado los trueques de pelas.
Estos últimos días he estado viendo una película diaria. He leído poco, he escrito no lo que he querido, pero he escrito (hoy, por ejemplo, concluí un relato; ya era hora), he ayudado en casa (a una de mis hermanas, a Ev, la han operado y por estos días vive con nosotros), he buscado trabajo (quizá resulte una hipérbole, pues apenas he ido a dos lugares; en uno hay más esperanza que en otro —tal vez lo mejor sería decir posibilidad—, pero al parecer en ninguno entraré). Tener Internet me facilitaría ver más películas. Esta semana he incentivado los trueques de pelas.
Y bueno, hemos empezado: al amigo
con que quedé le pasé tres (La vida de
los otros de Florian Henckel von Donnersmarck, La sociedad de los poetas muertos de Peter Weir y Tinta roja de
Francisco Lombardi) y él me ha pasado dos (El
lobo estepario del director Fred Haines, basada, claro, en la novela; y Trono de sangre de Akira Kurosawa; de él
solo he visto Rashomon, basado en un
cuento de Akutagawa). A otro amigo he prestado uno de Amenábar (Ágora) y en esta semana dejará una en La
Rampa (creo que de Tarantino o de Clint Eastwood). A otra amiga he
prestado Luna de Avellaneda de
Campanella (director que ganó a la Teta
asustada en el Óscar), y también me dará la suya por estos días. Espero.
Los trueques por el
momento no han sido del todo favorables, pero se ha debido más por una cuestión
de tiempo y también por no haber quedado o avisado a todo el mundo. Quiero decir,
solo había quedado con uno; a los demás les he prestado porque llevaba pelas en
el morral y, bueno, hay que expandir el buen cine. He conversado con cuatro
personas más y hemos quedado. Ver películas por estos días se ha convertido en
algo así como mi oxígeno. Mejor: mi droga. Conversando la semana pasada con otro
amigo me dijo que debo vivir más y dejar los libros y las películas. Falta más
praxis. En parte le di la razón. Lo dijo porque en la plática las citas que yo
hacía eran o de películas o de libros, casi nada de mi vida. Me contó que en su trabajo la gente no cita libros o
películas, citan su propia vida. Y, sin querer o queriendo, ayer fue un día de algo
así como película. Por decirlo de alguna manera.
Por la mañana la reunión con el grupo
de estudios me dejó una idea para un futuro ensayo. Esto, en realidad, no es
nada novedoso. Ideas se me vienen siempre, la cuestión es redactarlas. Por la
tarde en el Museo de Historia Natural de San Marcos me encontré un paraguas floreado.
Caminé con él por Arenales hasta llegar al C. C. España. Ya imaginarás los
gestos y miradas de los transeúntes. Me sentí un poco Maga, un poco
Oliveira, pero no sabía dónde debía dejar al paraguas para que reinicie su
ciclo. Caminé y caminé.
Comprendí que la cuestión es caminar.
Comprendí que el truco es caminar.
En el C. C. España un libro de
fotos me sugirió un proyectito que he empezado. ¿Te lo cuento, no te lo cuento?
A las seis y media fui a entrevistar a travestis y mujeres que trabajan de
noche "alquilando" su cuerpo (es colaboración a una amiga para su trabajo de lingüística). Ah,
el paraguas lo dejé en el carro, antes me mandé unas palabras al cronopio para
que lo tuvieran en sus manos. ¿Quién se lo habrá encontrado? ¿Reiniciarán su
vida para que no caiga en el ciclo innoble del tacho de basura o del cordón de
la vereda?
Esto de entrevistar a… Todavía me
cuesta decir prostitutas. Mi amiga lo utilizaba como quien dice mamá o deme un
sol de pan (ya me tomaré el tiempo para contarte con detalles al respecto:
Wilde nos recuerda que lo único importante son los detalles). Más tarde, sin
querer, me encontré con una amiga filósofa y esta me llevó con un grupo de amigas feministas a
un pub-discoteca-karaoke (no sé qué demonios era) y, bueno, nos amanecimos. En algún momento les comenté que hacía un tiempo habia conocido a algunas feministas que parecían más machistas que ciertos varones. Como te imaginarás, me quisieron apanar. «Te espero a la salida», bromearon. Tomé el micrófono y canté en el estrado «Flaca» de Calamaro y «Entre dos tierras» de Héroes del silencio, alucina. Ah, claro,
les envié saludos a mis amigas feministas. Agregué: «…y un saludo para quienes están enamorados. Es preferible sufrir por amor, porque vivir sin amor es un desperdicio». Se hizo una algarabía total, me aplaudieron cual rock star. En casa dormí hasta las diez y media. Desayuné casi al
mediodía.
Hoy, domingo de carnavales
limeños, me he quedado en casa. Salí solo para comprar comida. He lavado ropa
de mamá y mía (bueno, la lavadora, pero igual hay que encenderla, echar la
ropa, el detergente, programarla, sacar la ropa, tender… Toma tiempo, no te
creas). Luego he escrito y he acabado el cuento. Lo dejaré reposar un tiempo y
volveré a él para las necesarias correcciones. Mañana no sé qué me espere (nadie
lo sabe). Yo quisiera, primero, levantarme tempranísimo. En un rato veré, no
sé, creo que Trono de sangre inspirado en Macbeth de Shakespeare. ¿O mejor El lobo estepario? Ya vi el inicio de ambos.
El lobo estepario lo leí recién el
año pasado. Grande Heese. Además de ver película, tengo ganas de componer con
mi eléctrica y leer. Hay varios libros que me esperan. Pero también tengo
ciertas ganas de conversar. Tal vez vaya a casa de amigo antropólogo, tal vez a
casa de amiga psicóloga. Lo más probable es que me quede en casa dormido.
P.D.: ¿Hacemos trueques?
moisés AZAÑA ortega
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