Ganó Brasil y tengo mi
primera apuesta ganada. Debería decir mi segunda apuesta, pues antes ya he
perdido una y ganado otra. Pero siento que esta es recién la primera, las
anteriores casi ni me interesaban y lo hice solo con una o dos personas. Esta,
en cambio, la he hecho con medio mundo. Y de un minuto a otro ese medio mundo
ha pasado a deberme. Es curioso todo lo que se juega detrás de un partido de
fútbol, el narrador del Brasil – Chile decía que todos los brasileños sufrían
por el partido y, claro, también los chilenos. Falso, yo también sufría. Yo, imagínense,
un peruano hincha del Sport Boys que no ve fútbol y se levanta a las seis de la
mañana para ir a enseñar y va por las noches a la universidad a escuchar clases
de Latín, Marx, Husserl y otra gente que ya no existe. También C. y a todos los
que les aposté que Brasil ganaba sufrían lo mismo. Hay un mar de gente anónima
en todo el mundo que se muerde la lengua y se le estruja el corazón tras esos
noventa o más minutos inacabables. Y quizá no tanto por una apuesta, sino por lo
que puede significar una derrota o un triunfo. Pero mamá, quien me acompañaba
en la sala, seguía tejiendo y nos decía a mis hermanos y a mí que no gritásemos,
sobre todo en el momento de los penales. Ahora se juega el Uruguay – Colombia y
esperemos que Colombia dé todo porque la vida de mis bolsillos en esta semana
depende totalmente de sus pies. Empiezo a extrañar a Falcao.
Moisés Azaña
P.D.: L. discúlpame, me levanté tarde. Espero verte pronto.
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