Antes de llegar a casa percibo de lejos a mamá con una vieja escoba, barre los desperdicios que dejó el año viejo, es decir, el nuevo año inicia sucio, siempre inicia sucio, muñecos quemados, camas viejas incendiadas, tiras y tiras de cuetecillos verdes y rojos, y calaveras y chispitas mariposa y rata blanca y mamá rata y abuela rata y abuela blanca y mata la suegra y todo lo que no se ha querido llevar o traer para este inmaculado añito. Y más allá, del muñeco que prendió mi vecino Poto Blanco, el viento ha traído mucha ceniza, doble trabajo para mi madre, mi hermosa viejita a quien amo, barrer nomás pues, qué queda, la ceniza se alza, forma un nudo en el aire, se expande, justo yo llego y se clava en mi garganta, maldita sea, toso… De pronto: «Dónde has estado», inicia el purgatorio.
Esta vez, milagro de la vida, no hubo sermón. Le respondí que estuve en la casa de un amigo (el Cabeze’ puñete), y tomé la escoba pa' hacer méritos y mientras barría conversamos frases que por el trago o por el sueño he olvidado, seguro ninguna importante, ninguna trascendente, aunque quién sabe. «Ya anda descansa», aconsejó. Sin embargo, todavía no tenía sueño. En verdad, Morfeo estaba al acecho, llevaba horas acosándome pero lo rechazaba —como diría mi hermano— peor que perro con sarna.
Ahora que escribo, regresa, vuelve a la carga (¡entiende, no te pido que vengas!), me agarra por la espalda, aprieta mi cuello, una guillotina —¡la veo, la siento!—, está allí, al frente, oculta mi visión, viene, viene… Caigo en estado de «punto y aparte», la coma en el sentido lingüístico proporciona un intervalo pequeño de tiempo para expresar correctamente una oración; yo necesito un intervalo más grande para recomponerme. La gravedad irrumpe: bajo las carpas, me quedo sin ojos.
1 de enero de 2009
Moisés AZAÑA ORTEGA
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