abril 2015
A la mujer de dos ojos que mira todo menos sus ojos
Respire, pero de verdad respire, a usted le
hablo, mujer de dos ojos que mira todo menos sus ojos. Declare en voz baja el
último pecado que estuvo a punto de cometer (o que cometió), grite con todos
sus pulmones la hora, después será tarde. Después siempre es tarde.
Ahora bien, una vez que haya puesto sus ojos en sus ojos, el grito en su tiempo y el pecado en su boca, tómese estos renglones como alguna vez tomó su peor alegría. También, aunque no tan de pasada, tómese el trabajo de aprender, pero antes tómese el valor de desaprender todo aquello que ha llegado de casualidad y que sin paciencia y sin obstinación se ha colocado en usted como los zapatos que lleva puesto. Encienda la música de su interior. Antes de todo encienda la música de su interior y combínela con una externa, puede ser Chopin, Grieg o si sus gustos son menos clásicos puede instalar en sus oídos a Julieta Venegas o a la voz de la primera época de Shakira. No me haga caso, pero Sabina tampoco es mala elección.
Después de esto —debiera decir mucho antes, antes incluso de leer, antes incluso de despertar— piense en mi voz que no conoce, en mi voz que nunca ha escuchado e imagínese que le hablo, le hablo todo lo que quiere escuchar, todo lo perfecto que para usted puede ser una conversación, es decir, miéntase, qué bello a veces son las mentiras. Y cuando ya me quede sin palabras o cuando ya las palabras que ha puesto en mis labios se vean muy solas, abra esta hoja y empiece a leer escuchándome. Mejor dicho, déjeme que yo le lea. Y entonces es mi voz la que ahora escucha por esos territorios que no conozco. Incluso por los otros que nunca han de ser extirpados.
Siéntese encima de usted, deje salir a eso que han dado por llamar alma y véala por primera o única vez como se ha de mirar el fin del mundo o se ha de mirar a Dios desnudo. Crea, crea en usted y en los otros que son como usted. No crea, no crea más que en usted. Nunca más que ahora que lee esto que le estoy leyendo abra bien su corazón. Porque lo único cierto, lo único verdadero es este momento. Lo único cierto es su corazón. Lo sabemos, es cierto, pero siempre lo olvidamos. te lo recuerdo, por si acaso. Perdón, se lo recuerdo. Nunca está de más. Todo estamos de más. Nos iremos de este mundo y de aquí a unos años no seremos ni siquiera un recuerdo. Eche las penas por las ventanas de su cuerpo. Échemelas a mí. yo también quiero ser dueño de sus penas. Yo también quiero que me comparta sus tristezas. Yo también quiero ser su lado menos amable.
Ahora bien, una vez que haya puesto sus ojos en sus ojos, el grito en su tiempo y el pecado en su boca, tómese estos renglones como alguna vez tomó su peor alegría. También, aunque no tan de pasada, tómese el trabajo de aprender, pero antes tómese el valor de desaprender todo aquello que ha llegado de casualidad y que sin paciencia y sin obstinación se ha colocado en usted como los zapatos que lleva puesto. Encienda la música de su interior. Antes de todo encienda la música de su interior y combínela con una externa, puede ser Chopin, Grieg o si sus gustos son menos clásicos puede instalar en sus oídos a Julieta Venegas o a la voz de la primera época de Shakira. No me haga caso, pero Sabina tampoco es mala elección.
Después de esto —debiera decir mucho antes, antes incluso de leer, antes incluso de despertar— piense en mi voz que no conoce, en mi voz que nunca ha escuchado e imagínese que le hablo, le hablo todo lo que quiere escuchar, todo lo perfecto que para usted puede ser una conversación, es decir, miéntase, qué bello a veces son las mentiras. Y cuando ya me quede sin palabras o cuando ya las palabras que ha puesto en mis labios se vean muy solas, abra esta hoja y empiece a leer escuchándome. Mejor dicho, déjeme que yo le lea. Y entonces es mi voz la que ahora escucha por esos territorios que no conozco. Incluso por los otros que nunca han de ser extirpados.
Siéntese encima de usted, deje salir a eso que han dado por llamar alma y véala por primera o única vez como se ha de mirar el fin del mundo o se ha de mirar a Dios desnudo. Crea, crea en usted y en los otros que son como usted. No crea, no crea más que en usted. Nunca más que ahora que lee esto que le estoy leyendo abra bien su corazón. Porque lo único cierto, lo único verdadero es este momento. Lo único cierto es su corazón. Lo sabemos, es cierto, pero siempre lo olvidamos. te lo recuerdo, por si acaso. Perdón, se lo recuerdo. Nunca está de más. Todo estamos de más. Nos iremos de este mundo y de aquí a unos años no seremos ni siquiera un recuerdo. Eche las penas por las ventanas de su cuerpo. Échemelas a mí. yo también quiero ser dueño de sus penas. Yo también quiero que me comparta sus tristezas. Yo también quiero ser su lado menos amable.
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