Había quedado solo, más inmensamente solo tras afeitarse y
mirarse al espejo y no reconocer al único rostro que había mirado por tantos años. No se afeitaba desde que se fue su último amor. No
había venido nadie después y su último amor siguió siendo el último. Esto ya hace unos años, mientras tanto continúo vivo, continúo cumpliendo con su rol de
hombre en el mundo, con su función de hombre con metas, con su papel de “la
vida es un mérito y hay que ganárselo”, siguió adelante, mintiéndose todos los
días para seguir hasta el último, pero ya no podía más, el último nunca llegaba
y quería adelantarlo.
Miró a su derredor y se dio cuenta que
los miles de libros que tenía no podían decirle nada para salvarlo. ¿Qué
palabra utilizar ante el último decisivo instante, qué decir, qué callar?
Volvió a mirarse como quien mira un tren que pasa o alguna propaganda sin
importancia y reafirmó la idea (la sensación) de que su tiempo había terminado.
Por fin, realmente había acabado. Sabía muy bien que era un decir, que
simplemente nunca lo había tenido, que ni siquiera este instante le pertenecía.
Ese rostro que miraba era el rostro de
todos los hombres: anónimo, cien por ciento desconocido que se conoce por una sola
vez, dos ojos que nunca han conocido la verdadera realidad, la nariz de los
mocos, los labios de los besos y de los vómitos, todo era idéntico, solo cambiaban
algunos rasgos, alguno más pronunciado, algún color menos marcado, distinciones
tontas y accidentales que no le permitían establecer diferencias reales. Todos
los hombres en ese momento lo miraban desde ese espejo que no reconocía, y
todos los hombres que lo miraban desde sus propios ojos le decían lo mismo: es
en vano, muerto o vivo, seguirás siendo este instante que no te sirve para
nada. Muerto o vivo, de nada servirá que sea el último o el primer día, a nadie
le importará, todos te habrán olvidado y tú habrás olvidado a todos.
Allí es donde se sentía más
insignificante, cosa nada extraño para él, pero este día, solo por este día, el último de su vida, no
quería sentirlo, pero estaba allí ante su gran pasado que era como un segundo
muerto, ante su gran presente que existía solo para ser ignorado, ante su gran
futuro que ya nunca vería. Allí mismo su pasado del primer dolor, del primer
grito, su presente de este cuarto y su futuro sin corazón era como si ya se
hubieran esfumado. Solo recuerdos, malos y buenos, para qué negarlo, era lo
único que lo amarraba a este instante, pero ya no le decían nada. ¿Y qué había
de decirle? Los recuerdos son mudos si no les abres la boca. Era el destino o
alguna otra tontería, el lamento de siempre, la bulla de siempre, el silencio
de siempre, la ley de los simples mortales. Y de los no tan mortales también.
Se miró por última vez en ese espejo, su rostro lo miraba, alzó su G 17 y disparó. El espejo cayó roto en mil pedazos y todas las voces que le repetían aquello de la banalidad de los momentos también cayeron. Suspiró totalmente transpirado como si hubiera matado un jabalí o un león y se echó a la cama. Estaba a salvo, pero sabía que aún le quedaba una bala.
2 comentarios:
Ahora me gusta leer-te. :-)
Naty
Muchas gracias :)
Moisés Azaña
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