octubre 2014
2.011
Lo contingente son las cosas que pueden unirse. La
unión es básicamente una contingencia, no es una obligación ni una necesidad.
Las combinaciones resultan a partir de la inercia, la soledad o— en el arbitrio
de las personas— de la decadencia de sus días. Hay uniones que son malas
combinaciones, no cuadran, desde el primer momento en que los ves sabes que hay
algo mal o algo que nunca pudo (nunca debió) ser de ese modo. Pero puede que
nuestros ojos también se equivoquen tan acostumbrados a tener combinaciones
exactas, inalterables: que tal color con tal color, que tal pantalón con tal
desterrado, que tal estereotipo con tal planeta, que el etcétera es para el
final y nunca para el inicio. En fin, todo ser existente o no, puede entablar
un diálogo innecesario con otro, todo ente que se mueva, que necesite de otro
para ser movido, puede tener los días contados en su contingencia y prevalecer,
en algún momento, su rasgo necesario y pasar los días sucesivos en inalterable
emoción de los cuadros terminados. Nada más, el punto exacto, nada que agregar,
nada que quitar. La combinación culminó y no hay separación como posibilidad.
La
contingencia, entonces, puede tratar según estos términos de las posibles
combinaciones y separaciones que inalterables y alterables pueden tener. He
aquí un primer llamado. ¿Si la definición del inalterable es que no puede ser
alterado, cómo entonces puede ser alterado? Cada día hay eternos que se mueren.
Una eternidad tras otra transcurre como bicicletas en un abismo que nunca
termina. Los necesarios, los vidrios rotos, los enojos, los gestos inevitables
también manejan bicicleta y en muchas ocasiones equivocan el camino y pierden
el paso. Para no hacer más extenso este camino, habría que decirlo en palabras
de Wittgenstein: «Es esencial a las cosas el que puedan ser parte constituyente
de un estado de cosas». Es decir, «si hay objetos —explica un traductor— uno de
sus rasgos esenciales tiene que ser el
que puedan ser parte constituyente de un estado de cosas». ¿Entendieron? No se
preocupen, Wittgenstein tampoco.
moisés AZAÑA ortega
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