Claudia, el día de tu cumpleaños llegué un poco deshabitado de mí. O por
decirlo en otras palabras: era como un cuerpo que andaba sin la sustancia que
le permitía caminar. Pero andaba ¿te das cuenta de lo ilógico? Yo era en ese
momento, en esa noche, lo ilógico que podía trasladarse de un punto a otro por
puro afán de saludarte. Y llegué a tu casa del mismo modo que salí de la mía: terriblemente
inhabitado. Con el cuerpo a kilómetros de mi cuerpo, a infinidades de la parte que
me compone.
Si por dentro estamos
compuestos de un montón de fragmentos, todos han de estar unidos. Bueno, yo esa
noche llegué con esos fragmentos separadísimos. Y así estuve toda la madrugada
aunque quizá no te diste cuenta. Y cuando tu hermano me acompañó hasta la
puerta y me despedí comprobé que continuaba igual. O peor: más deshabitado, totalmente inhabitado. Más ido. Podría decirte más perdido, pero sé que el perderse tiene
otros efectos. Y además una cosa es perderse teniendo en cuenta que se está
perdido y otra hacerlo sin conciencia. Yo estaba muy consciente de que no me
habitaba, que eso que era yo estaba
en otra parte y que había una urgencia por volver. Pero algo faltaba y no sabía
qué era ese algo. Y si en el fondo lo sabía, había una traba que impedía, por
mi bien o por mi mal, que saliera a flote. Tal vez esto te suene un poco
metafísico, pero es una forma de explicarlo, perdona; solo que la vida
transcurría sin que yo me pudiera hacer cargo de mí mismo. Era la inercia quien
hacía todo lo que podías ver, la inercia y quizá también un poco el whisky.
Al salir de tu casa sin poder despedirme de ti, se me
dio por caminar. Lo poco que quedaba o sobraba de mí pudo dirigirme. Había, no
te imaginas, como un deseo terrible de volver a toparme con esa parte mía que
andaba por otros lares. De todos modos tenía que caminar hasta el paradero, no
había pretextos para no hacerlo. Esa distancia sin embargo no me bastaba, así
que, como diría Vallejo o Machado o tantos otros, eché a andar y puse a Moisés
en mis hombros (puse a Moisés en los hombros de Moisés). Es curioso que tanto peso
adentro, una vez puesto en los hombros lo haya sentido ligero. Será que el
dolor metafísico no se mide por kilos ni decibeles como podría ocurrir con el
dolor físico. Es que la pena metafísica te aplasta física y espiritualmente,
casi podría decirse que te arrastra. Había algo distinto de todos modos en esa
caminata, además de la sensación de las seis de la mañana, la bruma, las aves
que no dejaban de cantar y volar como buscando algo o simplemente que alguien
las escuchara. La Javier Prado a esa hora y en ese invierno de domingo era una
desolación moribunda. Parecía, no te miento, que un funeral hubiera pasado o
que esperaban a que pasase.
Mi paso no era ni
lento ni apurado, quizá yo era el funeral que esperaban. No tenía ningún apuro
con la hora, lo único que deseaba era volver, no a mi casa, como ya te dije, sino
a mí. Te lo hubiera contado esa noche, pero no se podía, era tu cumpleaños y
tenías que estar con todos y con nadie a la vez, una manera de Dios omnipresente
que se comunicaba universalmente pero en la que nunca podía estar con nadie. Es
el vano poder de la ubicuidad. Tontos humanos que creen ser tocados (aunque puede
que en lo tonto radique la mayor felicidad). Pero no nos vayamos por las ramas
que vienen lo pajaritos y nos dejan sus encargos, de todos modos tú y yo conversamos
un poco, no a la manera de Dios y sus discípulos, sino más cerca, aunque no
recuerdo mucho, ¿qué nos dijimos?, creo que el whisky ya se me había subido y ese cielo percudido
estaba más cerca; disculpa si continuaba a mil distancias. Si me pongo más
Eurípides todavía, afirmaría que por dentro llevaba un velatorio de mí mismo. Y
era imposible comunicarlo o trasmitirlo, agregaría Gorgias. La razón, varias.
La razón, ninguna. Todo lo inexplicable que pueda pasarme se sucedía. Y lo
único que me quedaba, como siempre, era seguir.
Es un poco
desesperante el camino por delante. ¿Por qué la meta tiene que estar hacia
adelante y no hacia atrás, quién lo dispone? Si yo fui, como ya te dije, es
porque quería saludarte, salí de mi casa y olvidé llevarte el pequeño qepd. No
es la gran cosa, pero mis manos hubieran tenido al menos algo para darte. Un
poco por eso se me ocurrió la idea de que todos te escriban, incluso yo. Ahora
te dejo pensando que la próxima que nos veamos será un tanto lejana. No sé por
qué lo siento. Definitivamente ambos paramos algo ocupados, pero más allá de
eso, así no lo estuviéramos, siento o quiero, no lo sé, alejarme un poco de
todo y de todos, como aprender a morirme sin que nadie se dé cuenta (en mi
cabeza suena tipo soundtrack «Here, there and everywhere» del Revolver). Ser la ausencia que siempre
he sido, confundir este momento con este vacío que se prolonga, con esta derrota
que no me abandona. No sé, necesito aprender a resucitar. O fácil necesito
morirme de verdad, no sé. Hasta pronto.
junio 14
Moisés
Azaña,
un
infiel servidor
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