POR ESTOS DÍAS de «vacaciones» ir al mercado se ha convertido en una tarea cotidiana. Intento levantarme lo más temprano posible para preparar el desayuno a mamá, tomarlo juntos e irme corriendo a hacer las compras. Aún no lo consigo. En un principio mamá renegaba que su desayuno esté tan tarde. Ha tenido que acostumbrarse (o va acostumbrándose-resignándose) a tomarlo a una hora en que ella ya tenía todas las compras hechas. De todos modos hago el esfuerzo de que el desayuno esté antes de las siete y el almuerzo a las doce o una. La realidad es que en lo que va de las vacaciones no ha habido siquiera un día que me haya levantado antes de las siete. Ni siquiera antes de las ocho. A partir de las nueve recién voy abriendo los ojos; y esto es. Le hecho la culpa al despertador de mi celular (a alguien hay que acusar). Mi celular ya es un celular en desuso. En honor a la verdad, mi celular estuvo muy de moda hace unos diez años. Más o menos. Hoy basta mostrarlo para que cause risa o alguien suelte alguna broma de esas que Pachacútec tenía uno más moderno. Lo cierto es que su alarma apenas me levanta.
Al inicio ir al mercado, como todo, resulta acogedor, hasta te entretienes. Pasar por el parque por el que has camino de niño, sobre todo si vas después de tiempo, ojear rápidamente las portadas de los periódicos (las mismas noticias todos los días), alzar la vista y encontrarte con un sol esplendorosamente jodido… tiene su magia. Eso no es todo. Escoger las mejores papas y cebollas, por ejemplo, es una tarea que aún considero agradable. Introducir los dedos en los sacos de lentejitas, misma Amélie, sin que la dueña vea, es otro placer único. Comprar el ají especial, el Ají no moto, los preparados, etc. en el mismo puesto, también tiene su gracia. Sobre todo si no sabes el nombre de quien te atiende, pero sí el color de sus ojos. Hasta algunas canciones, repetitivas y coloridas, que venden en puestos llenos de posters de moda, se van tornando accesibles. Incluso a estas alturas me sé algunos. También ya sé el precio de los tomates y de las zanahorias; sé pedir pollo descargado, sé algunos nombres de pescados, sé cuándo son caras las espinacas o el brócoli. Ya no tengo que preguntarle a mamá cuando me dice sorprendida que tal alimento está a tal precio. Queriendo o sin querer, vas aprendiendo cositas.
Pero ir al mercado no inicia yendo al mercado, inicia mucho antes. Tienes que buscar una hoja cualquiera y anotar todo lo que has de traer. Los primeros días buscas una hoja bonita y preferentemente cuadriculada. Después cualquier hoja de periódico puede servir. Y sales con la bolsa de algún supermercado (prohibido las otras bolsas). Con los días este ejercicio va resultando desgastante y enojoso. Nuestro principal enemigo: el sol. Es preferible lavar las vajillas que ir al mercado. Es preferible limpiar la cocina que ir al mercado. Es preferible, es más, leer a Coelho que ir al mercado. Aunque, nunca tanto. Está bien, hay veces que sí es preferible ir al mercado.
Hubiese querido continuar escribiendo sobre los martirios en el mercado, pero en este momento, supondrán bien, debo hacer la lista para correr a traer las compras.
enero 13
MOISÉS AZAÑA ORTEGA
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