Hoy siento una tristeza tan honda, tan mía, tan inhumana. La tristeza me ha perseguido desde niño, pero la tristeza de estos últimos días es distinta. Inexpresable. La tristeza que sentí en la infancia y en la adolescencia… ha vuelto ahora, pero con otra chaqueta. Ahora la contagia una percepción más aguda: percata detalles con mayor facilidad, descubre la vejez en cada retazo, advierte las oraciones que Jehová resucita en todos los movimientos, encuentra esa tela finísima que cubre lo que el mismo Funes olvidó. Es inevitable, las manos de Heráclito empolvan todos los rincones. Y uno, de pronto, se ve con los mismos objetos (dentro y fuera de ellos), los mismos sueños, las mismas tareas, los mismos pantalones: imposible no sentir diciembre en cada hora de los bolsillos.
Hoy la tristeza me da un beso en la frente.
noviembre 2010
AZAÑA ORTEGA