10:25 a. m. Me pregunto qué haces a esta hora. En el instante que lo
leas será ¿qué hiciste en ese momento? En tanto escribo suena «La flor de la
canela» de Chabuca Granda, y en mí agoniza el verbo, se evapora lo que iba a
transcribir: todo lo pensado, incluso lo sentido, se pierde a raíz de los
segundos y por esta debilidad mental. Entonces debo empezar de cero. ¡Rayos!
De una vez, no más metáforas. Dejaré de aburrirte.
El fin de este escrito no es para que te des cuenta que aún existo, que todavía
respiro. Tampoco para reprocharte que las veces que te llamé era porque
necesitaba solventar el gigantesco vacío que inundó mi padre, y necesitaba tu
compañía: sí, tu compañía. Huevonamente tu compañía. Tampoco es para saber si
aún vives. Tengo la certeza de que sí, las malas noticias llegan rápido y tú no
has salido en policiales.
Desde luego que la pasas mejor que yo (de puta
madre). Con tus salidas todos los fines de semana y las amistades y la embriaguez y la llegada a tu casa de madrugada (a
esa hora ribeyriana del alba) y todo lo que ello acarrea. De hecho, por ese
lado sí que la pasas mejor. No obstante, aunque pueda verse mi vida como algo
aburrido, para mí no la es. En resolución, re-so-lu-ci-ón, tanto tú con tu
diversión etílica, como yo con mi diversión aburrida,
la pasamos bien.
Sin embargo, no siempre es de este modo. No todos
los días te vas de parranda, ¿o sí?. Quizá ya has involucionado hasta esa
rutina deprimente. Perdón, quise decir, evolucionado. En fin, desde que inicié
a escribirte ya ha transcurrido algo de cuatro canciones. Pero tampoco te
escribo para decirte qué canciones escucho (ahora blusea Uchpa en quechua).
El porqué de este escrito está en el primer renglón;
aunque de un mundo más general sería: ¿qué ha sido de tu vida desde que no te
veo? ¿Qué has hecho?, o mejor ¿qué haces?, ¿cuáles son tus planes?, ¿lees, o me
das la contra no haciéndolo?, ¿cómo está la relación entre tus padres?, ¿tu hermano
sigue imponiéndose a ti?, ¿has desechado algún pretendiente? Evita contestar
esto último. Prefiero pensar que sigues sola y que no hay algún idiota (otro)
detrás de ti. Contesta mejor: ¿piensas en mí?, ¿por lo menos de vez en cuando?
¿Nunca? ¿Me odias, acaso?... Hay tantas preguntas que se me vienen, pero las
detengo. Ya sabes, muchas veces soy un reprimido de mierda. En fin o en
principio, ya sabes los motivos de este escrito. Está implícito que por mí se
me cruzan tus imágenes e intento retenerlas. Es clásico terminar un escrito con
cuídate, besos, abrazos.
11: 05 a. m. No escapo a lo clásico. Intento.
P.D: Tarde. 14 de agosto. El texto anterior lo
escribí no recuerdo si el 30 o 31 de julio o el 1 o 2 de agosto. No recuerdo,
en serio; qué importa el día, lo importante es que fue escrito. No te lo envié
porque mi computadora estaba y continúa enferma. Lo había escrito en una hoja
de un cuaderno. Recién hoy, en la casa de un familiar, mientras él curaba a la
máquina, yo escribía en la suya. Entonces aprovecho —ya que todavía no ha
llegado a tus ojos estas letras desnutridas— en agregar lo siguiente: supongo
que ya has leído la novela que te presté. Ha pasado buen tiempo para que
pudieras hacerlo. Y si no lo has concluido, ya anda acabándolo, que pronto,
pronto, lo voy a necesitar. Ah, me olvidaba… Me olvidé de nuevo, carajo.
Maldita amnesia. Cuídate.
Moisés AZAÑA ORTEGA
3 comentarios:
Eres increíble escribiendo. La musa que creas para envolverla en tu escrito me asegura una vez más como alguna vez te dije de lo extraordinario que eres en las letras y que llegarás a ser grande y ese día te acordarás de mí.
Mariana.
Falta humildad falta!
Es extraño el deseo de alardear ante los demás, de ser alguien
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