Para mi amigo J. P.,
el amo de las calestenias narrativas.
Es decir, eres un independiente que cada domingo recibes de tus padres tu semana. Vives solo, podrido en la soledad de los libros, las películas, las angustias, la oscuridad, el calor, pero sin resistir el mes, ni siquiera los siete días. Un independiente que es únicamente independiente para tomar decisiones mas no para mantenerse. Un amante de la soledad que no tolera estar solo, un solitario que no gusta del aislamiento impugnable que dan las cuatro paredes, que no resiste la presencia de la incomunicación, la clausura perpetua, el destierro indefinido, el eterno monólogo. Un solitario de ficciones, un solitario que todavía no ha experimentado la verdadera soledad.
La verdadera soledad, en realidad, es no tener a nadie, no hay mamá ni papá a quienes visitar, amigo(s) a quien(es) llamar, es caminar por la ciudad con gente a quien no se saluda, es la real ausencia humana. Es vivir con un mundo, rodeado de miles de personas, sin conocer a nadie; se camina, se come, se excreta, pero estos no son más que simples lazos que nos amarran a la vida, caricias crueles que nos evitan pensamientos innobles, por ejemplo, que todos esos pasos ásperos y tristes y comprometidos y peligrosos, sirven de nada. Porque hay soledades con quienes tomamos anís y soledades que nos niegan una tasa de agua, son las soledades que derrotan, las llamamos homicidio de soledad. Es la soledad del hombre que ni siquiera está consigo mismo, en cualquier enfrentamiento propio, gane quien gane, siempre perderá.
febrero 2010
AZAÑA ORTEGA