jueves, 17 de marzo de 2022

MI PRIMERA VEZ EN AMAZONAS

    

17 de diciembre de 2015

La primera vez que fui a Amazonas no tenía el cabello largo ni usaba anteojos y, así, con mi cabello corto, lampiño y sin ser todavía miope, fui con Abel y Nelson a buscar el libro que en el colegio Christian Barnard el profe Rodolfo Pacheco (poeta Rudy Colchón) nos había dejado de tarea con su característica sonrisa de payasito Krusti.

             

              Los tres debíamos leer uno diferente: Abel, El señor Presidente de Miguel Ángel Asturias; Nelson, La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa; y yo, Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. Los tres nos ayudábamos en nuestras búsquedas. Ninguno encontraba siquiera uno y le echamos la culpa a la saladera y a nuestra mala pesquisa. Era imposible que en Amazonas donde vendían todos los libros del mundo no los halláramos (más tarde sabría que en realidad no estaban todos los libros del mundo, ni del Perú siquiera, aunque sí los básicos para una decente formación, y también una gran cantidad de libros que en vano habían desperdiciado papel, tiempo y dinero).


              Luego de una larga, larguísima y agotada “cacería”, tras bucear en el fondo de otros libros que parecían nadar en una piscina de anonimatos, al principio juntos y luego cada uno por su lado, encontramos nuestras obras en galerías distintas. Yo conseguí mi Cien años de soledad a menos de cinco soles en una edición de segunda mano que juraba era el original de primera porque en Amazonas -inocente yo- no vendían piratas (en esa edad colegial todavía no los diferenciaba). Papá Emilio me había dado treinta y quería ahorrar para comprar mi guitarra eléctrica y quizá para alquilar media de Winning Eleven.

 

              Antes de que diesen las seis tomamos nuestro ómnibus roji-azul-amarillo Santa Clara que pasaba por Abancay y los tres volvimos contentísimos con nuestros hallazgos a las urbanizaciones Tahuantinsuyo y Túpac Amaru. Cuando fuimos a Amazonas habíamos dicho que alquilaríamos media horita de play al volver, yo juraba que los golearía como hijos con goles de nigerianos con nombres que he olvidado, pero cuando volvíamos pasó algo raro, me encontraba con cierta ansiedad y lo único que quería era llegar a casa para leer. Fuimos directos a nuestras casas, ya era tarde, ir a jugar play hubiera significado nuestra liquidación como pandilla en busca de libros y, al menos yo, quería volver a Amazonas todas las veces que pudiese para comprarme todas las obras. 


            En casa hallé a papá en su taller de electricista, llevaba puesto unas de sus características camisas que al parecer eran de una moda pasada para esos años, una verde clara con dos bolsillos en el pecho, representaba tal vez que ya no estaba para las modas actuales. Lo vi muy concentrado revisando uno de los motores de lavadora sobre su enorme mesa de trabajo, no quise desconcentrarlo, me iría de frente, pero hice bulla con una lata que no me di cuenta y él volteó. Me preguntó cómo estaba, le señalé el libro que había comprado y debe ser que me vio sonriendo porque él me contestó con una de esas sonrisas que afloran cuando te sientes feliz por la felicidad del otro. Luego me muestras, me dijo, ahorita estoy con mis manos sucias. Está bien, pa, le dije, y traté de entregarle el vuelto. Es para tu caramelo, me dijo, quédatelo, así que devolví el vuelto a mi bolsillo vacío con una sonrisota agradecido con papá y soñando con volver a Amazonas, aunque después me vendría el dilema de si más bien lo ahorraba para mi imposible guitarra eléctrica. Salí del taller y fui en busca de mi viejita Enriqueta.


              Abel hoy es comunicador y nunca leyó El señor Presidente, salvo las primeras páginas; a pesar de ello, gracias a un resumen encontrado en un libro viejo, dio el examen y el profe Rudy no se dio cuenta y no lo jaló. O se dio cuenta, pero se hizo el hueón para no jalarlo. Nelsón, desde que leyó La ciudad y los perros se computaba el Poeta y escribía poemitas y cartitas por mandado; hoy sin embargo, ya casi está por recibirse de sacerdote. A mí, ya saben, me ha crecido el cabello, la barba, la miopía, el desamor y los poemas, por lo que en un rato volveré a Amazonas, esta vez no a comprar libros —no me alcanza el dinero—, sino a recitar y a dejar algunas de mis enredadas creaciones para los mortales amantes de la buena poesía de Azaña, al menos eso me dice mamá, a quien ese año cuando salí del taller y fui a buscarla la encontré en su cuarto tejiendo. Te leo mientras tejes, le dije, y allí, con mamá risueña y su tejido punto de cruz, dentro de su habitación todavía verde del segundo piso, fue que empecé no solo la novela, sino que continué trazando lo que en un ratito me llevará nuevamente a Amazonas. Al entrar a mi cuarto ya había acabado el primer capítulo y no quería salir de él hasta terminarlo, pero en algún momento escuché que mamá me llamaba para cenar. Cuando bajaba las escaleras a la cocina del primer piso, lo hice convencido de que atrás habían quedado mis ganas de querer sacar 20, yo solo quería ser escritor y, si acaso fuese posible, mejorar el mundo con la poesía.

 

P. D. 1: Si nunca has ido a Amazonas o si hace tiempo no vas, hoy tienes una nueva y plácida excusa.

 

P. D. 2: Gracias, profe y poeta Rudy, por haberme puesto el reto de leer en mi adolescencia Cien años de soledad. Recuerdo haberme confundido con los nombres, recuerdo haber hecho un mapa conceptual con un Faber azul en mi cuaderno Loro para no entreverarlos, recuerdo que aprobé con la máxima nota, recuerdo que me auguraste que tenía todo para ser un buen escritor, no sé si lo dijiste con sinceridad, solo sé que en un rato debo entregarme absolutamente para recitar mis poemas que me han costado dolores tremendos parirlos, vivencias que he debido transformar en palabras. Es difícil transformar el dolor en poesía. Donde estés, un fuerte abrazo, y mándame tus mejores energías que es lo que más necesito por este tiempo. También, por favor, si ves a mi padre Emilio y a mi hermana Elsa, le envías mis saludos, yo aquí ando cuidando bien a mi viejita Enriqueta.

 [Esto último -después de la palabra "tiempo"- terminé borrándolo, porque era muy mío como para publicarlo en Facebook; ahora lo agrego porque aprovecho este blog donde nadie ingresa].

miércoles, 16 de marzo de 2022

RUDY PACHECO, EL PROFESOR POETA

    16 de marzo

    00:23 a. m.
    (Con mi gato K'uychi en mis brazos intento escribir esta madrugada con una sola mano para no despertarlo). 

       Estaba en segundo año de la Universidad San Marcos y necesitaba trabajar: quería enseñar, mejor dicho: desenseñar, dejar las semillas en esas vidas sin sentido de los muchachos para que sean bosque y no árbol. Se me presentaba, sin embargo, el problema de las interrogantes: cómo, dónde, cuándo. Nunca antes había enseñado, salvo a mis sobrinos, por lo que sabía que me encantaba: veía en sus ojos que podía realmente iniciar el cambio universal.

        No recuerdo muy bien cómo fue, pero me veo conversando con mi exprofesor del cole. Lo veía después de mi promoción Ernesto El Che Guevara, ahora un poco más panzón y por supuesto con sus mismos nombres peculiares: Sócrates Platón Aristóteles; los amigos lo llamaban Toti, el profe de Aritmética. Le conté que cursaba el segundo año en la universidad, me felicitó y se alegró por haber ingresado a San Marcos, le agregué que estaba buscando trabajo y que había conseguido uno donde me pagarían una miseria, al ver mi situación me dijo en buena onda que podía instruirme acerca de las cuestiones básicas para enseñar en un cole, así que la próxima que lo vi incluso me creó un CV fake en el que redactó que ya había trabajado en colegios que ni conocía. Ya cuando iba a regresar a casa se me da por preguntar por los profes y, entre ellos, por el de Literatura con la subterránea idea de que me pasara sus observaciones de los poemas y cuentos que escribía, y el profe Toti soltó de un sopapo: "pucha, Rudy murió". 

    Diría que aquí inicia la historia. Pero en realidad aquí termina. Nunca sabemos dónde son los principios y dónde realmente se da el punto final y no el seguido: muchas veces los confundimos. Muchas vidas se marcan a partir de esta confusión: jamás sabemos si escribiremos otra línea, ni siquiera si estamos escribiendo otra. (En este momento K'uychi ha dejado mis brazos y se ha ido a la cocina con Suqu; ahora puedo escribir con las dos manos, costó hacerlo con una). Al terminar el párrafo anterior me di cuenta que aunque pasen los años continúo consternado. Me quedé absorto esa vez cuando Toti lo soltó de golpe, y hoy sigo pensando y sintiendo lo mismo. Después de recordar ese episodio nunca puedo continuar, me inserto en una vieja película que no avanza.

++++

    Es la 1 y 9 de la madrugada y recién puedo seguir. Cuando alguien se va nunca termina de irse porque [si] nosotros no terminamos de aceptar que se ha ido. Resulta casi imposible razonar que en verdad ya no está, que no se volverá nunca más a establecer puentes con las palabras. Me sigue pasando con mi padre Emilio, mi madre Enriqueta y mi hermana Elsa que ya no se encuentran a mi lado y que sin embargo a veces me despierto con la firme idea de ir a conversar con ellos y es duro cuando de pronto tomo conciencia de que, en efecto, ya no habrá forma de que en todos los años que me falta vivir volvamos a unirnos mediante todo lo que no expresamos o en el bello silencio de un abrazo.

    Me enseñó en mi último colegio, Christian Barnard, en cuarto y quinto de secundaria. Rodolfo Pacheco Yngunza, más conocido por sus colegas como Rudy, y por los alumnos como Payasito Krusty. Hoy recién he sabido la edad con la que llegaba a mi colegio y la edad en que se fue de todas las aulas. Yo juraba que tenía por lo menos 10 más. Cuando saqué la cuenta desde que nació [1969] hasta que falleció sumé 49. Mi musa estaba a mi costado y le dije que intuitivamente supusimos bien su edad tras verlo en un vídeo que hallamos, pero al contar con mis dedos me percaté que había sumado mal. Mi profe murió a los 39. 

        Se murió como se mueren los poetas: joven y sin que el mundo haya sabido de él. Se murió sin que su obra haya sido reconocida. Se murió y el mundo literario peruano, tan mezquino, egoísta y lleno de argollas que solo mira su propio ombligo, no le ofreció ni un minuto de versos.

        Se murió sin que yo haya podido pasarle algún escrito y sin que se haya enorgullecido de mis poemas como si fueran suyos, no por buenos o malos, sino porque los escribió su alumno, se murió sin que leyera mis cuentos "malditos" con los que su lado oscuro se hubiera sentido digno, se fue sin que debatiéramos sobre algún autor o alguna teoría, se fue sin que hayamos tomado un vaso de café o de pisco, se fue sin haber leído su obra y sin que se lo haya comentado, se fue sin que pudiera hacerle alguna entrevista con su característica camisa o chompa, se fue sin que nos hayamos tomado una foto y compartido un recital. Se fue el primer poeta que conocí en mi vida y que cuando estuvo cerca en el colegio no supe reconocerlo. Se fue y ahora solo me queda escribir estas líneas donde no puedo resucitarlo.


    Ahora K'uychi y Suqu regresan de la cocina y musa, que duerme, se ha movido en la cama verde de dos plazas, quizá por algún sueño que no recordará. La última vez que vi a Rudy Pacheco fue en la Panamericana Norte, cerca de Megaplaza de Independencia, vestía como siempre: camisa clara, pantalón marrón oscuro de tela, zapatos negros empolvados, un reloj. Subía a una casa que al parecer era una academia para ingresar a SenatiLa memoria es terrible y puede sepultarnos momentos importantes. Creo que me preguntó cómo estaba, creo que le dije que confundido porque no estaba seguro qué estudiar, creo que me miró como diciéndome que a mi edad estar confundido formaba parte de la respiración, creo que le pregunté también cómo estaba, creo que me dijo que menos mal trabajando y yo creí que se refería a una obra literaria, pero creo que se refería a que estaba enseñando, creo que estaba apurado, creo que yo también, creo que ni siquiera nos dimos la mano de despedida porque ya estaba por subir o ya iba subiendo. Ninguno de los dos supo que ese sería nuestro último encuentro.

     La Panamericana Norte, sin amor, a esa hora en que el sol caía con furia milenaria, estaba llena de gente a la que nunca recordaría, gente para la que jamás existiría ni yo ni el profe Rudy Colchón, gente que ni siquiera estaba ocupada en sí misma como para dedicar un momento a la poesía de su vida. Nosotros éramos parte de esa gente sin rostro, sin memoria, sin futuro, sin pasado, sin existencia, como tú que ahora en esta noche del mundo lees estos renglones y confías que serás parte de la historia, pero no sabes o no quieres saber, pero te aseguro, que la historia es un filtro complejo y nadie te recordará. 

        Aunque consideres que esto puede ser fatal, es maravilloso: nuestra vida no existe, nuestros actos son invisibles, lo que hagamos o no, no marcará el futuro de nadie, así que vive, camina, sonríe, este no es un mensaje de esperanza, es un mensaje de vida, es decir, de muerte, porque estamos muertos, como el poeta Rudy, como yo que escribo esta madrugada en la que mis gatos juegan, musa y mi guacamayo Loli duermen, y me sé inmortal, porque no existo, porque estos pasos, estos renglones no son mi voz, es el hilo o la cadena que viene de muy atrás, soy la prolongación del olvido de carne y hueso, tú también lo eres, pequeño mortal que lee.

  Moisés AZAÑA Ortega, tu divinidad.

    P. D.: Me gustaría escribir todos los días por este medio, no sé si continúe, ni siquiera sé si publicaré estos renglones, siempre me es difícil colgar algo recién escrito, pero aprovecharé este viejo blog abandonado que nadie lee para desnudar mis huesos. Dejo en el siguiente "post" un texto antiguo que de casualidad he encontrado en Facebook donde menciono al profe inmortal. Perdone, maestro, por estas prosas profanas, pero sé que hubiera estado mínimamente orgulloso de este Dios que escribe.

martes, 13 de marzo de 2018

MOISÉS AZAÑA ORTEGA

Pueden encontrar más del autor 
(claro, de este ser inmortal que ahora escribe, 
pero hay que hablar en cuarta persona 
para parecer más Platón del veintiuno -equis ye-)
Las cuentas donde no lo encontrarán desnudo: 






domingo, 18 de octubre de 2015

INTERLUDIO PARA ENAMORADOS


Escribir es una forma de morir. U otra de acercarse a lo inevitable. No por necesidad de inventar nuevas vidas, la única consigna es escapar. A lo que más temo por sobre todas las cosas es al pecado de omisión, de uno y de todos los que nos rodean. No tengo idea de por qué escribo. Saberlo aterraría. O tal vez no. Solo sé que así como me da hambre y necesito de algún bocado, igual siento necesidad por coger las palabras, alimentarme de ellas y vomitarlas. Algo así. Comprendo que de no hacerlo corro el tonto riesgo de morir y seguir con vida, quiero decir, el riesgo de ser fulminado por una cotidianidad que no colma y una rutina que no satisface. Lo que no había imaginado es que escribir puede acercarnos más a lo que somos y dejamos de ser. No porque queramos conocernos, sino porque sencillamente no nos conocemos.

Puedo decir que escribo porque es lo único que hago realmente mal y preciso vengarme del mundo. Porque no encuentro mejor forma de suicidio. O de silencio. Porque hay que pagar la luz y yo quiero existir a oscuras. Porque en este mundo habrá siquiera uno que al leer me mande a la mierda o quiera compartir su mierda conmigo. Porque las noches son violentas y crudas sin ella. Porque he nacido enfermo y a estas alturas he perdido la fe en curarme. No pretendo un milagro con las letras, apenas aguardo seguir sobremuriendo. Porque creo, con la ingenuidad del caso, que algún día podré obsequiarle a mamá un mínimo de todo lo que se merece. Porque quisiera alegrar a mi viejo, aunque la verdad, no sé cómo. Porque ansío recompensar a los que me dan la mano. Porque no pretendo que mis días se los lleve una empresa o alguna institución solo por el requisito diario de comer o por acumular alegrías tristes los fines de semana. Porque no persigo trabajar a la manera de la mayoría. Porque deseo dedicar todo mi tiempo a esta única vida que tenemos. Porque si alcanzo la vejez quisiera leer las desfachateces que escribí de joven.

Porque es una forma de tener otro presente, más aún si vives en una casa donde casi siempre todo está mal. Porque temo que el futuro diga que no he existido, como ya se lo ha dicho a mis abuelos e intenta decírselo a mis padres. Porque aquí, breve refugio ante el desamparo, me reconcilio. Porque quiero acompañarme sin salir de casa. Porque es el principal invento para no trabajar. Porque guardo el terco secreto de enamorarla de este modo. Porque todavía soy ingenuo. Porque estimo que nunca he sido completamente feliz. Porque es un delicado método para estar ocioso. Porque alguna diga: puta mare, era para seguir. Porque ambiciono viajar y el dinero no alcanza. Porque soy el último de veinticuatro hermanos y aun así me siento solo. Porque es un modo de pensar en voz alta. Porque busco morir escribiendo y creo que voy a buen paso. Porque espero no ir nunca al psicólogo. Porque estoy en deuda con mis viejos. Porque alguien debe vengarlos. Porque el internet satura y me distrae crear cartas y monólogos. Porque no hallo mejor manera de saber lo que siento. Porque quiero superar a Borges, al menos en páginas. Porque el libro puedo dedicárselo a los que amo.

Para no olvidar y no por memoria. Para marcar un territorio y no por situar fronteras. Para descubrir y no para inventar. Porque no tengo ni anhelo otro modo de vida. Y buscar uno nuevo en este momento resultaría muy desquiciado. Para desenterrar a mis deudos y desterrar a los debidos. Por desamor y no por odio. Por acumular vida y no tiempo. Por registrar un presente y no un pasado. Porque todos los tiempos se junten en cualquier instante. Porque soy un esclavo de la nostalgia. Porque soy un amante de los libros y las tristezas. Porque las alegrías salen caras y las de la ficción pueden dejarme sin rostro, pero jamás sin una putísima sonrisa. Porque aspiro vengarme de todos los que he leído e intervinieron en mi ilusa idea de ser escritor. Porque, en resumen, ya estoy condenado.

jueves, 15 de octubre de 2015

DOMUS en la UNIVERSIDAD SAN MARTÍN DE PORRES


A poco de que inicie mi recital de DOMUS y de poemas inéditos en la rotonda de la Universidad San Martín de Porres, quisiera darme un tiempito y felicitar públicamente a los chicos que enseñé por estos días y que a partir de las cinco estarán presentándose, junto a otros, en la Asociación Peruano Japonesa como campeones del 32º Concurso Nacional de Música Nueva Acrópolis 2015.
Lo que me entusiasma, además, es que mientras yo estaré recitando mis poemas, ellos, en simultáneo, estarán expresando su hermosa música que con tesón practicaron durante tanto tiempo.
Quisiera aprovechar esta oportunidad para recordarles, una vez más, tanto a ellos como a los tantísimos alumnos que he tenido, que continúen apasionándose por lo que más le gusta y que a ello se dediquen, que no esperen terminar el colegio o cualquier excusa para empezar a realizarse y, sobre todo, que no olviden que todo esfuerzo inevitablemente, tarde o temprano, tiene su premio.
Va para todos, 
también para mí.

sábado, 10 de octubre de 2015

RUSIA, NO ME ESPERES


Si creías que el fútbol peruano no tenía solución, pues estabas en lo correcto. Somos los mejores llegando al arco, los peores en anotar. Este es un resumen de lo que pasó en mi casa mientras Barranquilla se llenaba de fiesta o, mejor dicho, mientras nuestros “héroes nacionales” se perdían goles cantados.

Perú - Colombia.

1er tiempo
¡Inició el partido! Y el locutor no tiene mejor idea que arrancar con “empiezan a jugar con nuestras ilusiones”. Qué manera de fregarnos; solo espero que mi pata Rosell grite una victoria peruana en tierra colocha. Mientras Colombia y Perú disputan, en casa siguen sucediéndose las cosas.
            Mi viejita, por ejemplo, para estar a salvo de esta tonta pasión, ha ido afuera a sentarse en la vieja banca y la más gordita de mi familia acaba de llegar. Llega justo cuando Jair Céspedes se lleva a tres colombianos, pero a ella poco le importa, pues la más gordita de sus hijas no ha limpiado su cuarto y mi hermana inicia su grito diario. Debo subir el volumen de la tele.
            A mamá no solo no le gusta el fútbol, también reniega cada vez que ve un balón. Ahora le he llevado su sombrero beige, este sol está casi tan fuere como el de Barranquilla. Vuelvo al cuarto y de pronto me doy cuenta de que soy el único que está con la tele prendida. El único tonto.
            Es la primera vez que, como voleibolistas, piden tiempo y salen a refrescarse, estiran las piernas y reciben recomendaciones. Es extrañísimo, aunque es probable que de aquí a un tiempo será de lo más normal. Capaz ahora se toman selfies y actualizan sus perfiles: “Aquí jugando una pichanga”.
            Minuto 30. Colombia acaba de perderse un gol, menos mal. A seguir ajustando. Por cierto, ¿Pizarro está jugando? Ah, sí, acaba de perder la pelota.
            Tengo una hermana que vive con su familia al frente. Ha venido y pregunta por sus platos que dejó no sé cuándo. Cosas familiares. Imagino que los ha encontrado porque ahora conversa con la más gordita.
            Minuto 35. Gol de Colombia. Por enésima vez, de cabeza. Y mis hermanas siguen de lo más serenas con su conversación, nada ha pasado en el mundo, mamá continúa tomando sol, todas dichosas, para ellas ningún peruano tiene rabia en este momento. No me parece, deben compartir nuestro dolor. Lo dije: Hoy empieza nuestro calvario con la selección.
            38’ Tiro libre para Perú. Aquí viene el gol, debería, lo merecemos, Lobatón va a patear. “Manotazo apurado de Ospina”, dice el narrador. Casi, muy casi, la clásica. En el fútbol peruano vivimos de los “casi”. Y en la vida interdiaria, también.
            42’ Carrillo se hace un jugadón. ¿Gol? No, solo bonito fútbol y amarilla para Teo por faulearlo.
            43’ Otra vez Lobatón desde el mismo lado, tiro libre, no tan libre. Expectativa, no puedo escribir tan veloz, la vida real pasa más rápida. Esta vez no hubo el “casi” ni el “uff…”, solo saque de costado para Colombia.
            Creo que debería hacer caso a Ángeles y leer a Chejfec. O cualquier libro, ¿qué hago aquí malgastando mi tiempo? Iluso yo, sigo.
            Acabó el primer tiempo. Resultado en contra. ¿Quién me devuelve estos 45 minutos de mi vida?
            Lo peor, continuaré viendo con la esperanza del empate o del desempate. Esta relación es como esos amores que ya no dan más, pero dale que dale imaginando que habrá un tiempo de mejora.
            Tomo el control, dejo de pensar en el amor y en el fútbol y, como escribe el Búho de tu periódico favorito, apago el televisor.

2do tiempo
Me había quedado afuera con mamá y Colombia casi mete el segundo.
            Mi hermana del frente ha regresado a su casa. Carrillo se lleva a uno, a dos, a tres, juega bonito y al final… la caga. Pienso en los pretendientes que hacen todo bien, menos lo importante. Pienso en los esposos que duermen en una misma cama sin tocarse.
            Mi hermana la más gordita ha empezado a ver el partido en su cuarto y de inmediato ha principiado con su poesía: “¡Puta mare, por las huevas entrenan!”. Está viendo con sus dos hijitas que han heredado su peso, menos mal no sus lisuras. “¡Qué hace este baboso!”. Muchas veces cuando las mujeres se sientan a ver fútbol llegan a ser más histéricas que los varones.
            Gritamos gol, ellas en su cuarto, yo en el cuarto de mamá, pero fue palo, ya no trascribo las nuevas lisuras.
            El partido me hace renegar. He ido a la banca a acompañar a mamá y me pregunta si hoy le toca su inyección. Cierto, a mamá tres veces a la semana le toca inyección, y para que le pongan la llevo a la farmacia. Y hoy le toca, pero mamá no quiere ir, nunca quiere, no le gusta, a nadie le gusta, menos tres veces por semana. Le entran los nervios de solo pensarlo. Ella, muy viva, me dice que si no gana Perú dejamos la inyección para mañana. Me es difícil decirle que no, acepto a sabiendas de que está tranca de que Perú revierta. De pronto escucho ¡gol!, y vengo corriendo, pero no, fue otro “casi”.
            Mi hermana empieza a cantar: “No estaban muertos, estaban de parranda”. Pero después de unos pocos minutos sentencia: “No pasa nada con Perú”. Y su hija: “Sí, la verdad; mejor pongan una película”. Y después: “Paolo Guerrero ni toca”. Lo ha dicho ella que es hincha de Paolo, es decir, ha cometido un sacrilegio.
            70’ Mamá ha venido a su cuarto, el cuarto en el que veo el partido y ahora escribo. Tiene sueño. Se ha echado en su cama, medio somnolienta me habla sobre el chicharrón que se le ha antojado, el chicharrón que ella sabe, por indicaciones del médico, no puede comer.
            Mamá se ha quedado dormida y Yordy Reyna acaba de ingresar después de una segunda pausa para que se rehidraten y se tomen selfies. Ha entrado por Pizarro que ya no daba más.
            75’ Tiro libre peruano y todos estamos ilusionados con que acá sí viene el gol. Pero no, otra vez ¡casito! Ya cansan los “casito”. Y el narrador: “Asustamos a los colombianos”. ¡Qué consuelo!
            He subido a mi cuarto, he encontrado a Rilke, he escogido cualquier página y me he sentado en mi cama. No paso ni al siguiente párrafo y me percato de que la costumbre es demasiada salvaje, entonces vuelvo al cuarto de mamá y sigo con el martirio. Bajo el volumen.
            Lo peor, me digo, es sentir que se puede empatar, incluso ganar, y la malogran en el momento último. Mi sobrinita empieza a cantar: “Porque yo creo en ti, vamos, vamos Perú…”. Y después tienen una clara oportunidad de gol y, para variar, no lo concretan, entonces deja de cantar y grita al estilo de su mamá: “¡Puta mare!”. Bueno, creo que ella sí ha heredado, además del peso, algunas lisuras. En realidad, son inevitables cada vez que juega esta selección. No quiero imaginarme las que se vendrán en el próximo encuentro contra Chile.
            87’ Todo es tensión y Yordy, solo frente al arquero, se falla un gol cantado. Un gol que incluso yo lo hubiera hecho. Mi hermano que ha llegado hace un ratito grita: “Ese negro debe morir, carajo”. Y mi sobrina, la más grande: “Yordy oe, puta lera, Guerrero la hubiera metido”. Yo me pregunto de dónde sale tanta poesía y cómo estarán y qué dirán en otras casas. Por lo que veo, la pasión viene con lisuras. Al menos la del fútbol.
            90’ “Ya perdimos oe”, dice mi sobrinita. Los colochos siguen tirándose en la cancha por supuestos calambres, solo para hacer hora, en esto le ganan incluso a los de mi cuadra.
            94’ Tiempo extra, ya terminó el partido, pero no, gol de Colombia en un contragolpe. Perú era quien más atacaba y merecía al menos el empate. Resultado injusto, quien no ha visto los más de noventa minutos creerá erróneamente que Colombia jugó mejor. “Gol que no haces, gol que te hacen”, dice mi hermano mientras sale de la casa.
            Yo ya me había dicho, caray, yo ya te había dicho, Moisés, no veas más fútbol, no veas más fútbol de la selección, y tú terco enciendes la tele, yo ya te había dicho y te lo sigo diciendo y seguro tú, terco, insensato, también verás el siguiente, es lo más seguro, porque confías, porque en el fondo tienes fe de que ese amor no ha terminado, de que todavía pueden revertirlo, y te aferras porque muy en el fondo, aunque no lo aceptes, eres de esos peruanos que todavía creen que la selección mejorará y esta vez sí irá al mundial; total, te excusas, esto recién empieza.
            Mi mamá, desentendida del fútbol y de otras falsas ilusiones, se despierta y lo primero que me dice es “¿y ahora qué vamos a comer, papá?”. Me gustaría responderle, mamá, comeremos un rico chicharrón, pero le digo que iré a comprarle su mazamorra morada con arroz con leche. Mientras voy y paso por personas a las que siento que le han robado una alegría, pienso, pesimista, que ya no tendré pretexto para viajar a Rusia, ni siquiera para soñarlo, y que debemos cambiar eso de “Rumbo a Rusia 2018” por “Rusia, no nos esperes”. Sí, Rusia, no nos esperes. O, mejor, “Rusia, no me esperes, ya no pienses en mí”. Dostoievski, Tolstói, Chéjov, Nabokov, dioses míos, perdónanos porque no sabemos lo que hacemos. Pido la mazamorra y regreso a casa a seguir con la vida, yo también juego mi propio partido y creo que ya me han sacado amarilla. 


MOIZÉS AZAÑA

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martes, 6 de octubre de 2015

CAOS


Ando ordenando mi cuarto, hace mil años vengo ordenándolo. Y no acabo.
Encuentro en este desorden muchas hojas con una caligrafía difícil de leer, pero al final, después de mucho intentarlo, algo descifro. En esta hoja iré trascribiendo para poder botarlos e intentar tener un poco más de espacio.

Algún día de 2008:
Ahorita salió positivo. Y dos veces... Pucha, ahora no sé qué mierda hacer... No podía contarte porque supuestamente no me pasa nada... y tengo que fingir... Mañana hablamos por fas. Te quiero mucho.
(otro intento de relato inconcluso, inicio)

2009:
Ver:
Un profeta, Tinta blanca, El secreto de sus ojos
(solo he visto dos y Tinta blanca acabo de buscarla y no la encuentro. Y no creo que me haya equivocado con Tinta roja porque esta la vi el 2005)

27 de noviembre 2008:
Nuestro pacto
empezó sin palabras
y concluyó
de la misma manera
(Anotado en una hoja rota en la que practicaba declinaciones en latín para un examen con la profesora Gispert: fereban / ferre / ferens, ferentis -que lleva-, etc.).

(Trascribo en mi cuarto, escucho el documental "El último maldito", al costado de mi escritorio tengo una caja gigante en la que estoy tirando, no sin dolor, todo lo que va dejando de servirme, estas hojas rotas, por ejemplo. Esta vida rota, por ejemplo. No, de servirme no, pero sé que llegó su final, como todos los finales, un final indecoroso. Un final con dolor de cuchillazo oxidado en el estómago).

Gregario (anotado en la misma hoja donde me ejercitaba en latín);
1. Dícese del que está mezclado con otro sin distinción.
2. El que sigue servilmente las iniciativas o ideas ajenas.
Mi conclusión: En tu vida y en la mía ese término está prohibido.

(Ah, he olvidado decir, en marzo más o menos, cuando mamá estaba internada, dejaron el caño abierto y mi cuarto se inundó. El agua entró por debajo de mi puerta, mis papeles que estaban guardados en bolsas de súper mercado y puestas debajo de la cama o de mi biblioteca fueron totalmente mojados. Tuve que hacer cambio con alguno de mis hermanos y venir de urgencia de la clínica, y volar a mi cuarto para secarlo. Lo sequé superficialmente, sin importarme por los recovecos, y una vez que tiempo después a mamá le dieron de alta y tanto ella como yo pudimos regresar a casa, noté que ya todo estaba seco, genial. Ahora, ya unos meses de ello, he sacado mis papeles de la bolsa -todavía no todos- y me he dado cuenta que todavía no todo estaba seco. Yo soy alérgico y las hojas que voy sacando siguen húmedas, lo cual me sorprende, y, lo peor, ya muchas con hongos, y me hace estornudar demasiado, me enferma. Soy demasiado alérgico. Sobre todo al amor. Ah, esto último sonó demasiado ridículo. Óbvienlo).

Algún día de 2006:
Pareciera un cáncer que no tiene cura.
Entrar en la cabeza de otra persona es siempre un asunto extremadamente delicado.
Que haya diálogo, no un proceso.
Apunta todo lo que te hace falta.
El corazón es el centró del espíritu con fiebre.
El corazón es tu centro móvil sin ruedas.
"Quien confía en su corazón
es un mentecato".
Augusto citando la Biblia.
Tan moderna es la mente, como antiguo el corazón.
Se piensa entonces que quien hace caso al corazón se aproxima al mundo animal.

(Lo que anoto sin paréntesis es lo que encuentro en papeles. Los últimos renglones están en una hoja cuadriculada, al lado derecho, y no sé si sean mías; si alguien sabe que son suyas, por favor avisarme, yo no recuerdo nada de mi pasado. Al costado izquierdo está una larga lista de palabras con su definición y sinónimos, eran tiempos en que trataba de aprenderme todo el diccionario, hoy he perdido esa ambición, busco en Google el diccionario).

Algún día de 2008:
Ofrecer razones para creer en el argumento
Ofrecen contraejemplos.
Contrastar concepciones opuestas.
Ejemplos que ayuden a explicar.
Discutir las consecuencias.
(anotado debajo de una tabla de verdades, seguro en plena clase de Lógica, vvff...)

Educación en: ciencia, tecnología, humanidades.
. ciencias sociales, humanas, medicinales.
¿Por qué?:
El peruano mismo haría los electrodomésticos, los celulares, artefactos, etc.: MÁS TRABAJO.
Ya no trabajaría de vendedor, sino de CREADOR, PRODUCTOR y obtendría mayor beneficio.

Contraejemplo:
En las industrias trabajan pocos.
El problema aquí sería que no hay mucha mano de obra, los artefactos se producen ya automatizados, no obstante, habría personas -a las que se les pagase- que estarían tratando de mejorar los productos.

- No solo sería para mercado interno, también externo.
Sería el Perú un país industrial, por lo tanto, mayor contaminación.
Habría que buscar mecanismos para evitarlos.
- No solo tendrían trabajo los creadores, sino los maestros, los que enseñan.
- Se construiría propio armamento, bomba nuclear.
- Los productos ya no costarían tan caros.

(Lo trascribo sin entender del todo cómo y por qué lo hice.
Creo que es suficiente por hoy martes 6 de octubre de 2015.
Y digo suficiente porque me está haciendo mal oler tanto papel húmedo con hongo, sino seguiría, yo feliz.
Son las siete y diez de la noche, hoy he enseñado después de tiempo en un colegio. "Enseñar" no es el término justo. O, bueno, les he desenseñado, pero sobre todo he intentado que tomen conciencia de que yo vengo de otro tiempo a decirles que si continúan como están en el futuro van a querer volver a este momento).

MOIZÉS AZÀÑA

lunes, 14 de septiembre de 2015

DOMUS EN BARRANCO


Este jueves 17 a partir de las 9 de la noche
llenaremos de poesía el mundo, 
al menos el nuestro. 
Será una gran noche de fiesta.
No te hagas de rogar y saca a pasear a tu cuerpo. 
Tu alma, 
o algo con otro nombre adentro tuyo, 
te estará mil veces agradecido.




Más: https://www.facebook.com/moizes.azana/
https://www.facebook.com/events/500327733469972/

domingo, 30 de agosto de 2015

DOMUS NUEVAMENTE EN CUSCO


Este martes 1º estaré otra vez en el ombligo del mundo, pero ahora con ocasión por la Feria Internacional del Libro. El afiche no será el mejor del mundo, pero es lo que hizo mi amigo. Sí, sé que la foto debió estar al otro lado, pero qué le hago, yo estoy perdido en diseño y me averguenza decirle que se ha equivocado y que lo corrija. Igual el mensaje se entiende: este martes, a las 5 del precrepúsculo, DOMUS y yo estaremos a más de tres mil kilómetros sobre el nivel del mar.